19 de junio de 2019

¿Los Espíritus son Buenos o Malos o van Mejorando ellos Mismos?

¿Los Espíritus son Buenos o Malos o van Mejorando ellos Mismos?

por Allan Kardec.

114 – ¿Los Espíritus son buenos o malos por su naturaleza, o
bien se van mejorando ellos mismos?

– Son los mismos Espíritus quienes se mejoran y al mejorarse
pasan de un orden inferior a otro superior.

115 – ¿Hay Espíritus que fueron creados buenos y otros malos?

– Dios creó a todos los Espíritus sencillos e ignorantes, es decir,
faltos de ciencia. Dio a cada uno determinada misión con el fin de
ilustrarlos y hacerles alcanzar progresivamente la perfección por
medio del conocimiento de la verdad y aproximarlos a él. La felicidad
eterna y pura es para los que alcancen esa perfección. Los Espíritus
adquieren esos conocimientos, pasando por las pruebas que Dios les
impone. Algunos aceptan esas pruebas con sumisión, llegando así
más prontamente al objeto de su destino. Otros no las soportan sino
murmurando y por sus faltas permanecen distantes de la perfección y
de la felicidad prometida.
– Según esto, los Espíritus serían en su origen, como son los
niños, ignorantes y sin experiencia, adquiriendo poco a poco los
conocimientos que les faltan recorriendo las diferentes etapas de la
vida.
– Sí, la comparación es justa; el niño rebelde permanece
ignorante e imperfecto; según su docilidad se aprovecha más o menos;
sin embargo, la vida del hombre tiene término y la de los Espíritus se
extiende en lo infinito.

Conceptos Extractados de "El Libro de los Espíritus", por Allan Kardec.



MI COMENTARIO
P114 Por naturaleza deben ser todos iguales. ¿pero cuando se convierte en Espíritu, nada influye su travesía pasada? ¿Da lo mismo si un espíritu en la encarnación anterior a ser humano, recibió el cariño de un amo de una mascota que otro que recibió maltrato estando aún en la etapa animal?
Seguramente no llegan iguales al momento de encarnar como seres humanos. Unos serán mas buenos por haber sido tratados de un modo bondadoso y otros no lo serán tanto.
Si es verdad que todos son sencillos e ignorantes. Esto es porque principian en el estado humano, pero sus vidas pasadas lo definirán diferentes unos de otros. Esto contribuirá a que adelantarán mas rápidos unos que otros.

P115 Aquí se presenta a Dios como un Ser que Decide, un Alguien TodoPoderoso que determina misiones a cada espíritu que principia. Incluso habla de "aproximarlos a El", reforzando la idea de un Ser Finito y no Infinito como bien lo describe la doctrina en otros párrafos.
También impondría Dios las pruebas como si decidiera que darles a cada espíritu.
Dios no es un Ser, es una Inteligencia Perfecta pero no es Alguien definido que decide las cosas a imponer a los espiritus, ni esperando a ver si aceptan las pruebas o no y decidiendo que culpa tendrán que expiar en el futuro.
Dios es Algo Abstracto, Perfecto, Infinito. Un Sistema Universal que contiene Leyes que generan Todo lo que Existe.
No hay un Ser que decide sino Leyes que se cumplen Eternamente y que la aplicación de esas leyes darán como resultado el destino de cada Espíritu, según como obre cada uno de ellos dentro de ese Sistema Divino.

La Comprensión de la Muerte

Espiritismo, librepensador, Kardec

La Comprensión de la Muerte como Interfase de la Vida

Por Maria Cristina Zaina

Atribuida antiguamente a Dios y considerada fenómeno de la naturaleza, hasta principios del siglo XX se moría en casa, atendido por el médico y rodeado por los que conocían nuestra historia, luchas y victorias, dolores y alegrías.

El morir así, rodeado por el amor y por el respeto de los familiares y amigos, ciertamente suavizaba, y mucho, este último periodo de la vida física.

La muerte, siendo así, era considerada un proceso natural de la vida e inherente a nuestra condición de encarnados, verdadero aprendizaje para nosotros y para aquellos que nos rodeaban, permitiéndonos trabajar mejor con la posibilidad de la propia muerte.

Sin embargo, ante la constatación de que ni todos poseían recursos y familiares que se inclinasen sobre sus lechos en este momento, surgieron los primeros hospitales, denominados “Casas de Caridad”, construidos con la función de albergar los que no poseían un hogar y familiares que los acompañasen en el proceso de morir.

Es con el avance tecnológico de la segunda mitad del siglo pasado que se observa un cambio del perfil hospitalario, el cual deja de ser refugio caritativo para el moribundo carente y solitario, para transformarse en una institución que tiene por objetivo curar y salvar vidas.

Y es a partir de ahí que se observan cambios drásticos en el proceso de morir: la decisión de la muerte, antes considerada fenómeno natural y designio divino, es transferida para los hospitales y UCIs. Desterrada del hogar y de la familia, la agonía transcurre solitaria y rodeada de tubos y aparatos, con un mayor perjuicio para el niño que ve como aquel a quien ama es apartado repentinamente de su vida (los niños no deben visitar hospitales) para recibir, después, la noticia de la muerte y, por tanto, de la desaparición definitiva de aquel que, hasta entonces, era parte integrante de su pequeño mundo.
Transformamos la muerte en un tabú. ¡SACRALIZAMOS el morir!

Y entonces, pasamos a negar y a huir de nuestra propia muerte. Y negando la muerte, pasamos a luchar insanamente por la prolongación de la vida física, “a cualquier precio”.

Extractado del Boletín Flama Espírita.


El Suicida del Tren

Espiritismo, librepensador, Kardec, Divaldo Franco

El Suicida del Tren

Por: Divaldo Pereira Franco

Nunca me olvidaré que un día leí en un periódico sobre un suicidio terrible, que me impactó: un hombre se tiró sobre las vías del tren, bajo los bajones de la locomotora y fue triturado. Y el periódico, con todos los detalles, contaba la tragedia, diciendo que era un padre con diez hijos, un modesto trabajador.

Aquello me impresionó tanto, que decidí orar por ese hombre.

Tengo un pequeño cuaderno para anotar el nombre de personas necesitadas. Y voy orando por ellas y, de vez en cuando, digo: si este ya evolucionó, voy a dar su lugar para otro; no puedo hacer más.

Así que, puse el nombre en mi cuaderno de oraciones especiales – las oraciones que hago de madrugada. Desde mi ventana veo una estrella y acompaño su ciclo; entonces, me quedo orando, miro hacia ella, conversando. Somos muy amigos, desde hace ya muchos años. Ella es paciente, siempre aparece en el mismo lugar y desaparece en el otro.

Empecé a orar por ese hombre desconocido. Hacía mi oración, intercedía, me ponía en la piel de abogado, y decía: Jesús mío, quien se mata (como decía mi madre) “no está en su sano juicio”. Verás que él no se quiso matar; fueron las circunstancias. Oraba y pedía, dedicándole más de cinco minutos (yo tengo una lista muy larga), pero ese era especial.

Pasaron casi quince años y yo continuaba orando por él diariamente, donde quiera que estuviera.

Un día, tuve un problema que me hizo sufrir mucho. Esa noche llegué a la ventana para conversar con mi estrella y no pude orar. No estaba en condiciones de interceder por los demás. Me encontraba con muchas ganas de llorar; pero, me es difícil que lo haga hacia fuera, aprendí a llorar por dentro. Me quedo afligido, experimento el dolor, y las lágrimas no me salen. (Tengo una gran envidia de quien llora aquellas enormes lágrimas, voluminosas, que no consigo verter).

En pocos momentos la emoción me fue invadiendo y, cuando me di cuenta, lloraba.

En ese intervalo, entró un Espíritu y me preguntó:

- ¿Por qué lloras?

- Ah! Mi hermano – respondí – hoy estoy con muchas ganas de llorar, porque sufro un grave problema y, como no tengo a quien quejarme, ya que vivo para consolar a los demás, no les puedo contar mis sufrimientos. Además, no tengo ese derecho, aprendí a no reclamar y no me estoy quejando.

El Espíritu dijo:

- Divaldo, y si yo te pidiera que no llorases, ¿qué harías?

- Hoy no me lo pidas. Porque es el único día que conseguí hacerlo. ¡Déjame llorar!

- No lo hagas – pidió. Si tú lloras yo también lloraré mucho.

- Pero, ¿por qué vas a llorar? – le pregunté.

- Porque te aprecio mucho. Te amo mucho y amo por amor.

Como es natural, me quedé muy contento con lo que él me decía.

- Tu me inspiras mucha ternura – prosiguió- y te amo por gratitud. Hace muchos años, me tiré bajo las ruedas de un tren. Y no tengo como definir la sensación de la eterna tragedia. Escuchaba el tren pitar, lo veía crecer a mi encuentro y sentía las ruedas triturándome, sin terminar nunca y sin morir nunca. Cuando acababa de pasar, cuando iba a respirar, escuchaba el pito y empezaba todo otra vez, eternamente. Hasta que un día escuché a alguien llamarme por mi nombre. Lo hizo con tanto amor, que aquello me alivió por un segundo, pues el sufrimiento volvía. Mas tarde, nuevamente, escuché a alguien llamarme. Empecé a tener espacios en que alguien me llamaba, y yo conseguía respirar, para aguantar aquel morir que nunca moría y no te se decir el tiempo que pasó. Creo que pasó mucho tiempo, hasta el momento en que dejé de escuchar el pito del tren, para escuchar a la persona que me llamaba. Me di cuenta, entonces, que la muerte no me mató y que alguien pedía a Dios por mí. Me acordé de Dios, de mi madre, que ya había muerto. Empecé a pensar en que no tenía el derecho de haber hecho aquello, empecé a escuchar a alguien decir: “El no lo hizo por mal. El no quiso matarse.” Hasta que un día esta fuerza tan grande me atrajo; ahí te vi en esta ventana, llamándome.

- Pregunté – continuó el Espíritu – ¿quién es? ¿Quién está pidiendo a Dios por mí, con tanto cariño, con tanta misericordia? Mamá me apareció y me aclaró:

- Es un alma que ora por los desgraciados.

- Me conmoví, lloré mucho y a partir de ese día empecé a venir aquí, siempre que tú me llamabas por mi nombre.

(Noté que nunca lo vi, por las diferencias vibratorias)

- Cuando adquirí total conciencia – continuó diciendo – ya habían pasado más de catorce años. Me acordé de mi familia y fui a mi casa. Encontré a mi esposa blasfemando, injuriándome: “- Aquel desgraciado desertó, reduciéndonos a la más terrible miseria. Mi hija, hoy, es una perdida, porque no tuvo comida ni paz y se vendió. Mi hijo es un bandido, porque tuvo un padre egoísta, que se mató para no enfrentar la responsabilidad.

Dejándonos, nos redujo a este estado.

Sentí su terrible odio. Después, fui atraído hacia mi hija, en uno de estos miserables lugares, donde ella estaba expuesta como mercadería. Fui a visitar a mi hijo en la cárcel.

- Divaldo – me dijo emocionado – ahí empecé a sumar a los “dolores físicos” el dolor moral, del daño que mi suicidio trajo. Porque el suicida no responde sólo por el gesto, por el acto de autodestrucción, sino, también, por toda una onda de efectos que resultan de su insensato acto, siendo todo esto puesto en su débito en la ley de responsabilidades. Aparte de ti, nadie más oraba, nadie tenía duelo de mi, sólo tu, un extraño. Entonces hoy, que tú estás sufriendo, vengo a pedir: en nombre de todos nosotros, los infelices, ¡que no sufras! Porque si entristeces, ¿qué será de nosotros, los que estamos permanentemente tristes? Si tú ahora lloras, ¿qué será de nosotros, que estamos aprendiendo a sonreír con tu alegría? No tienes derecho a sufrir, por lo menos por nosotros, y por amor a nosotros, no sufras más.

Se acercó a mí, me dio un abrazo, recostó su cabeza en mi hombro y lloró lentamente. Lloró con dolor.

Igualmente emocionado, le dije:

- Perdóname, pero no esperaba conmoverte.

- Son lágrimas de felicidad. Por primera vez, soy feliz, porque ahora me puedo rehabilitar. Estoy aprendiendo a consolar a alguien. Y la primera persona a quien consuelo eres tú.

Extractado del Sitio Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís.