Libro "Acción y Reacción" Chico Xavier\André Luiz « parte 77 »
Mi madre, por el contrario, era católica romana de pensamiento fervoroso y digno, y, aunque sin descender con nosotros a sostener cualquier disputa en la referente a la religión, intentaba instruirnos en el deber de la beneficencia. Me acuerdo, con tardío arrepentimiento, de las reiteradas invitaciones que nos dirigía con la mayor bondad, para que participásemos con ella en las tareas de la caridad cristiana, invitaciones que mi padre y yo rechazábamos, sin discrepancias, encastillados en nuestra irreverencia fatua y risueña. Mi madre percibió muy pronto que mi pobre espíritu traía consigo la acidez de la usura y, reconociendo que le seria extremadamente difícil colaborar en la renovación íntima de mi padre, hombre hecho ya, y habituado desde la infancia a la riqueza, concentraba en mí sus propósitos de elevación. Con tal motivo, trató de estimularme a los estudios de Medicina, alegando que, al lado del sufrimiento humano, podría yo encontrar las mejores oportunidades de auxilio al prójimo, haciéndome, así, agradable a Dios, aunque no me fuese posible atesorar los recursos de la fe. Íntimamente, yo disentía de las sagradas esperanzas del ser que más querido era a mi espíritu. Sin lograr poder resistir su cerco afectivo, me consagré al estudio de la carrera médica, pero mucho más interesado en explotar los enfermos ricos, cuyas enfermedades me proporcionarían recursos materiales: Pero en vísperas de acabar mis estudios, mi madre, relativamente joven, desencarnó, víctima de una angina de pecho. Nuestro dolor fue enorme. Recibí mi título de médico, como si fuese un detestable recuerdo, y, a pesar de los estímulos de la bondad paterna, no llegué a practicar la profesión conquistada. Me recogí en la intimidad doméstica, de la que me ausentaba solamente para el entretenimiento y reposo, más hundido que nunca en la avaricia, acompañando el inventario de la herencia de mi madre, con vigilancia tan rigurosa, que mis extrañas actitudes llegaron a sorprender a mi propio padre, que podía ser egoísta y displicente, pero nunca avaro como yo lo era. Comprendí que la fortuna heredada me situaba, para mi desgracia moral, a salvo de cualquier necesidad de la vida física por largos años, siempre que no la derrochase... Aun así, cuando vi a mi padre inclinado a contraer segundas nupcias, casi a los sesenta años de edad, hice cuanto pude, indirectamente, para disuadirle, tratando de apartarle de semejante idea. Pero él era un hombre de gran resolución en sus decisiones, y se casó con Aida, una joven de mi edad, unos treinta años... Recibí a la madrastra como a una intrusa en nuestro ambiente doméstico y, tomándola por una aventurera común a la caza de una fortuna fácil, juré vengarme de ella... A pesar de las cariñosas peticiones del matrimonio y del trato gentil que la pobre joven me dispensaba, echaba siempre mano de un pretexto, para huir de su convivencia. El nuevo matrimonio, no obstante, pasó a exigir del esposo más amplios sacrificios en el mundo social del que Aida no pretendía apartarse, y, por tanto, al término de algunos meses, mi padre se vio obligado a solicitar tratamiento médico y a someterse a un necesario reposo. Yo veía su decadencia orgánica con viva aprensión.Libro Psicografiado, "Acción y Reacción", por Chico Xavier\André Luiz
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Haz un comentario