EMMANUEL SWEDENBORG
Nacido en Estocolmo en 1688, pertenecía a una buena familia sueca, por lo que tuvo la oportunidad de ser educado entre la nobleza, doctorado en la Universidad de Upsala y perfeccionado en Holanda, Francia e Inglaterra. Dotado de una gran inteligencia logró conquistar una enorme suma de conocimientos, convertirse en un reconocido ingeniero de minas, una autoridad en metalurgia y en ingeniería militar, reconocida en su habilidad para cambiar la suerte de las campañas militares de Carlos XII en Suecia. Se apreciaba altamente su autoridad en astronomía y física; pero también se destacó como zoólogo, anatomista, financista, economista y político; finalmente, llamó la atención su erudición bíblica, iniciada con las enseñanzas elementales de su madre para continuar en la austera formación de un pastor luterano.
Su desarrollo psíquico paranormal, manifestado abiertamente a sus 25 años, no afectó su actividad mental cotidiana y su labor científica continuó sin interrupciones. No es extraño que sus extensos conocimientos lo colocaran en un amplio concepto de la realidad universal y que no fuera difícil para él, entender la existencia de una dimensión suprasensorial y la posibilidad de una interrelación entre ésta y el plano físico. Pero no deja de sorprender que él mismo fuera un médium con una facultad tan desarrollada.
Su posición teológica frente a su capacidad mediúmnica, constituyó una pretensión intolerable para los demás, pues afirmaba que la Biblia era la obra de Dios, pero que estaba erróneamente interpretada; y que sólo él podría dar el significado absoluto, orientado por los ángeles con quienes se comunicaba. Su pretendida infalibilidad, sumada a la complejidad simbólica de su explicación bíblica, lo envolvió en un ambiente inaceptable. Pero, exceptuando sus opiniones en cuanto a la interpretación bíblica, sus ideas doctrinarias generales no contradicen la idea moderna librepensadora, ni los mensajes que más tarde difundió la doctrina espirita.
Afirmaba que el mundo es un laboratorio de almas, un campo de experimentación en el que la naturaleza refina y libera al espíritu; admitía fines divinos en toda religión, rechazaba la expiación y el pecado original y veía en el egoísmo la razón de todo mal, aunque consideraba esencial un cierto grado de egoísmo sano, y consideraba a la Iglesia absolutamente imprescindible para arreglar los asuntos de cada individuo con el Creador. Estas ideas, expresadas en latín con un estilo oscuro, crearon una nueva religión confusa. Swedenborg era un hombre frugal, práctico y muy trabajador; enérgico en su juventud, y sumamente amable en la vejez.
La vida lo convirtió en una criatura bondadosa y venerable. Era plácido, sereno, bien dispuesto para toda clase de conversaciones que no versaran sobre temas psíquicos, a no ser que así lo desearan sus contertulios. Los temas de sus conversaciones siempre eran interesantes, a pesar de su tartamudez que le dificultaba la pronunciación. Era alto, delgado, de rostro espiritual y con ojos azules; usaba peluca hasta los hombros como era la costumbre en su tiempo, trajes oscuros con pantalón corto, hebilla en los zapatos y bastón.
La importancia de Swedenborg radica fundamentalmente, en su capacidad extrasensorial y en sus revelaciones. Desde niño tuvo momentos visionarios y sus facultades psíquicas se manifestaron en diversos momentos de su vida, demostrando en varias ocasiones que poseía la capacidad para la “clarividencia a distancia”, cuando el alma parece salir del cuerpo, adquirir información de cosas apartadas y regresar con la conciencia de lo percibido en aquellos lugares. Era sorprendente su capacidad para experimentar este fenómeno, mientras se encontraba en un estado completamente consciente.
En una ocasión, encontrándose en Gotenburgo, invitado a un banquete y rodeado de otros diez comensales que atestiguaron la veracidad del hecho, observó en forma detallada un incendio que se estaba produciendo en Estocolmo a 300 millas de distancia. Este fenómeno adquirió tal difusión que mereció la atención y los comentarios del filósofo Emmanuelle Kant. Sus fuerzas latentes surgieron de lleno y súbitamente en abril de 1744, en Londres, y desde ese día hasta su muerte, 27 años después, estuvo en contacto con el mundo espiritual. Según sus propias palabras: “Una noche, el mundo de los espíritus, cielo e infierno, se abrió para mí y en él hallé a varias personas conocidas de diferente condición. Desde entonces, el Señor abría diariamente los ojos de mi espíritu para ver, en estado de perfecta vigilia, lo que ocurría en el otro mundo y conversar, con plena conciencia, con los ángeles y los espíritus”. Londres fue la ciudad donde publicaría todos sus libros, terminaría su vida y sería enterrado su cadáver.
En su primera visión Swedenborg hablaba de una especie de vapor que se exhalaba de los poros de su cuerpo. Decía que “era un vapor muy visible que descendía hasta el suelo sobre la alfombra”; descripción del llamado ectoplasma que se encuentra en la producción de los fenómenos físicos de materialización, llamado también idioplasma, porque toma en un instante la forma impresionada por el espíritu. Semejante relato fue acogido por el público en general como la manifestación de un demente, pero la respuesta lógica es que nunca tuvo señales de desequilibrio mental; otros lo entendieron como un fraude, pero Swedenborg era un hombre que gozaba de fama por su honestidad; entonces algunos sugerían que tal vez se obsesionaba a sí mismo y se equivocaba honradamente. Más tarde, todas sus descripciones fueron confirmadas por innumerables observadores psíquicos.
Swedenborg consideraba que sus facultades estaban íntimamente relacionadas con un sistema más avanzado de respiración; como si el médium tuviera la posibilidad de absorber más éter y menos aire, con el objeto de llegar a un estado etéreo. Según sus propias palabras: “tomaba únicamente la cantidad de aire necesaria para sus pensamientos”; y aunque se trata de una idea rudimentaria de interpretar el fenómeno, fue compartida por muchas escuelas de educación psíquica. Aparte de esta peculiaridad de la respiración, durante sus visiones permanecía en estado normal, aunque aislado. Afirmó haber percibido el mundo espiritual en un número de esferas diferentes que representaban varios grados de luminosidad y felicidad; alcanzadas cada una de ellas, según las condiciones espirituales de cada individuo; y donde se recibe un juicio automático por una ley espiritual que determina el resultado final, como la suma total de la vida que termina. Encontró en esas esferas, condiciones similares y escenas semejantes a las terrenales.
El recién llegado era recibido por seres celestiales y pasaban por un período de reposo completo, recobrándose después de un tiempo variable y estableciendo la conciencia de su nuevo estado. Había ángeles y demonios, pero todos habían sido seres humanos que vivieron en la Tierra; con almas desarrolladas los primeros, y con almas imperfectas los segundos. Observó que la muerte no cambia al espíritu en ningún sentido; por el contrario, conserva sus facultades, su modo de pensar, sus creencias y sus prejuicios. No hay castigo eterno y todos pueden mejorar si desarrollan el impulso necesario, incluso aquel que logre alcanzar el cielo; no permanece estacionario sino que trabaja para llegar a un lugar superior. Finalmente relataba todos los detalles, aún los insignificantes, de un mundo espiritual muy similar al terrestre pero más perfecto. La opinión pública no le dio importancia a todas estas descripciones y se interpretaron como fruto de la imaginación. Sin embargo, estos relatos se repitieron innumerables veces, por boca de sensitivos sin información previa de ellos.
En cuanto a la facultad mediúmnica, su punto de vista era que Dios, con sabios fines, había separado el mundo de los espíritus del humano terrenal, no consintiendo la comunicación más que por poderosas razones, entre las que no debía contarse la curiosidad. Sostenía que una nube pesada rodeaba la Tierra debido a la grosería psíquica de la humanidad, y que sólo de vez en cuando aparecía un claro, de la misma forma que el relámpago ilumina la atmósfera terrenal. Sus enseñanzas se pueden encontrar en sus obras “Cielo e infierno”, “La nueva Jerusalén” y “Arcana celeste”.
Según relata Arthur Conan Doyle, cuando surgió el movimiento espiritista de 1848, y hombres como Andrew Jackson Davis, presentaron poderes psíquicos semejantes a los de Swedenborg y escribieron trabajos filosóficos similares, las experiencias de éste último no se consideraron como un antecedente de lo que estaba sucediendo, y no se lo incluyó como el primero y más destacado de los mediums modernos. Por su parte, los seguidores de Swedenborg miraron con recelo las nuevas manifestaciones, tal vez movidos por los celos despertados por el egoísmo, que Swedenborg veía como el mal del mundo.
Decía Conan Doyle: “A pesar de su simbolismo teológico, su nombre seguirá recordándose como el primero de todos los hombres modernos que han hecho una descripción del proceso de la muerte y del otro mundo, no cimentado en las vagas visiones estáticas e imposibles de las viejas iglesias, sino correspondientes a las descripciones que nosotros mismos obtenemos de aquellos que desde el más allá procuran darnos una idea clara de su nueva existencia.”
Extractado del Anuario Espirita 2004.
Tomado del Blog "Luz Espiritual"