Evolución y Cuerpo Espiritual
De los artrópodos a los dromaterios y anfiterios
Registramos el ingreso de la mónada, a que nos referimos, en los dominios de los artrópodos, de exoesqueleto quitinoso, cuya sangre diferenciada acusa un átomo de cobre en su estructura molecular para, seguidamente, sorprenderla elevada a la condición de crisálida de la conciencia en el reino de los animales superiores, en cuya sangre –condensación de las fuerzas que alimentan el vehículo de la inteligencia en el imperio del alma– se muestra la hemoglobina como pigmento básico, demostrando el parentesco innegable de las individuaciones del espíritu a través de las mutaciones de la forma, que sigue al progreso incesante de la Creación Divina.
De las cristalizaciones atómicas y de los minerales, de los virus y del protoplasma, de las bacterias y de las amebas, de las algas y de los vegetales del periodo precámbrico a los fetos y a las licopodiáceas, a los trilobites y las cistáceas, a los cefalópodos, foraminíferos y radiolarios de los terrenos silúricos, el principio espiritual alcanzó los espongiarios y celentéreos de la era paleozoica, esbozando la estructura esquelética.
Avanzando por los equinodermos y los crustáceos, entre los cuales se ensayaron durante milenios los sistemas vascular y nervioso, marchó en dirección a los ganoideos y teleósteos, arquegosaurios y labirintodontes, para culminar en los grandes lacértidos y en las aves extrañas, descendientes de los pterodáctilos, en el jurásico superior, llegando a la época supracretácea para entrar en la clase de los primeros mamíferos, procedentes de los reptiles teromorfos.
Progresando siempre, entre los dromaterios y los anfiterios adquiere los rudimentos de las reacciones psicológicas superiores, incorporando las conquistas del instinto y de la inteligencia.
Extractos del Libro "Evolución en dos mundos", por André Luiz-Chico Xavier