El Horror de la Muerte
por Jose Luis Martín
Aquella tarde de invierno, en un día nublado, frío y triste que cayó sobre aquel pueblo, muchos vecinos hablaban en voz baja, impresionados con lo que estaba aconteciendo. Y es que en el fondo, se sentían como una gran familia, y uno de sus miembros acababa de fallecer.
Esa mujer que ayer mismo aún respiraba, se movía, nos hablaba de sus preocupaciones y temores; nos contaba sus historias y vivencias, se había ido;Ya no está; pero, ¿por qué?; ¿que ha pasado?; ¿por qué ayer sí, y hoy ya no?; ¿ volverá?.; parece mentira... El caso es que hoy se ha ido y ya no está,... pero la vida, como un reloj sin alma, sigue caminado y continúa impasible desgranando sus horas y sus días como si nada pasase ni le afectase, con arreglo a lo determina su mecanismo ciego e imperturbable.
Mientras tanto, ella ya no está, pero el escenario de su vida permanece; sus cosas, su casa, sus ropas, sus cuadros, su ambiente y hasta los olores que tenía la casa cuando ella aún estaba.
Algunos presenciaron con horror como la tapadera de la caja mortuoria, se cerraba para siempre, guardando al ser querido; ¿ o no era aquello el ser querido, y solamente era una inerte apariencia de su imagen?
En el templo religioso, solamente se aumentó la tristeza y la amargura de los allegados, alimentando su desespero al contemplar un ritual con un discurso vacío, ininteligible y que no aportaba ningún consuelo. ¿ Pero, por qué ella ya no estaba?; ¿ Qué es lo que se quedó guardado dentro de aquella caja ?.
La procesión que se formó después acompañando el cadáver a su última morada, caminó lentamente, salpicada por una fría llovizna y en medio de un silencio cabizbajo, roto solo por algún sollozo mal contenido , formando así una comitiva que avanzaba lenta , acompañando al ser querido en su camino sin retorno.
¡ Qué dolor y qué tormento!, cuando en aquel oscuro y estrecho agujero entró la caja de madera con su doloroso contenido, a donde iba destinado a permanecer para siempre, con la sola y horrible compañía de otra osamenta, la de su madre, que en el interior de un saco de tela quedó depositada para siempre a su lado.
Después que el nicho fue sellado bajo la mirada perdida de sus deudos, de sus vecinos y de sus amistades,en medio de un silencio roto solamente por el llanto y la desesperación de algún ser querido y allegado, que lleno de incomprensión se rebelaba contra la irreversible y horrorosa situación que atravesaba como si de la peor pesadilla posible se tratase. “¿ Por qué nos pasa esto a nosotros?”; Dios mío, si existes, ¿por qué te la llevas ahora ?;¿Por qué nos la quitas?. En esos instantes de dolor arrasador nadie le puede aliviar ni contestar a esos humanos y desesperados interrogantes.
Ante semejante cuadro sufro por sentirme torpe e impotente por no poder ayudar de algún modo en aquellos tristes momentos.
Me parece tener las respuestas que deberían aliviar sus almas atormentadas, y sin embargo no me atrevo ni a ponerme en su lugar, a practicar eso que llaman empatía, porque a pesar de mis conocimientos y respuestas, pienso que tal vez, si fuese yo quien atravesase ese drama en primera fila de protagonismo, posiblemente también sucumbiría al dolor.
Siempre tendemos a hablar bien de los que ya se han ido de este mundo, pero lo cierto es que esta mujer, y no lo digo porque ya no esté entre nosotros, siempre demostró ser una persona buena y hospitalaria. Además , ciertamente siempre fue una excelente y abnegada madre y esposa. No la conocí durante mucho tiempo, pero sí el suficiente como para llegar a quererla a ella y a su familia, gente sencilla, buena y noble por naturaleza.
Creo que lo que quedó encerrado en el interior de aquella caja, era solo materia; una materia de la que ella se revistió humanamente cuando estuvo aquí, pero lo que me resulta evidente es que aquella materia no era ella, el ser amigo y querido , ahora ausente. ¡ Qué horrible de verdad sería solamente la posibilidad de que ella de verdad hubiese quedado encerrada allí, para siempre!. No me extraña que alguno de esos familiares dolidos por su pérdida, ante la envoltura yacente como un cascarón vacío, puedan confundir la realidad con que el ser amado queda allí metida, y eso, es peor que el peor de los infiernos imaginados por la teología. Y es que las religiones, aun las llamadas “cristianas”, nunca han abordado esta realidad tal como es, sino que “ se han ido por las ramas” del dogma y la fantasía. Nunca han hablado claramente de lo que es la muerte; el para qué y el por qué estamos aquí; el por qué nacemos y morimos; qué sentido tiene todo esto, y tantos y tantos interrogantes que en el fondo, la mayoría nos hemos hecho alguna vez, y para los cuales nunca han dado respuestas filosoficamente correctas y coherentes, y cuando las han querido dar, estas han sido tan ambíguas e incomprensibles, basadas en la obligada creencia dogmática, que en el fondo solamente han dejado un vacío y un estado de confusión e incertidumbre en nuestro interior, o sea una falta de luz y de la necesaria y auténtica fe, que es aquella que no ofende a la razón y al sentido de lo lógico y coherente.
Ojalá algún día, estas personas , y tantas y tantas que como ellas se enfrentan a esta realidad de la que jamás nadie estaremos libres, que puedan encontrar alguna respuesta aceptable que les reporte algo de luz y de consuelo.
Mientras, a mi me queda el consuelo de saber, más que de creer, que nuestra amiga sigue viviendo en otra dimensión. Esto es algo así como considerar que la vida es como quien contempla un río que nos trae y que se lleva de todo: penas, alegrías, esperanzas, luchas, pruebas, que llegan y pasan. Cuando el río de la vida nos trae nuestra propia muerte, la vida no cambia, sigue su rumbo de traer y de llevarse aquello que nos trajo; lo único que cambió es que se nos llevó a nosotros mismos a la otra orilla del río, la otra dimensión, desde la cual seguimos viendo transcurrir la vida, pero desde el otro lado, de modo que los que quedaron en la orilla anterior, no nos ven, y piensan que nos hemos ido con la corriente del río como todo lo demás, pero sin embargo, esa misma corriente al cabo de mas o menos tiempo, termina por devolvernos de nuevo a esta orilla, en donde seguiremos viendo el río y aprendiendo de todo lo que nos trae. No recordamos detalles más concretos de nuestras vidas anteriores porque nuestra materia orgánica está limitada en el tiempo, con un principio y con un final; es parte de lo que nos trae y de lo que después se vuelve a llevar el mencionado río de la vida.
Cuando se penetra un poco en el estudio del Espiritismo, enseguida encontramos numerosos testimonios mediúmnicos que nos aclaran y nos describen como es esa “ otra orilla”, en medio de una lógica y avalado por unas pruebas inapelables de que, en efecto, sigue la vida después de la muerte del cuerpo, sabemos lo que hay tras el “Velo de Isis” de este mundo en el que nos creemos vivos y además los únicos seres vivos que existen en medio del universo infinito. Por eso creo que es tan importante seguir avanzando en el estudio y el aprendizaje del conocimiento espiritual libre de dogmas y preconceptos religiosos. Para las religiones solamente son creencias que hay que admitir por la fe impuesta. Para los estudiosos y adeptos de la doctrina espírita, este conocimiento es razonado y razonable, y supone cuando se adquiere, acompañarnos de una seguridad y una serenidad y aceptación ante hechos humanos como los aquí relatados, que la gente no termina de comprender y si acaso los achaca al escudo autoprotector ante el dolor con el que, dicen, que los espíritas nos defendemos de los golpes que da la vida. Nos proporciona una paz y un equilibrio interior, que a veces podemos transmitir a los demás, aliviando así , al menos en parte, esos cuadros de dolor humano que se originan ante la pérdida de seres queridos.
Tomado del Blog "El Espírita Albaceteño"