17 de marzo de 2019

Toda comunicación revela una inteligencia o una voluntad



Toda comunicación revela una inteligencia o una voluntad

por Allan Kardec.

Se conoce a los hombres por su lenguaje, y lo mismo ocurre con los espíritus; porque cualquiera que esté bien penetrado de las cualidades distintivas de cada una de las clases de la escala espiritista, podrá sin esfuerzo asignar a cada Espíritu que se presente, el rango que le conviene y el grado de estima y confianza que merece. Si la experiencia no viniera en apoyo de este principio, el simple buen sentido bastaría para demostrarlo. Poseemos, pues, como regla invariable y sin excepción, que el lenguaje de los Espíritus está siempre en relación con su grado de elevación.

El de los Espíritus realmente superiores, es constantemente digno, grave, noble; es sublime cuando el asunto lo requiere, no solamente no dicen sino cosas buenas, sino que las dicen en términos que excluyen de la materia en absoluto toda trivialidad. Por buenas que sean las cosas dichas, si están empañadas por una sola frase que acuse bajeza, tienen un signo indudable de inferioridad, e con mayor motivo si el conjunto de la comunicación lastima las conveniencias por su grosería. El lenguaje descubre siempre su origen, sea por la forma en que lo expone; así, aun cuando el Espíritu quisiera engañarnos con su pretendida superioridad, a poco de conversar con él, le descubriríamos el engaño.

La bondad y la afectuosidad son atributos esenciales de los Espíritus elevados: no se encolerizan contra los hombres ni contra los otros Espíritus; compadecen las debilidades ajenas, no critican los errores sino con moderación y sin acrimonia ni animosidad. He ahí el patrón que nos permite juzgarles en lo moral. Podemos también hacerlo en cuanto a la naturaleza de su inteligencia. Un Espíritu puede ser bueno, afable, no enseñar sino el bien, y tener conocimientos limitados, porque en él el conocimiento es todavía incompleto. No hablamos de los Espíritus notoriamente inferiores; a éstos sería perder el tiempo pedirles explicaciones sobre ciertas cosas: tanto valdría pedir a un escolar que nos dijera su opinión sobre Aristóteles, o sobre el sistema del Universo.

Pero, en ciertos aspectos, parecen esclarecidos, mientras en otros, acusan una ignorancia absoluta por sus absurdas herejías científicas. Habrá quien raciocinará muy sensatamente sobre tal punto y desbarrará sobre al otro. Es lo mismo que sucede entre nosotros: un astrónomo es sabio en lo que concierne a los astros, y puede ser muy ignorante en arquitectura, en música, en pintura, en agricultura, etcétera. Todo esto denota evidentemente un desenvolvimiento parcial, imperfecto, lo que no quiere decir que sea un mal Espíritu.

Conceptos Extractados de "Manual Práctico de las Manifestaciones Espíritas", por Allan Kardec.

Las tres caras del egoísmo

Las tres caras del egoísmo


Todo lo que hacemos en la vida lo hacemos por nosotros mismos. Eso sí, existe una notable diferencia entre el “egoísmo egocéntrico”, el “egoísmo consciente” y el “egoísmo altruista”.

Que nos tachen de “egoístas” es una de las peores etiquetas que nos pueden poner. En general lo asociamos con ser “mezquino”, “ruin” e incluso “mala persona”. Curiosamente, es difícil –por no decir imposible– encontrar a un ser humano que no sea egoísta. De hecho, cada vez que señalamos el egoísmo de otra persona, lo hacemos porque se ha comportado de manera que no nos beneficia o directamente nos perjudica. Así, tildamos de “egoístas” a todos aquellos que piensan más en sus necesidades que en las nuestras.

Etimológicamente, la palabra “egoísmo” procede del latín “ego”, que significa “yo”. Lo cierto es que ser egoístas no es bueno ni malo; es necesario. Necesitamos pensar en nosotros mismos para sobrevivir física y emocionalmente. Por más que nos cueste de reconocer, todo lo que hacemos en la vida lo hacemos por nosotros mismos. ¿Por qué nos emparejamos? ¿Por qué decidimos ser padres? ¿Por qué cultivamos relaciones de amistad? ¿Por qué trabajamos? ¿Por qué ayudamos a los demás?

Al analizar en profundidad las motivaciones que residen detrás de nuestras decisiones y conductas, siempre encontramos una ganancia, por pequeña que sea, que justifica que las hayamos llevado a cabo. Ahora bien, en función de cuál sea nuestro nivel de consciencia, nuestro grado de comprensión y nuestro estado de ánimo, este egoísmo puede vivirse de tres formas muy diferentes.

El desarrollo del libre albedrío

El desarrollo del libre albedrío

por Jacques Peccatte

Cuando el espíritu encarnado tiene una relativa consciencia que le permite distinguir mejor los valores morales dentro de un criterio que se ha afinado con las vidas, su libertad de elección es más notoria. Se puede hablar entonces de un libre albedrío más claro y más preciso, dentro de un sentido más justo de las responsabilidades humanas.

Esta consciencia irá hacia lo bello, lo justo y el bien, y es entonces cuando el guía puede ejercer más fácilmente su influencia sutil, que se expresará por medio de intuiciones benéficas. Pero, aun en este caso en particular, que representa una generalidad para los humanos más conscientes, el protegido puede seguir con cierta obstinación consejos que no le sean beneficiosos. En cierta forma tiene su experiencia y escapa entonces de la influencia de un guía que no llega a hacerse oír.

Este último puede ejercer su buena influencia durante las fases favorables del sueño, lo cual imprime una marca inconsciente que sólo tendrá efectos restringidos en la vida consciente del protegido. Es entonces un poco como un pulseo entre el consciente y el inconsciente.
La confusa vocecilla del inconsciente ha registrado los consejos del guía, pero ante las tribulaciones de la vida, el consciente resiste y puede dejarse llevar por los caminos del facilismo y la renuncia.

El problema es más o menos idéntico al que concierne a los proyectos establecidos antes de la encarnación. Conscientemente hay la pérdida del recuerdo de estos objetivos, aunque inconscientemente estén registrados, podrían volver a expresarse por deseos, antojos, impulsos o intuiciones. El papel del guía es recordar a su protegido esas decisiones tomadas antes de la encarnación, eventualmente su papel también es modificar esos proyectos con arreglo a los azares de las situaciones humanas.

El espíritu encarnado ha programado pues él mismo su línea de existencia y en el transcurso de su desarrollo, el guía está allí para orientar, para conducir e insuflar las ideas más justas y las acciones más favorables a un proyecto deseado y preestablecido por el protegido. El libre albedrío interviene entonces en el sentido en que el humano con frecuencia está en lucha o en contradicción, no precisamente con su protector, sino consigo mismo, no siendo el guía sino la voz de un llamado al recuerdo de lo que había sido decidido antes de la encarnación.

Vemos allí que el guía no tiene la función de dirigir al protegido, él es la voz de su conciencia, es la voz del llamado, es el intermediario entre la realidad consciente encarnada y las profundidades del espíritu. Por su posición de desencarnado, conoce bien la psicología profunda de su protegido, conoce sus anterioridades, sus dudas, sus malestares y sus torpezas. Entonces no puede ejercer su papel óptimo sino cuando el protegido cree en la vida y se deja llevar por sus intuiciones fundamentales.

Extractado de la Revista Le Journal Spirite.

¿ Qué es la transmigración del alma ?

¿ Qué es la transmigración del alma ?

por Jose Luis Martín

Esta idea como todas las demás supersticiones, es fruto de la ignorancia sobre el sentido real de la reencarnación.

Esta superstición supone otra desviación más de las muchas que rodean a la realidad profunda que existe sobre la reencarnación y por ella hay quien acepta como posible el traslado del alma o una parte de la misma ,desde el cuerpo de una persona hasta otro cuerpo; o sea que el Espíritu de una persona viva, o una parte o aspecto del mismo podría pasar a ocupar y tomar el cuerpo de otra distinta, o sea, de un cadáver.

Como ya sabemos, cuando el alma abandona el cuerpo físico definitivamente, es cuando se cortan todos los lazos fluídicos que la unen a la materia del mismo . Esto supone la muerte definitiva, o dicho con mayor propiedad, la desencarnación de la persona , y esta, cuando se consuma totalmente es absolutamente irreversible. Por otra parte el cuerpo que tendría que ser ocupado como destino de esa transmigración si ello fuera posible, forzosamente debería estar “muerto” y abandonado definitivamente por el Ente espiritual que lo ocupaba.
De ser un cuerpo “ ya habitado” por su espíritu, habría que hablar entonces de un caso de “obsesión” o “posesión”, pero nunca de transmigración.

La transmigración tal como se entiende, no es posible porque no existe entre el Ser “ocúpa”, y el cuerpo “deshabitado”, ninguna clase de lazo vital ni fluídico que pueda ligarles mutuamente entre sí. El cuerpo, una vez abandonado por su alma después de la muerte ya no tiene ninguna posiblidad de volver a la vida, ni con el Ser espiritual que lo habitaba ni menos aún con otro diferente.

Por otra parte, sabemos que el Espíritu es una Unidad de Energía indivisible, en un cuerpo espiritual o periespíritu , que necesita reencarnar y lo hace en un cuerpo físico al que acompaña durante su formación y con el que se une formando una unidad total y completa, y no solamente en una parte, un aspecto o una determinada cualidad del mismo.

Esta superstición por ilógica y absurda, generalmente ha sido rechazada por el sentido común, y la gente, ante esta idea que ha confundido con la reencarnación y que desde luego “huele a disparate”, cree que todo lo que tenga que ver con el tema de la reencarnación,es igual de absurdo y que no merece la pena perder tiempo en considerarlo mas seriamente, porque lógicamente creen que si se continúa avanzando y profundizado en ello, solamente van a continuar encontrando mas disparates indignos de ser tomados en serio ni en lo mas mínimo.

Extractado del Blog Albacete Espírita.