El Hombre de Ayer y el de Hoy
por Allan Kardec.
El hombre del pasado, el hombre de ayer, envejecido por las tribulaciones de una azarosa existencia; deteriorados sus órganos por el cansancio de un continuado trabajo, oscurecida su inteligencia por las preocupaciones que no le permitió desvanecer una religión intransigente; casi sin noción de Dios, o con una noción absurda y mal determinada del Ser único, infinito y absoluto; sin ver más allá de la tumba que la nada, o la duda, o la certidumbre acaso de una condenación eterna; decrépito ya y sin poder apenas sostenerse sobre los que un día fueron los sólidos fundamentos de su existencia, desaparece al fin y cede su sitio, obedeciendo a la ley fatal del progreso, al hombre nuevo, al hombre de hoy, lleno de vida, de esperanza y de fe; lleno de robustez, de actividad y energía, que viene a realizar su destino, a levantar sobre bases más sólidas un nuevo edificio:
¡Qué diferencia tan grande, qué distancia tan inmensa entre el ayer y el hoy, entre lo que se va y lo que viene, entre lo que cae y lo que se levanta!
Ayer, dando torcidas y falsas interpretaciones a las doctrinas de Jesús, se condenaba y perseguía la ciencia, y se santificaba la ignorancia, pretendiendo sepultar en sus antros tenebrosos las mejores conquistas del entendimiento humano.
Ayer, aprisionado el entendimiento por el horror que, hasta a los espíritus más fuertes, inspiraban las hogueras y demás tormentos de lo que, por sarcasmo, se llamó Santo oficio, nadie osaba lanzar al aire una idea fértil y provechosa que pudiese encaminar a la humanidad por el sendero de su perfeccionamiento: hoy libre la emisión del pensamiento, rotas las cadenas que le aprisionaban, en cumplimiento de la ley ineludible del progreso humano, el saber en sus múltiples manifestaciones se extiende por donde quiera; y la verdad, antes patrimonio exclusivo de algunas clases privilegiadas, nutre el entendimiento y fortifica el corazón de la sociedad, para llevar a feliz término la unión de los hombres en una sola familia de hermanos.
Ayer se temía a un Dios cruel y vengativo, hoy se ama, con amor, profundo, al Dios de justicia y de bondad.
Ayer no se comprendía que fuese compatible la justicia con la misericordia de Dios: hoy admiramos la perfecta y completa armonía que existe entre esos dos atributos esenciales.
Ayer hasta al justo horrorizaba la idea de la muerte: hoy sino se la desea, porque sería violar la ley divina, se la ve llegar sin miedo y con la esperanza de alcanzar mejor dicha.
¿Pero qué idea es esa que así viene a llevar a cabo una trasformación tan grande entre el pasado y el presente, entre el ayer y el hoy? ¡Oh santa y sublime creencia espiritista, desde el fondo de nuestra alma te saludamos y bendecimos!
Tú eres la estrella luminosa que atrae a su foco central todos los pensamientos ansiosos de verdad y sedientos de ciencia, y con tus fúlgidos resplandores disipas las sombras de la duda que engendraron el escepticismo, reduciendo a la nada el materialismo y el ateísmo.
Revista La Revelación Año 1872, por Allan Kardec.