El Sr. Home 1/11
Los fenómenos operados por el Sr. Home han producido aún más sensación porque han venido a confirmar los relatos maravillosos llegados de ultramar, a cuya veracidad se le atribuía una cierta desconfianza. Él nos ha mostrado que, dejando a un lado las posibles exageraciones, aún quedaba bastante como para atestar la realidad de los hechos que se verifican fuera de todas las leyes conocidas.
Se ha hablado del Sr. Home en los más diversos sentidos, y reconocemos que falta mucho para que le sea simpático a todo el mundo, a unos por tener ideas preconcebidas, a otros por ignorancia. Podremos hasta admitir entre estos últimos una opinión concienzuda, por no haber logrado constatar los hechos por sí mismos; pero si, en este caso, la duda es permitida, una hostilidad sistemática y apasionada está siempre fuera de lugar. En todo caso, juzgar lo que no se conoce es una falta de lógica, y desacreditar sin pruebas es un olvido de las conveniencias.
Por un instante, hagamos abstracción de la intervención de los Espíritus, y no veamos en los hechos relatados sino simples fenómenos físicos. Cuanto más extraños son estos hechos, más atención merecen. Explicadlos como quisiereis, pero no los neguéis a priori, si no queréis poner en duda vuestro juicio.
Lo que debe sorprender, y lo que nos parece aún más anormal que los fenómenos en cuestión, es ver a aquellos mismos que sin cesar despotrican contra la oposición de ciertas corporaciones eruditas – en lo que respecta a las ideas nuevas – que constantemente les echan en cara, y esto en los términos menos comedidos, los sinsabores sufridos por los autores de los descubrimientos más importantes: Fulton, Jenner y Galileo – que a cada instante citan –, caer aquellos mismos en un defecto semejante, ellos que dicen, con razón, que hace todavía pocos años, cualquiera que hubiera hablado de comunicarse en algunos segundos de un extremo al otro del mundo, habría pasado por insensato.
Si creen en el progreso, del que se dicen los apóstoles, que por lo tanto sean consecuentes consigo mismos y no se granjeen el reproche que les hacen a los otros de negar lo que no comprenden.
Volvamos al Sr. Home.
Llegado a París en el mes de octubre de 1855, se encontró desde un principio lanzado al mundo más elevado, circunstancia que hubiera debido imponer más circunspección en el juicio formado sobre él, ya que cuanto más elevado y esclarecido es ese mundo, menos sospechoso es el hecho de dejarse engañar benévolamente por un aventurero. Inclusive esta posición ha suscitado comentarios.
Extracto de "Revista Espírita 1858", por Allan Kardec.