El Mundo Viejo (Observen que esto es de 1872)
La historia se repite constantemente
por Allan Kardec.
Estamos llamados a presenciar uno de esos grandes acontecimientos que han de formar época en la historia de la humanidad. Atravesamos un periodo horrible en que los sucesos se precipitan, y como si fuese necesario llegar antes de tiempo al cumplimiento de un fin, así parece que la naturaleza deja de obedecer al orden gradual y lento que tiene establecido para caracterizar las transiciones, en el paso de uno a otro estado. A saltos parece que se van sucediendo hoy los acontecimientos humanos, y a saltos se está operando la trasformación moral y social que ha de mudar por completo la faz de los pueblos.
El mundo viejo se encuentra en las convulsiones de una espantosa agonía; y próximo a desaparecer de la escena, en el gran teatro de la vida humana, cargado con sus vicios y sus iniquidades, sus errores y sus preocupaciones, corre veloz a precipitarse en los insondables abismos del no ser, legando, para enseñanza de las venideras generaciones, los despojos de su trabajada existencia. ¡Huellas imperecederas, que la conciencia humana encontrará un día grabadas, con caracteres indelebles, en las páginas de la historia!
¿Pero esos sucesos que con tanta seguridad se presagian, vienen a alterar el orden natural de las cosas, a desquiciar el eje del mundo y precipitar a la humanidad en el caos y en los horrores de una espantosa anarquía? No. Que es la providencia misma la que sabiamente, los ha preparado y la encargada de llevarlos tranquilamente a feliz término.
Tras de ellos no puede venir otra cosa que la luz, el bien, una cantidad más agregada a la suma del perfeccionamiento humano.
El progreso indefinido es ley constante de la creación, y nada hay que pueda escapar a esa voluntad eterna del Altísimo. Solo el error, cualidad negativa de nuestra alma, elude esa ley y tiende fatalmente al anonadamiento. Por eso toda idea falsa, toda negación, indicios ciertos del estado de imperfección de nuestro espíritu, o muere a los certeros e inflexibles golpes de la sana lógica, desvaneciéndose a los primeros fulgores de su luz purísima, o es reemplazado por otro que con las mas seductoras apariencias de verdad, fascina y se sostiene más o menos tiempo, para venir más tarde a sufrir idéntica suerte.
Así es como se purifica y se aclara la atmósfera de nuestra inteligencia, en proporción siempre a la rapidez con que se disipan las sombras de la ignorancia que la ofuscaba; siendo este el modo como el espíritu realiza su infinito perfeccionamiento. ¡Solo la verdad, emanación de Dios, sigue su marcha siempre ascendente, jamás interrumpida, hacia el foco luminoso de donde salió, hacia el seno del eterno!
Cuando una institución, concepción del humano entendimiento, y por lo tanto sujeta a todas las vicisitudes de las cosas finitas, principia a derrumbarse para caer al fin bajo la inmensa pesadumbre de sus propios defectos, es porque otra nueva que se vislumbra radiante en el horizonte del porvenir, viene con paso mesurado y firme a levantarse potente sobre la base de una nueva idea regeneradora, arrastrando y asimilándose las verdades que encuentra sepultadas en los escombros de la que le precedió.
Revista La Revelación Año 1872, por Allan Kardec.