Libro "Acción y Reacción" Chico Xavier\André Luiz « parte 47 »
¡No permitas, oh eterno Bienhechor, que nuestro corazón se endurezca, ni aun ante la suprema perversidad!... Sabemos que las enfermedades del alma son más aflictivas y graves que las de la carne... ¡Llénanos, pues, de infatigable compasión, para que podamos ser fieles instrumentos de Tu amor!Permite que Tus mensajeros nos amparen en las decisiones a que nos lleven los compromisos que asumamos.
No nos abandones a la debilidad que es peculiar en nosotros. ¡Danos, Cristo de Dios, Tu inspiración de amor y de luz!... En ese instante, aunque el tono de su voz no indicase el final de la oración, el generoso amigo no conseguía continuar, porque la emoción estrangulaba la plegaria en su garganta.
Todos llorábamos, contagiados por sus abundantes lágrimas...
¿Quién era Druso, después de todo, para entregarse de aquel modo a la oración, como si él mismo fuese, entre todos nosotros, el mayor de los torturados?
No tuve tiempo para ampliar este pensamiento, pues respondiendo a la llamada ardiente que acabamos de oír, una extensa masa de vaporosa neblina cubrió la pantalla.La miré, admirado, y me pareció contemplar una gran capa de blanca niebla primaveral que se iba extendiendo.
Extáticos y felices, vimos emerger de aquella nube lechosa, la figura respetable de un hombre aparentemente envejecido en la forma, pero revelando una intensa jovialidad en la mirada.
Una esplendorosa aureola azul, coronaba sus cabellos blancos, que nos infundían un gran respeto, derramándose en sublimes centellas por la sencilla y acogedora túnica que velaba su cuerpo delgado. En el semblante noble y sereno, vagaba una sonrisa que no llegaba a fijarse. Después de un minuto de silenciosa contemplación, levantó la diestra, que despidió un gran chorro de luz sobre nosotros y, saludándonos, exclamó:
–Que la paz del Señor sea con vosotros.
Había tanta dulzura y tanta energía, tanto cariño y tanta autoridad, en aquella voz, que procuré mantener el más amplio gobierno de mis emociones, para no caer de rodillas.
–Ministro Sanzio, –exclamó Druso, con reverencia– bendita sea su presencia entre nosotros.
La claridad que se irradiaba del venerable visitante y la dignidad con que se nos revelaba, nos imponía un fervoroso respeto; no obstante, como si deseara deshacer la impresión de nuestra inferioridad, el Ministro, sorprendentemente materializado, manteniendo el campo vibratorio en que nos encontrábamos, avanzó hacia nosotros, nos extendió las manos en un gesto paternal y nos pidió que nos sintiéramos cómodos.
Libro Psicografiado, "Acción y Reacción", por Chico Xavier\André Luiz
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