16 de mayo de 2019

Para el Laicismo No Hay Caciques ni Divinidades

Para el Laicismo No Hay Caciques ni Divinidades

por David Grossvater.

Laicismo es además, aquella vitalidad dentro del libre albedrío que nos invita a analizar todo lo que leemos, y a aceptar solamente aquello que hemos comprendido y asimilado por nuestra volición mental que concuerda con nuestra conciencia. No es laicismo aceptar un postulado o una serie de exposiciones en forma ingenua, basados al pie de la letra en lo que dice el libro, o porque lo afirma el director o porque lo "dice un espíritu ... " sin pasarlo por el estudio.

No hay laicismo donde prolifere la epidemia de caciques y jefes natos o vitalicios, hereditarios o jerárquicos, como llovidos del cielo; hombres que se creen providenciales e insustituibles, que apuntalan sus torpezas y errores suponiéndolos como "Inspiración Divina", y desean de los demás la obediencia jesuítica, y se dirigen al "mundo entero" creyendo que los demás son borricos y manada decapitada; y amenazan con "mundos primitivos" a quien no acate sus mandatos y disposiciones; y profetizan calamidades de "macana" a todo ser que anhele una gesta innovacionista; y prohiben "paternalmente" la lectura de cualquier libro que no obstente su "Visto Bueno ... " y despotrican contra todo aquello que no esté amparado bajo su sello, y con la seriedad de un Kalifa erigido en censor, maldiciendo todo afán de avance científico.

Conceptos Extractados de "Espiritismo Laico", por David Grossvater.

Espiritismo, Marxismo y Psicoanálisis

Espiritismo, Marxismo y Psicoanálisis

por Dora Incontri

Tres modelos teóricos de interpretación de mundo, de visión del ser humano y de acción práctica nacieron en el siglo XIX. Los tres se autodenominaban científicos. Los tres pretendían desvelar aspectos de cierta manera hasta entonces desconocidos o desconsiderados, que mejor explicarían el comportamiento humano, individual y colectivamente.

Y las tres cadenas todavía no están considerados por la ortodoxia científica de la ciencia, según la corriente principal. Pero el marxismo y el psicoanálisis por lo menos tienen espacios amplios en universidades e innumerables investigadores e intelectuales despliegan sus conceptos; el espiritismo, por moverse con paradigmas tal vez más cristalizados, con preconceptos muy arraigados y, sobre todo, por herir intereses muy establecidos (al mismo tiempo del materialismo y de las religiones institucionales, con sus misterios), y también tal vez por haberse popularizado como una la forma de religión - es el que más sufre ostracismo y silenciamiento - a pesar de ser quizás de las tres propuestas, la que colecciona mayor número de evidencias de investigación, que corroboran su modelo explicativo.

Una cosa en común entre las tres vertientes: hay algo que no se ve, de que no se está consciente, sino que influye y hasta determina nuestro modo de estar en el mundo.

Para el marxismo, son las infraestructuras económicas, son los determinismos de la clase social en que nacimos. Entonces, por ejemplo, alguien que nace en la burguesía, está sin percibir embebido de la ideología de esa clase social y actúa, sin pensar, como producto de su clase, reproduciendo las formas de relación de poder.

Para el psicoanálisis, es el inconsciente que impulsa palabras y acciones, sin que nos demos cuenta de nuestras profundas motivaciones. Se establece una arena de conflicto dentro de nosotros, intermediada por el Ego, la parte más consciente de nuestra estructura psíquica.

Para el Espiritismo, lo que está en relación con nuestro yo, son las herencias de nuestras vidas pasadas, con nuestras capacidades ya desarrolladas y nuestros desajustes innatos, y las influencias espirituales que nos rodean, para el bien y para el mal, las afinidades que establecemos.

Extractado del Blog de la Asociación Brasileña de Pedagogía Espírita.

El Bien y el Mal


El Bien y el Mal

Por Humberto Loyo Navarrete

En todos los tiempos se ha hablado del bien y el mal, términos tradicionales de la moral donde ha recaído siempre todo el peso de la conducta humana. Por ello es obligado hacernos estas preguntas.

¿Qué entendemos nosotros por bien?. ¿Qué entendemos por mal?. Si nos ubicamos en una disciplina moral que satisfaga el pensamiento dogmático, entraríamos a considerar todas las especulaciones metafísicas y ontológicas que giran alrededor del alma; una filosofía dual o bien materialista en cualquiera de sus muchísimas ramas o variantes, o bien almista de sus tantas modalidades. Según estas filosofías el bien reposa en el alma, como legado de su origen divino y el mal en la materia filosóficamente hablando.

Es oportuno señalar ahora que, según las teologías dogmáticas del cualquier tinte, los orígenes del bien y el mal se confunden; tanto el uno como el otro obtienen su procedencia de la divinidad. Ésta crea el bien, representado por la divinidad misma, y por su inmediata creación, el alma, donde los seres seráficos ocupan el lugar de la moral más excelsa.

El origen del mal según el mismo pensamiento dogmático viene a ser el mismo “Satanás, Lucifer o El Diablo”; aunque nace bueno como los demás seres seráficos, se hace malo sin que se su ser haya tomado contacto con el mundo de la materia. Sería este un caso maravilloso, porque o la divinidad contiene las dos esencias, a lo absoluto; bueno y malo a la vez, o sus creaciones angelicales eran deficientes y no heredaban la absolutividad de sus atributos como apunta la inflexible ley de causa y efecto.

Ninguna de las dos versiones se compadece con el pensamiento racionalista donde nos encontramos ubicados; nuestra filosofía es racionalista, espiritista, del espiritismo “Luz y Verdad”, donde el mal es todo error grande o pequeño y el bien, el superlativo bien, está representado por el Espíritu-Razón. Tanto el mal como el bien obtienen su origen en el mundo.

Ningún espíritu se hace malo ni bueno, sin antes haber tomado contacto con la materia, de la única manera posible: haciéndose hombre y viviendo como tal.

Nos estamos refiriendo al bien y al mal, lo conocemos humanamente porque de otras versiones, si es que existen, nadie sabrá dar razón, desde que todo bien o todo mal conocido lo es humanamente hasta en los arcángeles y serafines porque en el supuesto caso ya negado de que existiesen, tan sólo humanamente se desenvuelven y son conocidos.

No estamos enjuiciando la paternidad divina y su existencia como causa del efecto espíritu; no, lo que tratamos de dilucidar es lo relacionado a los atributos heredados.

Extractado del Blog Escuela Elipse.

El Hombre de Ayer y el de Hoy



El Hombre de Ayer y el de Hoy

por Allan Kardec.

El hombre del pasado, el hombre de ayer, envejecido por las tribulaciones de una azarosa existencia; deteriorados sus órganos por el cansancio de un continuado trabajo, oscurecida su inteligencia por las preocupaciones que no le permitió desvanecer una religión intransigente; casi sin noción de Dios, o con una noción absurda y mal determinada del Ser único, infinito y absoluto; sin ver más allá de la tumba que la nada, o la duda, o la certidumbre acaso de una condenación eterna; decrépito ya y sin poder apenas sostenerse sobre los que un día fueron los sólidos fundamentos de su existencia, desaparece al fin y cede su sitio, obedeciendo a la ley fatal del progreso, al hombre nuevo, al hombre de hoy, lleno de vida, de esperanza y de fe; lleno de robustez, de actividad y energía, que viene a realizar su destino, a levantar sobre bases más sólidas un nuevo edificio:

¡Qué diferencia tan grande, qué distancia tan inmensa entre el ayer y el hoy, entre lo que se va y lo que viene, entre lo que cae y lo que se levanta!

Ayer, dando torcidas y falsas interpretaciones a las doctrinas de Jesús, se condenaba y perseguía la ciencia, y se santificaba la ignorancia, pretendiendo sepultar en sus antros tenebrosos las mejores conquistas del entendimiento humano.

Ayer, aprisionado el entendimiento por el horror que, hasta a los espíritus más fuertes, inspiraban las hogueras y demás tormentos de lo que, por sarcasmo, se llamó Santo oficio, nadie osaba lanzar al aire una idea fértil y provechosa que pudiese encaminar a la humanidad por el sendero de su perfeccionamiento: hoy libre la emisión del pensamiento, rotas las cadenas que le aprisionaban, en cumplimiento de la ley ineludible del progreso humano, el saber en sus múltiples manifestaciones se extiende por donde quiera; y la verdad, antes patrimonio exclusivo de algunas clases privilegiadas, nutre el entendimiento y fortifica el corazón de la sociedad, para llevar a feliz término la unión de los hombres en una sola familia de hermanos.

Ayer se temía a un Dios cruel y vengativo, hoy se ama, con amor, profundo, al Dios de justicia y de bondad.

Ayer no se comprendía que fuese compatible la justicia con la misericordia de Dios: hoy admiramos la perfecta y completa armonía que existe entre esos dos atributos esenciales.

Ayer hasta al justo horrorizaba la idea de la muerte: hoy sino se la desea, porque sería violar la ley divina, se la ve llegar sin miedo y con la esperanza de alcanzar mejor dicha.

¿Pero qué idea es esa que así viene a llevar a cabo una trasformación tan grande entre el pasado y el presente, entre el ayer y el hoy? ¡Oh santa y sublime creencia espiritista, desde el fondo de nuestra alma te saludamos y bendecimos!

Tú eres la estrella luminosa que atrae a su foco central todos los pensamientos ansiosos de verdad y sedientos de ciencia, y con tus fúlgidos resplandores disipas las sombras de la duda que engendraron el escepticismo, reduciendo a la nada el materialismo y el ateísmo.

Revista La Revelación Año 1872, por Allan Kardec.