La extraña mucama
Una familia respetable tenía como mucama a una joven huérfana de catorce años, cuya bondad y dulzura de carácter le habían merecido el afecto de sus patrones. En la misma cuadra vivía otra familia en la que la señora de la casa – no se sabe por qué – había tomado aversión a la jovencita, a tal punto que no había maltrato del cual no fuese objeto.
Un día que la muchacha entraba, la vecina salió furiosa, armada de una escoba, y quiso golpearla. Asustada, la joven se precipitó hacia la puerta y quiso llamar: pero desgraciadamente el cordón del llamador se había cortado y ella no podía alcanzarlo; mas he aquí que la campanilla sonó por sí sola y vinieron a abrir. En su preocupación, ella no se dio cuenta de lo que había pasado; pero, desde entonces, la campanilla continuó sonando de tiempo en tiempo sin motivo conocido, tanto de día como de noche y, cuando se iba a ver a la puerta, no había nadie.
Los vecinos de la cuadra fueron acusados de jugar esas malas pasadas; la queja fue llevada ante el comisario de policía, que inició un sumario y buscó si algún cordón secreto comunicaba con el exterior, pero no pudo descubrir nada; sin embargo, las cosas continuaban igual en detrimento del reposo de todos y especialmente de la pequeña mucama, acusada de ser la causa de ese alboroto. Al seguir el consejo que les había sido dado, los patrones de la joven decidieron alejarla de su casa, y la colocaron en la de unos amigos del campo. Desde entonces la campanilla dejó de sonar, y nada semejante se produjo en el nuevo domicilio de la huérfana.
La jovencita no tocaba la campanilla: esto es indudable; ella estaba demasiado atemorizada por lo que sucedía para pensar en una travesura de la cual hubiese sido la primera víctima. Una cosa no menos cierta es que el toque de la campanilla se producía en su presencia, puesto que el efecto cesó cuando ella hubo partido.
El médico que ha sido testigo del hecho lo explica como siendo una poderosa acción magnética ejercida inconscientemente por la joven. Esta razón no nos parece de ninguna manera concluyente, ya que ¿por qué habría ella perdido ese poder después de su partida? Él ha respondido a esto diciendo que el terror inspirado por la presencia de la vecina debía producir en la joven una sobreexcitación tal que desarrollaba la acción magnética, y que el efecto cesó con la causa. Confesamos no estar en absoluto convencidos con este razonamiento.
Un Espíritu protector quiso probablemente salvar a la jovencita del peligro que corría; que, a pesar del afecto que sus patrones tenían por ella, era quizás de su interés que saliera de esa casa; es por eso que el ruido continuó hasta que hubo partido.
Extracto de la Revista Espírita 1858, Allan Kardec