20 de noviembre de 2019

Libro "Acción y Reacción" Chico Xavier\André Luiz « parte 49 »


Libro "Acción y Reacción" Chico Xavier\André Luiz « parte 49 »

–Antonio Olimpio –dijo el director de la casa– vivía únicamente para sí mismo, entregado a una total egolatría. No había tenido en cuenta otra cosa que su propia conveniencia. En el mundo había conservado el dinero y el tiempo, sin beneficios para alguien que no fuera él mismo. Se aislaba en el disfrute de placeres perniciosos y, por ello, no había traído al campo espiritual la gratitud ajena que se pudiese manifestar en su favor, ya que, en materia de apoyo afectivo, solamente disponía de la simpatía que nacía en el pequeño reducto del mundo familiar. Se trataba, pues, de un compañero realmente complejo, con extremadas dificultades para que pudiera ser auxiliado en el retorno a la experiencia física.
El magnánimo mensajero, no obstante, estuvo de acuerdo en que la esposa y el hijo, le eran deudores de un insuperable cariño. Esos dos corazones, surgían allí, según la Ley, como valores benéficos para el delincuente, porque todo el bien realizado, con quienquiera que fuera y dondequiera que sea, constituye un recurso vivo que actúa en favor de quien lo practica.
Resumiendo las conclusiones, notificó a la pequeña asamblea, que solicitaría comparecer a la hermana Alzira, para que se manifestase en relación a las disposiciones, absteniéndose de cualquier apoyo inmediato al hermano Luis, el hijo favorecido por la fortuna mal habida, por el hecho de encontrarse todavía encarnado, apelación que solamente se justificaría en condiciones excepcionales.
El Ministro se confió a la oración silenciosa y, respondiendo a su petición, observamos que la tenue materia yuxtapuesta al espejo, se movía levemente, dando paso, ahora, a la figura de una linda mujer.
La hermana Alzira se hacía visible a nosotros.
Parecía estar al tanto de cuanto estaba aconteciendo, ya que no demostraba sorpresa alguna.
Nos saludó con graciosa gentileza y, a las primeras interpelaciones de Sanzio, respondió con humildad:
–Venerable bienhechor, comprendo la difícil posición en que se encuentra mi antiguo compañero, por los compromisos que asumió, y el esfuerzo de buena voluntad que desarrolla para ayudar a su servicio restaurador. Además, vengo suspirando por esa posibilidad, que significa para mí una valiosa bendición. Antonio Olimpio, habrá sido un verdugo para sus propios hermanos, aniquilando sus cuerpos para usurpar sus bienes, sin embargo, para mi hijo y para mí, fue siempre un amigo y protector, abnegado y queridísimo. Ayudarle a levantarse, no es para mi alma un deber, sino también una gran felicidad.
El Ministro la miró satisfecho, como si no hubiera esperado de ella otra respuesta, y comentó:

Libro Psicografiado, "Acción y Reacción", por Chico Xavier\André Luiz


» 1,...404142434445464748495060...

El Espiritismo Debe Estudiarse

El Espiritismo Debe Estudiarse

por Amalia Domingo Soler

Quince personas nos reunimos una noche en Madrid, en el café del siglo, y sólo éramos tres espiritistas: un médico, su esposa y yo. Los demás eran librepensadores, materialistas, ateos del todo. Riéronse grandemente del Espiritismo, diciendo un joven ingeniero, andaluz por más señas, y con mucha gracia:
-Señores, hoy he pasado un rato divertidísimo.
Vino a verme un condiscípulo, y me dijo que se iba a Roma a cumplir una penitencia que le había impuesto un Espíritu; y me leyó una comunicación interminable.
Nunca he oído una sarta de disparates semejante.
¡Qué galicismos!
¡Qué anacronismos!
¡Qué metáforas!
¡Qué hipérboles!
¡Qué sintaxis tan admirable!
Repito, señores, que es el escrito más estúpido que he oído en toda mi vida, y lo que a mí me llama la atención es que este muchacho no es ningún tonto: en todas las asignaturas ha tenido la nota de sobresaliente, y no porque sus parientes se las hayan comprado, no nada de eso; porque el pobre está solo en el mundo y ha hecho su carrera con mil apuros.
Yo hoy le miraba y decía en mi interior: ¿Se habrá vuelto loco este muchacho?…le hablé de varias cosas, y me contestó muy acorde, pero enseguida me volvía a hablar de sus espíritus, añadiendo que ve a su madre y a toda su parentela, y anunciándome que yo era uno de los elegidos, según le había dicho su Espíritu familiar, e invitándole a prepararme para hacer grandes trabajos en pro del Espiritismo.
Al oír tal desatino, no pude contenerme más tiempo, me eché a reír a carcajadas; el pobre muchacho se molestó, y se fue, diciéndome con entonación profética:
-¡Desgraciado! Tú huyes de la luz; ¡Ay de los que prefieren las tinieblas!
-Sin duda –dijo el médico-, ese chico estará obsesado, y su Espíritu obsesor le inspira esos papeles ridículos.
-¿Y qué es eso de obsesado?
-Según Allan Kardec, es la subyugación que ejerce un Espíritu sobre un individuo; pero semejante dominación nunca tiene lugar sin participación del que la sufre, ya por su debilidad, ya por su deseo.
Esos desgraciados también se llaman poseídos, pero no existen poseídos en el sentido vulgar de la palabra.
La palabra poseído debe sólo entenderse, en el sentido de la dependencia absoluta en que puede encontrarse el alma, con los espíritus imperfectos que la subyugan.
Su amigo debe haberse dejado dominar por algún ser invisible, que se divierte con él, como un chiquillo con los soldados de plomo.
-No se ofenda usted, Aguilar, pero yo no puedo digerir que hombres formales como usted y otros muchachos crean tan de buena fe en esos espíritus, en esas subyugaciones, en esas inspiraciones, en esos dictados de ultratumba, que para mí no son otra cosa que aberraciones del entendimiento humano.

Se acercó el brigadier Montero, hombre de pocas palabras, ilustrado, que se escuchaba siempre con respeto, y comenzó diciendo que, a su entender, antes de ridiculizar el Espiritismo, lo lógico era estudiarlo.
-¿Y quién pierde el tiempo en semejante tontería?
¿Quién cree en la otra vida, si sabemos hasta la evidencia, que muerto el perro…?
-Señores –replicó Montero-, ¿Os acordáis de mi hija Julia? Creo que alguno de vosotros asistió a su entierro.
-¡No nos hemos de recordar! –contestaron varios-. ¡Qué lástima de muchacha!

Ha sido de las jóvenes más bellas que se han paseado en Madrid.
-¡Era un ángel!
-¡Una criatura adorable!
-Crea usted, señor Montero, que su hija vive en la memoria de cuantos tuvieron la dicha de tratarla.
-Pues bien, señores, aquella joven tan hermosa, tan noble, tan buena, ¡Que fue el encanto de mi vida!…
Se dejó dominar por un ser invisible, y desde que nació estuvo obsesada y se complació en vivir sujeta a una voluntad que no fue la de sus padres, ni la de sus hermanos, ni la de sus amigas, ni la del hombre que la quiso tanto, que al verla muerta perdió la razón.
Estuvo dominada por un Espíritu los veinte años que permaneció en la Tierra, pero dominada en absoluto.
-¿Es posible? –Dijo el ingeniero-.
Crea usted, señor Montero, que su voto para mí es de gran valía, y quizá sea usted el único que me haría cambiar de parecer, si me diese explicaciones de lo que observó en su hija, ahora o en otra ocasión que crea usted más oportuna.
-Ahora es la mejor, porque cuando se tiene conocimiento exacto de la verdad, ésta no debe ocultarse.
He oído cómo os burlabais del Espiritismo, y francamente, me duele ver hombres entendidos malgastando su tiempo en negar lo que no conocen.
Seis mil estrellas vemos en el cielo a simple vista, pero con el telescopio se ven millones de puntos luminosos, sin contar las miríadas que escapan al objetivo astronómico.
En la gota de agua no vemos los millones de infusorios, pero con el microscopio los distinguimos.
Ciegos son los que niegan la luz del Sol.
Veinte años, ha sido para mí la vida de mi hija un misterio enigmático.
Cuando por quinta vez me dijo mi esposa que iba a darme un nuevo vástago, sentí sin explicarme la causa, una emoción que no había sentido al nacer los otros cuatro hijos.
Inés dio a luz una niña preciosísima.
¡Y fue tan dócil, tan buena, tan cariñosa!
Notamos todos los de casa que la niña miraba a un punto fijo, se reía, agitaba las manos, y hacía esfuerzos por trasladarse a aquel punto.
La primera palabra que pronunció no fue la que dicen todos los niños, de papá o mamá; ella dijo: ¡El nene, el nene!
Y siempre señalaba, como si viera a alguien.
Cuando la dejábamos en la cuna, se ponía de modo que siempre dejaba sitio desocupado para que se acostara otro, y cuando yo la levantaba, me decía muy contenta:
“El nene está aquí”; y señalaba el lado que ella había dejado vacío.
Transcurrió así su infancia.
Todos los de casa nos convencimos que Julia veía a un ser invisible para nosotros; mi madre y mi esposa decían que veía al ángel de la guarda; pero yo, que entonces era materialista, creía que mi hija no tenía los cinco sentidos cabales, y la hice reconocer por algunos analistas, que no hicieron más que admirar su precoz inteligencia.
Al fin, nos acostumbramos a aquel compañero invisible, que entonces en nada perjudicaba a mi hija, la cual, a los diez años, leía y escribía correctamente, tocaba el piano con verdadera inspiración, dibujaba admirablemente, y se convertía en maestra de sus hermanos mayores.
Aprendió idiomas con pasmosa facilidad y lo mismo las labores más delicadas de su sexo.
Influyó en mi modo de ser de tal manera, que yo mismo no me conocía.
Llegué a convertirme en un amante de mi familia, yo que desdeñaba antes los goces del hogar, por mis aficiones aventureras.
Mientras ella vivió, fui feliz; lo único que me disgustaba, era cuando me hablaba de él, del ser invisible para nosotros y perfectamente visible para ella.
A nuestras observaciones cuando le decíamos que su visión era ilusoria, nos persuadía de lo contrario diciéndonos: “Ese ser que vive conmigo, lo he visto en mi cuna, ha jugado conmigo, me ha facilitado mis estudios; por él sé mucho más que mis hermanos; él me habla de otra patria, de otra vida; le quiero con toda mi alma, cuando no le veo, sufro horriblemente; sin él no podría vivir”.
Yo pensé que casándola se le olvidaría las quimeras.
La presenté en sociedad a los dieciséis años, causando admiración general, que aparte de su belleza y de su talento, cantaba como el ruiseñor, bailaba con suprema elegancia, y era amable y discreta como un ser ideal.
Me pidieron su mano hombres de gran posición social, entre ellos el joven marqués de la Peña.
Julia para todos tenía una sonrisa celestial, una frase encantadora; pero a nadie concedía una sola esperanza.
Cuando yo la interrogaba al respecto, me decía:
-Papá, él no quiere que me case; él me quiere para sí, y a mí nadie me gusta sino él.
¡Si le vieras!…
¡Es tan hermoso!…
Tiene unos ojos… ¡Ah!
¡Unos ojos divinos!
¿Cómo he de querer yo a un hombre de los de aquí?
Cesa en tus pretensiones; déjame que en la Tierra viva para ti, para mi madre, para mis hermanos, para los pobres; pero no me unas a otro ser, que yo estoy desposada con él desde antes de venir a este mundo.
Yo, entonces, creía que mi hija estaba alucinada, y para ocultar lo que yo creía un defecto, me guardaba muy bien de decir a nadie las conversaciones que tenía con Julia, ni aún a su madre, y así vivimos hasta que cumplió veinte años. Un joven, oficial de artillería, se enamoró de mi hija con tal delirio, que me daba lástima; ella también le compadecía, y le distinguía con su amistad, y aún hubo momentos que le miraba de un modo muy expresivo; pero de pronto se entristecía, se ponía nerviosa; en estado violento, hasta concluir por llorar.

Palideció, se negó a tomar alimento, debilitándose de tal modo, que no pudo dejar el lecho.
Los médicos no pudieron definir su enfermedad.
Muy tranquila, y hasta risueña, me dijo el día antes de morir, estas palabras:
-Papá, no te desesperes por mi partida.
Soy un desterrado que vuelvo a mi patria.
No sé cómo explicarte lo que pasa por mí, porque yo no me explico muy bien: tengo gran confusión en mis ideas.
Si aquí tú eres mi padre, si aquí tengo familia, allá la tengo también. ¿Comprendes tú esto?
Allá me esperan otros deudos, otros amores más puros que los de aquí.
Yo vine a la Tierra para pagarte una deuda, y he sido el ángel de tu hogar, por eso, ahora él me espera, él, a quien he conocido antes que a ti; él, que es dueño de mi alma; ¡Mírale cuán hermoso es! ¿No lo ves?
Y mi hija me indicaba que él estaba allí, junto a nosotros.
Yo, ignorante, creía que deliraba mi hija, por más que estaba acostumbrado a aquellas confidencias.
Se despidió de todos nosotros; y, sonriendo dulcemente, reclinó su cabeza en mi hombro y quedó muerta sin agonía; la agonía fue para nosotros, que nos quedamos inconsolables.
Mi madre, de edad avanzada, murió del sentimiento, y mi esposa, desde entonces, no ha tenido un día bueno.
A mí no me ha costado la vida, porque sé que volveré a verla.
La formal declaración de Montero causó profunda sensación en sus oyentes, tanto, que muchos de aquellos incrédulos estudiaron el Espiritismo, y hoy, no sólo son adeptos, sino entusiastas propagandistas.
Llamándole aparte, le dije yo:
-Señor Montero: Mañana hemos de hablar ambos.

Tomado del Blog "La Luz del Camino"

Las Piedras de Java.

Las Piedras de Java.

por Allan Kardec.

Bruselas, 9 de diciembre de 1859.

Sr. Director,
Leo en la Revista Espírita el hecho reportado por Ida Pfeiffer sobre las piedras caídas en Java (archipiélago) en presencia de un oficial superior holandés con el cual he estado fuertemente relacionado en 1817, ya que es él el que me ha prestado sus pistolas y servido de testigo en mi primer duelo. Se llamaba Michiels, de Maestricht, y ascendió a general en Java. La carta que relataba ese hecho añadía que esa caída de piedras en la vivienda aislada del distrito de Chéribon no duró menos de doce días, sin que los centinelas colocados por el general pudiesen descubrir nada, ni el tampoco en todo el tiempo que permaneció en el lugar. Esas piedras, una especie de piedra pómez, parecían crearse en el aire a unos pocos pies(medida inglesa) del techo.
El general hizo llenar varias cestas; los habitantes venían a recogerlas para hacer amuletos así como remedios. Este hecho es muy conocido en Java, ya que se renueva con frecuencia, sobre todo los escupitajos de siry(hierba). Varios niños han sido perseguidos en la campiña por lanzamientos de piedras, pero sin ser alcanzados. Se dirían que son Espíritus burlones que se divierten asustando a la gente. Evocad el Espíritu del general Michiels, os explicará quizás ese hecho. El doctor Vanden Kerkhove, quien ha vivido por largo tiempo en Java, me lo ha confirmado como os afirmo que vuestra revista es cada día que pasa más interesante que el anterior, más moralizante y más buscada en Bruselas.

Atentamente, JOBARD.

El carácter conocido de la Sra. Ida Pfeiffer, el sello de veracidad que envuelve todos sus relatos, no nos dejan ninguna duda sobre la realidad de los hechos en cuestión: pero concebimos toda la importancia que viene a añadir la carta del Sr. Jobard, por el testimonio del principal testigo ocular encargado de verificar los hechos, y sin ningún interés en acreditarlo si lo hubiese reconocido como falso. En una primera lectura, la naturaleza de piedra pómez de esta lluvia de piedras podría atribuirse a un origen volcánico o aerolítico, y los escépticos no se privarán de decir que la superstición ha exagerado un fenómeno natural. Si solo tuviésemos el testimonio de los javaneses, la suposición estaría fundada, y las piedras, cayendo en la campiña, vendrían sin contradicción en apoyo de esa opinión. Pero el general Michiels y el doctor Vanden Kerkhove no eran malayos, y su aserción tiene cierto valor. A esta consideración, ya de por si importante hay que añadir que esas piedras no caían solamente en campo abierto, si no en una habitación donde parecían formarse a cierta distancia del techo: es el general quien lo afirma; ahora bien, no creemos que se haya visto jamás la formación de aerolitos en la atmosfera de una habitación. Admitiendo la causa meteorológica o volcánica, no se podría decir lo mismo de los escupitajos de siri que los volcanes nunca han vomitado, al menos según nuestro conocimiento. Esta hipótesis siendo descartada por la naturaleza misma de los hechos, queda saber como han podido formarse esas sustancias. Se hallará la explicación en nuestro artículo del mes de agosto de 1859, sobre el Mobiliario de ultratumba.

Extractos de "Revista Espírita 1860", por Allan Kardec.

Argumento en Contra del Espiritismo. Sistema de Sonambulismo.

Sistemas

Argumento en Contra del Espiritismo. Sistema de Sonambulismo.

por Allan Kardec.

Sistema de sonambulismo. Este ha tenido más partidarios, y cuenta todavía con algunos. Como el precedente, admite que todas las comunicaciones inteligentes tienen su origen en el alma o Espíritu del médium; pero para explicar su aptitud y tratar de objetos fuera de sus conocimientos, en lugar de suponer en él un alma múltiple, atribuye esta aptitud a una sobrexcitación momentánea de las facultades mentales, a una especie de estado de sonambulismo o de éxtasis que exalta y desenvuelve su inteligencia. No se puede negar, en ciertos casos, la influencia de esta causa; pero basta haber visto operar a la mayor parte de estos médiums, para convencerse que no puede resolver todos los hechos, y que forma la excepción y no la regla. Se podría creer que es así, si el médium tuviese siempre el aspecto de un inspirado o de un extático, apariencia que por otra parte podía simular perfectamente, si quisiera hacer una farsa; pero, ¿cómo creer en la inspiración, cuando el médium escribe como una máquina, sin tener la menor conciencia de lo que obtiene, sin la menor emoción, sin ocuparse de lo que hace y mirando a otra parte, riendo y haciendo diferentes cosas? Se concibe la sobrexcitación de las ideas, pero no se comprende que pudiese hacer escribir al que no sabe, y aun menos cuando las comunicaciones se transmiten por golpes, o con la ayuda de una tablita o de una cestita. Veremos en la continuación de esta obra la parte que es preciso conceder a la influencia de las ideas del médium; pero los hechos en que la inteligencia extraña se revela por señales incontestables, son tan numerosos y tan evidentes, que no pueden dejar ninguna duda. La falta de razón en la mayor parte de los sistemas nacidos en el origen del Espiritismo, es el haber sacado consecuencias generales de algunos hechos aislados.

Extractos del Libro "El Libro de los Médiums", por Allan Kardec.