21 de marzo de 2019

El Espiritismo en la regeneración de la humanidad


El Espiritismo en la regeneración de la humanidad


“En ese gran movimiento regenerador, el espiritismo desempeña una función considerable; no el espiritismo ridículo inventado por una crítica burlona, sino el espiritismo filosófico, como lo entiende cualquiera que se haya tomado el trabajo de buscar la almendra dentro del hueso que la contiene.

Con las pruebas que aporta respecto de las verdades fundamentales, el espiritismo llena el vacío que la incredulidad genera en las ideas y en las creencias; y con la certeza acerca de un porvenir conforme a la justicia de Dios, y que la razón más severa puede admitir, calma las amarguras de la vida y previene los funestos efectos de la desesperación. Al dar a conocer nuevas leyes de la naturaleza, el espiritismo otorga la clave de fenómenos incomprendidos y de problemas insolubles hasta ahora, al mismo tiempo que destruye la incredulidad y la superstición. Para él, no existe nada sobrenatural ni maravilloso, pues en el mundo todo sucede en virtud de leyes inmutables.

Lejos de sustituir un exclusivismo por otro, se presenta como campeón absoluto de la libertad de conciencia. Combate al fanatismo en todas sus formas, y lo arranca de raíz para proclamar la salvación de todos los hombres de bien, así como la posibilidad de que los más imperfectos, mediante sus esfuerzos, con la expiación y la reparación, lleguen a la perfección, fuera de la cual no hay suprema felicidad. En vez de desanimar al débil, lo alienta y le muestra el puerto al que puede arribar.

No dice: Fuera del espiritismo no hay salvación, sino que afirma, con el Cristo: Sin caridad no hay salvación, pues tal es el principio de unión, de tolerancia, que unirá a los hombres en un sentimiento común de fraternidad, en vez de dividirlos en sectas enemigas. Con este principio: Solo es inquebrantable la fe que puede mirar a la razón cara a cara, en todas las épocas de la humanidad, destruye el imperio de la fe ciega que aniquila a la razón, de la obediencia pasiva que embrutece; de modo que emancipa a la inteligencia del hombre y eleva su moral. Consecuente consigo mismo, no se impone. Dice qué es, qué quiere, qué da, y espera que se acuda a él con libertad, voluntariamente.

Pretende que se lo acepte con la razón, y no a la fuerza. Respeta todas las creencias sinceras y sólo combate la incredulidad, el egoísmo, el orgullo y la hipocresía, que son las plagas de la sociedad y los obstáculos más importantes para el progreso moral; pero lo hace sin maldecir a nadie, y mucho menos a sus enemigos, porque está convencido de que el camino del bien se encuentra abierto incluso para los más imperfectos, quienes tarde o temprano habrán de recorrerlo”
(Texto de las ediciones de Allan Kardec de su libro “La génesis, los milagros y las predicciones según el espiritismo”)

Extractado de la Revista Constancia.