6 de agosto de 2019

El Pececito Rojo

El Pececito Rojo

por Emmanuel

Ante las puertas libres de acceso al trabajo cristiano y al conocimiento saludable que André Luiz va impartiendo, nos acordamos de la antigua leyenda egipcia del pececito rojo.

En el centro de un hermoso jardín, había un gran lago adornado de ladrillos azul turquesa. Alimentado por un diminuto canal de piedra, traía las aguas del otro lado, a través de una reja muy estrecha.
En ese reducto acogedor, vivía toda una comunidad de peces rollizos y satisfechos, en complicadas cuevas frescas y sombrías.
Eligieron a uno de los conciudadanos de grandes aletas para el cargo de rey, y vivían allí, plenamente despreocupados, entre la gula y la pereza.

Entretanto, junto a ellos, había un pececito, menospreciado de todos.
No conseguía pescar la más leve larva, ni refugiarse en los nichos de barro.
Los otros, voraces y gordiflones, arrebataban para sí todas las larvas y ocupaban, displicentes, todos los lugares consagrados al descanso.
El pececito rojo nadaba y sufría. Por eso mismo era visto, en correría constante, perseguido por la canícula o atormentado de hambre.
No encontrando ninguna estancia en el amplio domicilio, el pobrecito no disponía de tiempo para mucho ocio y comenzó a estudiar con bastante interés.
Hizo el inventario de todos los ladrillos que adornaban los bordes del pozo, registró todos los huecos existentes en él, y sabía, con precisión, donde se reuniría la mayor masa de lodo cuando llovía.
Después de mucho tiempo, a costa de largas investigaciones, encontró la reja del desagüe.

Frente a la imprevista oportunidad de aventura, se dijo a sí mismo:
–“¿No será mejor investigar la vida y conocer otros lugares? ”Optó por la investigación.
A pesar de su delgadez por la mala alimentación, perdió varias escamas, con gran sufrimiento, para poder atravesar el pasaje estrechísimo.
Pronunciando votos renovadores, avanzó, optimista, por la corriente de agua , encantado con los nuevos paisajes, ricos en flores y el sol que tenía ante sí, y siguió, embriagado de esperanza…
Pronto alcanzó un gran río, e hizo innumerables conocimientos. Encontró peces de muchas familias diferentes, que simpatizaron con él, instruyéndole en cuanto a las dificultades de la marcha y revelándole caminos más fáciles.
Embebido contempló, en las márgenes, hombres y animales, embarcaciones y puentes, palacios y vehículos, cabañas y arboledas.
Habituado a tener poco, vivía con extrema simplicidad, sin perder jamás la ligereza y la agilidad naturales.
Consiguió, de ese modo, alcanzar el océano, ebrio de novedad y sediento de estudio.

Mientras, fascinado por la pasión de observar, se aproximó a una ballena para quien toda el agua del lago, en el que viviera, no sería más que una diminuta ración; impresionado con el espectáculo, se acercó a ella más de lo que debía y fue tragado con los elementos que constituían la primera comida del día.
En apuros, el pececito afligido oró al Dios de los peces, rogando protección en las fauces del monstruo y, a pesar de las tinieblas en que pedía salvamento, su oración fue oída, porque el cetáceo comenzó a sollozar y vomitó, restituyéndole a las corrientes marinas.

El pequeño viajero, agradecido y feliz, buscó compañías más simpáticas y aprendió a evitar los peligros y tentaciones.
Plenamente transformado en sus concepciones del mundo, pasó a observar las infinitas riquezas de la vida. Encontró plantas luminosas, animales extraños, estrellas móviles y flores diferentes en el seno de las aguas. Sobre todo, descubrió la existencia de muchos pececitos estudiosos y delgados, tanto como él, junto a los cuales se sentía maravillosamente feliz.
Vivía, ahora, sonriente y en calma, en el Palacio de Coral que eligiera, con centenares de amigos, para residencia dichosa, cuando al contar su laborioso pasado, vino a saber que solamente en el mar las criaturas acuáticas disponían de sólida garantía, ya que, cuando el estío se hiciese más arrasador, las aguas de otra altitud continuarían corriendo hacia el océano.

El pececito pensó, pensó…y sintiendo inmensa compasión de aquellos con quienes había convivido en la infancia, decidió consagrarse a la obra de su progreso y salvación.
¿No sería justo regresar y anunciarles la verdad? ¿No sería noble ampararles prestándoles, a tiempo, valiosas informaciones? No lo dudó.
Fortalecido por la generosidad de los hermanos benefactores que vivían con él en el Palacio de Coral, emprendió el largo viaje de vuelta.
Volvió al río, del río se dirigió a los regatos y de los regatos se encaminó a los canales que le condujeron al primitivo hogar.

Esbelto y satisfecho como siempre, por la vida de estudio y servicio a la que se consagraba, paró en la reja y buscó, ansiosamente, a los viejos compañeros.
Estimulado por la proeza de amor que efectuaba, supuso que su regreso iba a causar sorpresa y entusiasmo general. Seguramente, la colectividad entera celebraría el hecho, pero, pronto verificó que nadie se movía en ese sentido.
Todos los peces continuaban pesados y ociosos, hartos en los mismos nidos lodosos, protegidos por flores de lotos, de donde salían apenas para disputar larvas, moscas o lombrices despreciables.

Gritó que había vuelto a casa, pero no hubo quien le prestase atención ya que nadie había notado allí su ausencia.
Apesadumbrado buscó, entonces, al rey de enormes agallas y le comunicó la reveladora aventura.
El soberano, algo entorpecido por la manía de grandeza, reunió al pueblo y permitió que el mensajero se explicase.
El benefactor despreciado, aprovechando la ocasión, aclaró, con énfasis, que había otro mundo líquido, glorioso y sin fin.
Aquel pozo era una insignificancia que podía desaparecer, de un momento para otro. Más allá del desagüe próximo, se desarrollaba otra vida y otra experiencia. Allá afuera, corrían regatos ornados de flores, ríos caudalosos repletos de seres diferentes y, por fin, el mar donde la vida aparece cada vez más rica y más sorprendente. Describió la s clases de tencas y salmones, de truchas y escualos. Describió al pez luna, el pez conejo y el gallo del mar.

Contó que había visto el cielo repleto de astros sublimes y que descubrió árboles gigantescos, barcos inmensos, ciudades playeras, monstruos temibles, jardines sumergidos, estrellas del océano y se ofreció para conducirles al Palacio de Coral, donde vivirían todos, prósperos y tranquilos. Finalmente, les informó que semejante felicidad tenía igualmente su precio. Todos deberían adelgazar, convenientemente, absteniéndose de devorar tanta larva y tanto gusano, en las grutas oscuras, y aprendiendo a trabajar y estudiar tanto como fuese necesario para la venturosa jornada.
Tan pronto terminó, escuchó un coro de carcajadas estridentes. Ninguno creyó en él.

Algunos oradores tomaron la palabra y afirmaron, solemnes, que el pececito rojo deliraba, que otra vida más allá del pozo era francamente imposible, que aquella historia de riachuelos, ríos y océanos era simple fantasía de cerebro demente, y algunos llegaron a declarar que hablaban en nombre del Dios de los peces, que traía los ojos vueltos hacia ellos únicamente.
El soberano de la comunidad, para ironizar mejor al pececito, se dirigió, en compañía de él, hasta la reja del desagüe y exclamó:
–“¿No ves que no cabe aquí ni una sola de mis aletas? ¡Gran tonto! ¡Vete de aquí! no perturbes nuestro bienestar…
Nuestro lago es el centro del Universo.
¡Nadie posee vida igual a la nuestra!
Expulsado a golpes de sarcasmo, el pececito realizó el viaje de retorno y se instaló, definitivamente, en el Palacio de Coral, a guardando el tiempo.
Después de algunos años apareció una pavorosa y devastadora sequía.
Las aguas descendieron de nivel. Y el pozo donde vivían los peces, panzudos y vanidosos, se secó, llevando a la comunidad entera a perecer, atorada en el lodo.

El esfuerzo de André Luiz, buscando encender luz en las tinieblas, es semejante a la misión del pececito rojo.
Encantado con los descubrimientos del camino infinito, realizados después de muchos conflictos en el sufrimiento, vuelve a los cubiles de la corteza terrestre, anunciando a los antiguos compañeros que, más allá de los cubículos en los que se movilizan, resplandece otra vida, más intensa y más bella, exigiendo, sin embargo, cuidadoso perfeccionamiento individual para la travesía del estrecho pasaje de acceso a las claridades de la sublimación.
Habla, informa, prepara, explica…Con todo, hay muchos peces humanos que sonríen y pasan, entre la mordacidad y la indiferencia, buscando grutas pasajeras o peleando por larvas temporales.
Esperan un paraíso gratuito con milagros os deslumbramientos, después de la muerte del cuerpo.

Pero, además de André Luiz y nosotros, humildes servidores de la buena voluntad, no olvidemos que para todos los caminantes de la vida humana pronunció el Pastor Divino las indelebles palabras:
“A cada uno le será dado de acuerdo con sus obras”.
EMMANUEL

Tomado del Blog "La Luz del Camino"

Conversación con el Espíritu de una Persona Viva 9/11

El Espíritu por un Lado y el Cuerpo del Otro

Conversación con el Espíritu de una Persona Viva 9/11

por Allan Kardec.

51. ¿Vuestra vista penetra los objetos opacos? – R.: Sí.

52. ¿Podríais ir a otro planeta? – R.: Eso depende.

53. ¿De qué depende? – R.: Del planeta.

54. ¿A qué planetas podríais ir? – R.: A aquellos que se encuentran en la misma gradación que la Tierra, más o menos.

55. ¿Veis los demás Espíritus? – R.: Muchos y más aún.

Comentario: Una persona que lo conoce íntimamente, y que asistía a esa sesión, dice que esa expresión le es muy familiar; ve en ello, así como en toda su forma de expresarse, una prueba de identidad.

56. ¿Veis algunos aquí? – R.: Sí.

57. ¿Cómo constatáis su presencia? ¿Es por una forma cualquiera? – R.: Es por su propia forma; es decir por la de su periespíritu.

58. ¿Veis alguna vez vuestros hijos, y podéis hablarles? – R.: Los veo y les hablo muy a menudo.

59. Habéis dicho: Mi cuerpo es accesorio; soy yo quien está aquí. ¿Ese yo está circunscrito, limitado; tiene una forma cualquiera; en una palabra, con que forma os veis? – R.: Es siempre el periespíritu.

60. ¿El periespíritu es entonces un cuerpo para vos? – R.: Pero sin duda.

61. ¿Vuestro periespíritu toma la forma de vuestro cuerpo material, y os parece estar aquí con vuestro cuerpo? – R.: Sí, a la primera pregunta, y no, a la segunda; tengo perfecta consciencia de solo estar aquí con mi cuerpo fluídico luminoso.

62. ¿Podíais darme un apretón de mano? – R.: Sí, pero no lo sentiríais.

63. ¿Podríais dármelo de manera sensible? – R.: Se puede, pero aquí no puedo.

64. ¿Si, en el momento de encontraros aquí, vuestro cuerpo se muriese súbitamente, que experimentaríais? – R.: Estaría presente antes.

Extractos de "Revista Espírita 1860", por Allan Kardec.


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Argumento en Contra del Espiritismo. Sistema del Charlatanismo

Sistemas

Argumento en Contra del Espiritismo. Sistema del Charlatanismo

por Allan Kardec.

Los fenómenos espiritistas son de dos clases: de efectos físicos y de efectos inteligentes. No admitiendo la existencia de los Espíritus por la razón de que no admiten nada fuera de la materia, se concibe que nieguen los efectos inteligentes. En cuanto a los efectos físicos, los comentan a su punto de vista y sus argumentos pueden resumirse en los cuatro sistemas siguientes:

Sistema del charlatanismo. Entre los antagonistas, muchos atribuyen estos efectos a la superchería, por la razón de que algunos han podido imitarse. Esta suposición transformaría a todos los espiritistas en bobalicones y a todos los médiums en forjadores de patrañas, sin considerar la posición, carácter, saber y honradez de las personas. Si mereciera una contestación, diríamos que ciertos fenómenos de la física también se imitan por los prestidigitadores, y que esto no prueba nada contra la verdadera ciencia. Además hay personas cuyo carácter aparta toda sospecha de fraude y es preciso estar desprovisto de toda educación y urbanidad, para atreverse a decirles en su cara que son cómplices de charlatanismo. En un salón muy respetable, un caballero, que se tenía por bien educado, habiéndose permitido una reflexión de esta naturaleza, la señora de la casa le dijo: “Caballero, puesto que no está usted contento, se le devolverá el dinero en la puerta”; y con un gesto le hizo comprender lo que debía hacer. ¿Quiere decir por esto, que jamás haya habido abusos? Sería necesario, para creerlo, admitir que los hombres son perfectos. Se abusa de todo, aun de las cosas más santas: ¿por qué no se abusaría del Espiritismo? Pero por el mal uso que se pueda hacer de una cosa, no se debe prejuzgar nada contra la misma cosa; los informes que puedan tenerse con respecto a la buena fe de las personas están en los motivos que les hacen obrar. Donde no hay especulación, el charlatanismo no tiene nada que hacer.

Extractos del Libro "El Libro de los Médiums", por Allan Kardec.