Las Revelación por el Espiritismo y la Ciencia
por Amalia Domingo Soler
Es misión de los sacerdotes ilustrar a sus feligreses, haciéndoles conocer todas las evoluciones de la ciencia o sea el desarrollo y el desenvolvimiento de la inteligencia humana, despertando su sentimiento y su amor al estudio, convenciéndolas de que el hombre sin instrucción es como el ave sin alas, como fuente sin agua, que vive sin vivir porque vive sin comprender a Dios, y vivir sin saber porqué vivimos, es una pobre vida.
El hombre ha de saber de dónde viene, porqué está hoy en la Tierra, y adonde irá mañana; y los que se llaman los ungidos del Señor, tienen obligación sagrada de difundir la luz de la verdad; y como la verdad es la ciencia, y en las demostraciones científicas se encuentra Dios, por esto la misión de los sacerdotes no es rezar rutinariamente las oraciones contenidas en su breviario. Su oración debe ser el estudio, su más ferviente plegaria, el análisis.
Bajo el punto de vista corporal y puramente anatómico, el hombre pertenece a la clase de mamíferos, de los que no se diferencia sino por accidentes en la forma exterior. En lo demás, la misma composición química que todos los demás animales, los mismos órganos, las mismas funciones y los mismos modos de nutrirse, de respiración, de secreción y de reproducción: nace, vive, y muere en las mismas condiciones, y a su muerte se descompone su cuerpo como el de todo ser viviente. No hay en su sangre, en su carne y en sus huesos, un átomo de más ni de menos que en la sangre, carne y huesos de los animales; como éstos al morir, devuelven a la tierra el oxígeno, el hidrógeno, el azoe y el carbono que se habían combinado para formarles, y vuelven éstos para nuevas combinaciones, a constituir nuevos cuerpos minerales, vegetales o animales. La analogía es tan grande que se estudian sus funciones orgánicas en ciertos animales, cuando no pueden hacerse los experimentos en el mismo.
Cueste lo que cueste a su orgullo, el hombre debe resignarse a no ver en su cuerpo material sino el último anillo de la animalidad sobre la Tierra. El inexorable argumento de los hechos está ahí, contra el cual no hay protesta que valga.
Pero cuanto más el cuerpo disminuya en valor a sus ojos, tanto más aumenta en importancia su principio espiritual; si el primero lo pone al nivel del bruto, el segundo lo eleva a una altura inconmensurable. Vemos el circulo en que el animal se detiene; mas no podemos alcanzar, ni aún con la imaginación, el límite a que puede llegar el Espíritu del hombre.
De ahí puede inferir el materialismo con el Espiritismo, lejos de temer los descubrimientos de la ciencia y su positivismo, se anticipa a ellos y los impulsa, porque está seguro de que el elemento espiritual que tiene su existencia propia, no puede recibir menoscabo alguno.
La existencia del principio espiritual es un hecho, que no tiene por decirlo así más necesidad de demostración que el principio material; es en cierto modo una verdad axiomática, que se afirma por sus efectos como la materia por los que le son propios.
Según la máxima, todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener causa inteligente; no hay quien no reconozca una diferencia entre el movimiento mecánico de una campana agitada destinado a dar una señal, o un aviso, revelador por lo mismo de un pensamiento, de una intención. Pero a nadie que tenga sano el entendimiento, se le puede ocurrir la idea de atribuir el pensamiento a la materia de la campana, se deduce que ésta es movida por una inteligencia a la que sirve de instrumento para manifestarse. Por la misma razón a nadie se le ocurre la idea de atribuir el pensamiento a un cadáver humano. Si el hombre vive y piensa, es porque hay en él algo que falta al cadáver. La diferencia que hay entre el hombre y la campana, es que la inteligencia que hace mover aquélla se halla fuera de ella, mientras que la que hace mover al hombre está en él mismo.
El principio espiritual es el corolario de Dios: sin este principio, no tendría Dios razón de ser, porque no se concebiría el soberano poder ni la infinita inteligencia, reinando eternamente sobre la materia bruta, del mismo modo que no se comprendería un soberano terrestre, ejerciendo su reinado sobre las piedras. Y como no se puede comprender a Dios sin los atributos esenciales de la Divinidad, entre los cuales son la justicia y la bondad, éstos carecerían de objeto si sólo hubieran de ejercitarse sobre la materia.
Por otra parte no podría concebirse un Dios justo y bueno en sumo grado, creando seres inteligentes y sensibles para reducirlos a la nada después de algunos instantes de sufrimiento sin compensación; recreando su vista en esta sucesión indefinida de seres que nacen sin haberlo solicitado, que piensan un instante para no conocer más que el dolor, y que se disipan para siempre después de una existencia efímera.
Sin la supervivencia del ser inteligente, los sufrimientos de la vida serían, de parte de Dios, una crueldad sin objeto. Por eso el materialismo y el ateísmo son corolarios recíprocos: negando la causa se niega el efecto, y negando el efecto no puede admitirse la causa. El materialismo es consecuente consigo mismo, ya que no lo es con la razón.
Según afirma Kardec, en el principio espiritual ven el corolario de la existencia de Dios. Como se ve no pueden estar más afines en el fondo los que tan distantes suelen estar en la forma.
Pues hablando, si en la Creación no hubiera más mundo habitado que la Tierra, podríamos decir juzgando por las apariencias, que Dios estuvo poco previsor en el plan de su obra; porque de la Tierra hay que decir lo que dicen que dijo un inglés al visitar la católica España: que le gustaba el suelo y el cielo, pero no el entresuelo; esto es, le encantaba su fecundo suelo, su sol de fuego, pero no sus hombres impresionables e irreflexivos; y esto mismo se puede decir de la Tierra.
La naturaleza ostenta su espléndida hermosura, en los rugientes mares, en la cordillera de las montañas, en los amenos valles, en los frondosos bosques, en el firmamento con sus múltiples velos atmosféricos, en las auroras boreales que cual sonrisas divinas alegran las regiones polares, en los torrentes que a prodigiosa altura lanzan sus hirvientes cataratas, en los fenómenos ópticos que producen los rayos solares sobre las nubes, que disueltas en menuda lluvia fertilizan la tierra, en este orden admirable por lo cual se armoniza, todo se enlaza, todo se eslabona en el trabajo incesante de la naturaleza; y sólo el hombre, es el Satán de la leyenda que se revela contra su Creador; en la Tierra todo habla de Dios, ¡Todo! Menos el hombre a pesar de llevar en su frente el distintivo de su genealogía Divina.
Le falta al hombre de este planeta la virtud que según Platón es el origen de las ciencias y de las artes: no sabe admirar, y como no sabe admirar, no ama a Dios, y no amándole no le comprende, y no comprendiéndole, es deísta; por esto las religiones han sido la parodia de la religión, y las primeras deben su origen a la escuela ateísta, nacida dentro de los abusos de la escuela deísta, siendo el ateísmo la consecuencia lógica, el resultado natural de los anacronismos religiosos.
Y este mundo, donde la vida es un dolor sin tregua, donde los que se llaman los iluminados del Señor, martirizan y queman a sus hermanos inventando todas las torturas, y todos los suplicios más fuertes y más crueles, como sucedía con el tribunal de la santa inquisición; y no hay religión que no tenga su abolengo en las hogueras y en los campos de batalla, siendo la historia de todas las religiones, persecuciones, desmanes y abusos; y dejando aparte el elemento religioso, busquemos a los que se llaman sabios, y veamos en otro sentido que tampoco comprenden a Dios, prueba de ello es cuando dijo Laplace, que para hacer su tratado de cosmogonía, no había necesitado de la hipótesis Dios; y Virchow decía, que se pueda comprobar la generación espontánea para no admitir la existencia del Creador, para eludir la intervención de una inteligencia ordenadora en la organización de la materia.
¿Y este mundo donde los deístas apelan a la fuerza bruta, para convencer a los mal llamados sabios, niegan la suprema sabiduría para hacer valer sus hipótesis, y huyen de la clara luz del Sol, y quieren ahuyentar la oscuridad en que viven, con la luz vacilante de absurdas teorías? ¿Y este mundo, repetimos, cuya humanidad es tan defectuosa, tan rebelde, tan antirracional, que o mata en nombre de Dios, o le niega en nombre de la ciencia: el hombre terrenal tal como es hoy, puede ser considerado como el Rey de la Creación? No; es completamente imposible; lo será en otros planetas, cuando tenga mejores condiciones, cuando adquiera lógica y raciocinio suficiente para comprender la gran misión que le toca cumplir; por esto encontramos pobre la creencia que afirma ser la Tierra la única morada del hombre, para en ella adorar a Dios.
Nace la luz en la comparación de la causa con los efectos: y la causa Dios, ¡Es inmensa! ¡Infinita! ¡Infinitísima!… y el efecto Tierra, ¡Es pequeño! ¡Microscópico! ¡Infinitesimal!… Por esto entre el hombre terrenal y Dios, deben mediar innumerables razas, cuyo número fijo ningún matemático podrá sumar jamás.
Los terrenales somos muy pequeñitos todavía, porque nuestra civilización, no nos ha dado más que un necio orgullo, una presunción insoportable: revelándose en los unos con la creación de un Dios inadmisible, y en los otros con la negación del principio de la vida; ni los religiosos, ni los semi-sabios han comprendido la omnipotencia del Ser Supremo.
Raudales de ciencia y raudales de amor hacen falta en la Tierra; y fijarse menos en las palabras y más en los hechos: siendo las religiones las encargadas de operar un cambio social.
Vencedores pueden ser todos los hombres que busquen la luz de la verdad; y la iglesia católica si se afilia al racionalismo moderno, podrá ser todavía una de las escuelas religiosas que tenga un buen número de adeptos: pero ha de seguir paso a paso la marcha de la civilización actual; ha de interpretar fielmente las enseñanzas de Cristo; ha de comprender en su valor inmenso su divina revelación.
¡Cuan bien la describe Kardec en su Génesis!
La parte más importante de la revelación de Cristo, en el sentido de que es el principal distintivo y la piedra angular de toda su doctrina, es el nuevo punto de vista bajo el cual hace considerar a la Divinidad. No es el Dios terrible, celoso y vengativo de Moisés; el Dios cruel implacable que riega la Tierra con sangre humana, y ordena la matanza y exterminio de los pueblos, sin exceptuar a las mujeres, niños y ancianos. No es el Dios injusto que castiga a todo un pueblo por el pecado de su Rey; que se venga del culpable en la persona del inocente, y que hiere a los hijos por las faltas de sus padres; sino un Dios clemente, soberanamente justo y bueno, lleno de mansedumbre y de misericordia, que perdona al pecador arrepentido y da a cada uno según sus merecimientos. No es el Dios de un solo pueblo privilegiado, el Dios de los ejércitos que preside los combates para sostener su propia casa contra el Dios de los otros pueblos; sino el Padre común del género humano que extiende su protección a todos sus hijos y los llama hacia Él. No es tampoco el Dios que recompensa con los bienes de la Tierra, y que hace consistir su gloria y la felicidad en la dominación y esclavitud de los pueblos rivales y en la multiplicidad de su progenie; sino que dice a los hombres: vuestra verdadera patria no está en este mundo, sino en el cielo; allí es donde los humildes de corazón serán ensalzados, y abatidos los soberbios. No es el Dios que hace una virtud de la venganza y manda dar ojo por ojo y diente por diente; sino el Dios de misericordia, que dice perdonad las injurias, si queréis que se os perdonen vuestros pecados: devolved bien por mal; no hagáis a otro lo que no queréis que hagan con vosotros. No es ya el Dios mezquino y meticuloso que impone bajo las más rigurosas penas la manera con que quiere ser adorado, y que se ofende por la inobservancia de una fórmula; sino el Dios grande que mira las intenciones y no se honra con las exterioridades.
No es en fin, el Dios que quiere ser temido; sino el Dios que quiere ser amado.
Toda la doctrina de Cristo está fundada sobre el carácter que atribuye a la Divinidad. Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bueno y misericordioso, ha podido hacer del amor de Dios y de la caridad para con el prójimo, la condición única de salvación, y decir: ésa es toda ley y los profetas, y no hay otra.
Sobre esta creencia se ha podido basar la igualdad de los hombres ante Dios, y la fraternidad universal. Esta revelación de los verdaderos atributos de la Divinidad, unida a la de la inmortalidad del alma y de la vida futura, modifica profundamente las relaciones mutuas de los hombres; les imponía nuevas obligaciones; les hacía mirar la vida presente bajo otro aspecto, y debía por consecuencia, modificar profundamente las costumbres y relaciones sociales. Éste es incontestablemente por sus consecuencias el punto más capital de la revelación de Jesucristo, cuya importancia no se ha comprendido lo bastante. Sensible es decirlo, es el punto en que más se han apartado las creencias y que más se ha desconocido en la interpretación de sus enseñanzas.
Es verdad; y esas enseñanzas deben de ser estudiadas por todos los hombres de buena voluntad, vengan de donde vengan y sean quienes sean. La humanidad debe de trabajar unida porque la unión constituye la fuerza; y ya que tantos siglos hemos perdido sumidos en la ignorancia, justo es que despertemos de nuestro sueño, y todas las escuelas busquen a Dios en la ciencia. ¡Oh! Sí, en la Ciencia y la Caridad.
Toda la mitología pagana es en realidad un extenso estudio alegórico de las diversas fases buenas y malas de la humanidad. Para quien sabe desentrañar su Espíritu, es un curso completo de la más alta filosofía, como lo son por su estilo las fábulas modernas.
Lo absurdo era tomar la forma por el fondo. Pero los sacerdotes paganos no enseñaban más que la forma, sea porque algunos no supiesen más, o porque tuviesen interés en mantener a los pueblos en creencias que favoreciendo su dominación, les eran más productivas que la filosofía. La veneración del pueblo a la forma, era una fuente inagotable de riquezas, por los donativos acumulados en los templos, las ofrendas y sacrificios hechos a los Dioses, en provecho de sus representantes o ministros. Un pueblo menos crédulo hubiera dado menos importancia a las imágenes, a las estatuas, a los emblemas y a los oráculos; y Sócrates fue condenado como impío a beber la cicuta, por haber querido secar esa fuente, poniendo la verdad en lugar del error.
Entornes no estaba aún en uso el quemar vivos a los herejes, pero quinientos años antes de Cristo fue condenado a la infamante muerte como impío, porque como Sócrates, quiso sustituir el espíritu de la letra y porque su doctrina esencialmente espiritual, destruía la supremacía de los escribas, fariseos y doctores de la ley.
Lo mismo sucede con la Génesis, en la cual hay grandes verdades morales bajo figuras materiales, que tomadas a la letra, serían tan absurdas como si en nuestras fábulas se tomaran al pie de la letra las escenas y los diálogos que se atribuyen a los animales.
Adán es la personificación de la humanidad; su falta individualiza la debilidad del hombre, en quien predominan los instintos materiales, a los que no sabe resistir.
El árbol, como árbol de la vida, es el emblema de la vida espiritual; como árbol de la ciencia, es el de la conciencia que el hombre adquiere del bien y del mal por el desarrollo de su inteligencia y del libre albedrío, en virtud del cual escoge entre ambos; indica el estado aquel en que el hombre, dejando de ser guiado sólo por el instinto, toma posesión de su libertad y contrae la responsabilidad de sus actos.
El fruto del árbol es el emblema del objetivo de los deseos materiales del hombre; es la alegoría de todo apetito desordenado; resume bajo una misma figura los motivos de inclinación al mal; y comer de él, es sucumbir a la tentación. Crece en medio del jardín de delicias, para dar a entender que la seducción está en el fondo mismo del placer, y recordar al mismo tiempo que si el hombre da la preferencia a los goces materiales, se apega a la tierra y se aparta del camino de su destino espiritual.
La muerte con que le amenaza si infringe la prohibición que se le hace, es un aviso de las consecuencias inevitables, tanto físicas como morales, que acarrea la violación de las leyes divinas gravadas en su conciencia. Es evidente que no se trata aquí de la muerte corporal, puesto que, después de su pecado, Adán vivió aún por mucho tiempo; sino de la muerte espiritual, es decir, de la pérdida de los bienes del adelantamiento moral, de cuya pérdida es imagen la inmediata expulsión del jardín de las delicias.
La serpiente está lejos de representar hoy el tipo de astucia. Es pues, en este pasaje con relación a su forma, más que a su carácter, una alusión a la perfidia de los malos consejos que se arrastran como la serpiente y de los cuales muchas veces, por esta razón, no se desconfía. Por otra parte, si la serpiente fue condenada a arrastrarse sobre su vientre, por haber engañado a la mujer, se deduciría que antes tendría piernas, en cuyo caso no sería serpiente. ¿A qué fin imponer a la credulidad sencilla de los niños como verdades, alegorías tan evidentes y que falseando su juicio, les hacen luego mirar los libros sagrados como un tejido de fábulas absurdas?
Si el pecado de Adán no fue otro que el de haber comido un fruto, no puede justificar por su índole casi pueril, el rigor con que fue castigado. Tampoco se puede racionalmente admitir que consistió en el hecho que generalmente se supone; porque considerándolo como crimen indigno de perdón, Dios habría condenado su propia obra, puesto que habría creado al hombre para su propagación. Si Adán hubiese entendido en este sentido la prohibición de tocar el fruto del árbol, y se hubiese conformado con ella, ¿Dónde estaría la humanidad, y qué habría sido de los designios del Creador? Dios habría creado el inmenso aparato del Universo para dos solos individuos y la humanidad habría venido contra su voluntad y sus previsiones.
Dios no creó a Adán y a Eva para estar solos en la Tierra, y la prueba la tenemos en las mismas palabras que le dirigió inmediatamente después de su formación cuando estaban aún en el paraíso terrestre. “Y bendíjolos Dios, y dijo: creced y multiplicaos y henchid la Tierra y subyugadla”. Puesto que la multiplicación del hombre era una ley desde el paraíso terrestre, su expulsión no pudo tener por causa el hecho que se supone.
¿Cuál es entonces ese tan enorme pecado que ha podido dar lugar a la reprobación sempiterna de todos los descendientes del que la a cometido? Caín el fratricida, no fue tratado con tanta severidad. Ningún teólogo ha podido explicar ese punto lógico racionalmente, porque ateniéndose todos a la letra, han girado siempre en un círculo vicioso.
Al decir a Adán que sacara su alimento de la tierra con el sudor de su frente, simboliza Dios la obligación de trabajar, pero ¿Por qué hace del trabajo un castigo? ¿Qué sería de la inteligencia humana si no la desarrollara con el trabajo? ¿Y qué sería la tierra si no fuese fecundada, transformada y saneada por el trabajo inteligente del hombre? ¿Por qué dijo a la mujer que, a causa de su pecado, pariría con dolores? ¿Cómo los dolores del parto pueden ser un castigo, puesto que es una consecuencia del organismo, y que está probado fisiológicamente que el dolor es necesario? ¿Cómo una cosa que está conforme con las leyes de la naturaleza, puede ser un castigo? He aquí lo que los teólogos no han podido aún ni podrán explicar, hasta que salgan del punto de vista en que se han colocado; y sin embargo, estas palabras que parecen tan contradictorias, pueden justificarse y conciliarse fácilmente.
Observemos por de pronto, que si en el momento de la Creación de Adán y Eva, sus almas acabadas de salir de la nada, como se nos enseña, debían ser sencillas e inocentes en todo, y no podían saber lo que era morir, ya que estaban solos sobre la Tierra, mientras estuvieron en el paraíso terrestre, no vieron morir a nadie, ¿Cómo pues, podrían comprender en qué consistía la amenaza de muerte que Dios les hizo? ¿Cómo Eva habría podido comprender que parir con dolor era un castigo, puesto que acabando de nacer a la vida, nunca había tenido hijos y que era la única mujer del mundo?
Las palabras de Dios no debían tener para ellos sentido alguno, apenas salidos de la nada debían ignorar porqué y cómo habían salido; no podían comprender ni al Creador ni el objeto de la prohibición que les imponía. Sin experiencia alguna de las cosas de la vida, pecaron como niños que obran sin discernimiento; lo cual hace más incomprensible aún la terrible responsabilidad que Dios ha hecho caer sobre ellos, y sobre la humanidad entera.
Lo que es una dificultad insuperable para la teología, el Espiritismo lo explica sin dificultad alguna, y de un modo racional por la anterioridad del alma y la pluralidad de existencias; ley sin la cual todo es misterioso y anómalo en la vida del hombre. En efecto, concedamos que Adán y Eva habían vivido anteriormente, y todo quedaría justificado.
Dios no les habla ya como niños, sino como a seres en estado de comprender y que le comprenden; lo cual sería una prueba evidente de que ya sabían de antemano muchas cosas. Admitamos, además, que hayan vivido en un mundo más adelantado y menos material que el nuestro, donde el trabajo del Espíritu suplía el trabajo corporal; que por su rebeldía a la ley de Dios, figurada por la desobediencia, hayan sido expulsados de él y relegados por castigo a la Tierra, donde el hombre a consecuencia de la naturaleza del globo, está sujeto al trabajo corporal; Dios en estas circunstancias podría decirles con razón: en el mundo donde viviréis, en lo sucesivo, cultivaréis la tierra y sacaréis de ella vuestro alimento con el sudor de vuestra frente. Y a la mujer: parirás con dolores, porque tal es la condición de ese mundo. El paraíso terrestre, cuyos rastros se han buscado inútilmente en la Tierra, sería en este caso la figura del mundo feliz donde había vivido Adán, o más bien la raza de espíritus en él personificada. La expulsión del paraíso marca el momento en que estos espíritus han venido a encarnarse entre los habitantes de ese mundo, y el cambio de situación que ha sido la consecuencia. El ángel armado con una espada flamígera que prohibe y defiende la entrada en el paraíso, simboliza la imposibilidad en que están los espíritus de los mundos inferiores de penetrar en los superiores antes de haberlo merecido por su purificación.
¡Cuánto más racional, cuánto más lógica es esta explicación que el paraíso de Moisés con el árbol y el fruto prohibido!
Las grandes verdades todas son demostrables axiomáticamente; y en la historia sagrada, todo es emblemático y parabólico; y en los tratados religiosos, debían estar sus conceptos al alcance de todas las inteligencias, para que no se tergiversara el significado de sus proposiciones: porque la letra mata, y el Espíritu vivifica. La sabiduría no consiste en hablar mucho, y afirmar poco; la verdadera sabiduría se manifiesta demostrando con hechos irrefutables la verdad de los principios que se sustentan.
Dice un gran pensador, que las escuelas pierden todo aquello que quieren perder, y es muy cierto. La escuela ultramontana ella sola se aparta del movimiento científico universal; pues si por una parte se reconcilia con la ciencia, por otra inspira a sus adeptos esa fe que demuestra la pequeñez del Espíritu y que detiene el vuelo de la inteligencia, haciéndole descender desde el espacio infinito a un circulo microscópico.
Nosotros creemos que las manchas del pecado se lavan con las aguas del progreso; y ese dios que destruye lo que crea, no es el Dios de los racionalistas. ¡Nuestro Dios es más grande! ¡Es más clemente! ¡Es más justo! Tiene el tiempo ante sí, y en esa eternidad sin límites se purifican todas las humanidades por medio del trabajo, por medio del estudio y de las investigaciones científicas. ¡Sí, sí, por la ciencia! ¡Océano inmenso donde navega el hombre, buscando un puerto que se llama Dios!
Los teólogos para darle más efecto a sus fábulas religiosas, suprimen o mejor dicho, confunden el diluvio universal, el que marcó el periodo diluviano, con el diluvio bíblico, es decir, el diluvio asiático. Kardec en su Génesis hace mención de ambos, y encontramos más lógico en sus aplicaciones sencillas y naturales que en las fábulas religiosas, en las cuales hay pequeños detalles que hacen sonreír al hombre más grave.
Siendo la ciencia la demostración de Dios, ¿Qué es la revelación sin la ciencia? Un cúmulo de errores, una serie de fábulas místicas que llenan el alma de confusión. La revelación sin la ciencia es una conspiración contra la verdad que han formado todas las religiones; y que sólo ha conseguido estacionar al hombre limitando sus aspiraciones, sujetando su Espíritu con las férreas cadenas del fanatismo.
¡La ciencia es la primogénita de Dios! ¡Es Dios mismo! Y nosotros decimos refiriéndonos a esa demostración divina, lo que decía Plinio hablando del mundo.
Escuchemos al sabio filosófico; el mundo o lo que también llamamos cielo, que en su anchuroso seno abarca todos los seres, es un Dios eterno, inmenso, que no fue producido nunca ni perecerá jamás. Buscar alguna cosa fuera de Él, es trabajo inútil para el hombre y superior a sus fuerzas. Ese es el Ser verdaderamente sagrado, el Ser eterno, inmenso, que todo lo encierra y abarca; Él lo es todo y está en todo. Es obra de la naturaleza y la naturaleza misma.
Nosotros decimos: ¡Dios es la ciencia, y la ciencia es Él! Buscar la verdad fuera de la ciencia es trabajo inútil superior a las fuerzas del hombre. ¡Donde falta la ciencia sólo puede vivir el sofisma! La ciencia lo es todo; un sabio afirmaba que la ciencia y la caridad son la palabra de Dios.
Tomado del Blog "La Luz del Camino"