20 de diciembre de 2019

Libro "Acción y Reacción" Chico Xavier\André Luiz « parte 79 »


Libro "Acción y Reacción" Chico Xavier\André Luiz « parte 79 »

....y, simulando una intensa dignidad ofendida, con estudiado brío en la palabra, le hice un resumen de los hechos... Lívido y trémulo, el enfermo me exigió pruebas, a lo que respondí, llevándole tambaleante, hasta la puerta de la habitación que yo, deliberadamente había dejado mal cerrada... Bastó un fuerte empujón, y mi progenitor, desolado, encontró la prueba que deseaba... Armando, con gran cinismo, no obstante su asombro, huyó rápidamente, sabiendo que no podría esperar ataque alguno de un sexagenario abatido por su enfermedad... Mi madrastra, profundamente herida en su amor propio, dirigió al viejo esposo acusaciones humillantes, retirándose a sus aposentos particulares, en una explosión de amargura. Completando la obra terrible a la que me había dedicado, me mostré sumamente cariñoso con el enfermo, que se hallaba íntimamente aniquilado... Transcurrieron dos semanas sumamente pesadas para nuestro núcleo familiar… Mientras Aida ocupaba su lecho, asistida por dos médicos de nuestra confianza que en modo alguno conocían la oculta tragedia, yo convencía a mi padre con lamentaciones y sugerencias indirectas, para que la fortuna de nuestra casa, en su mayoría, fuera puesta a mi nombre, para salvaguardarla, ya que el segundo matrimonio no podría deshacerse ante las autoridades legales. Proseguía en mi faena delictiva, cuando mi madrastra apareció muerta... Los médicos la declararon víctima de un envenenamiento fulminante y, contrariados, notificaron a mi padre que se trataba de un suicidio, motivado seguramente por la insufrible neurastenia que afectaba a la enferma. Mi padre, se manifestó sombrío en los funerales, y yo me regocijé en mis propósitos destructores... Ahora, sí... la fortuna total de nuestra casa, pasaría a pertenecerme... Mi satánica alegría, no obstante, duró muy poco... Desde la muerte de la segunda esposa, mi padre cayó en cama para no levantarse más... Inútilmente médicos y religiosos procuraban ofrecerle mejorías y consuelos... Al final de dos meses, mi padre, que jamás había vuelto a sonreír, entró en una dolorosa agonía, en la que, a través de confidencia entrecortada por las lágrimas, me confesó que había envenenado a Aída, administrándole un violento tóxico, disuelto en el calmante habitual. Eso, sin duda alguna –me aseguraba vencido– le imponía también la muerte, ya que no conseguía perdonarse a sí mismo, que cargaba sobre sí un remordimiento constante e intolerable... Por primera vez, mi conciencia se condolió profundamente. El apego a los bienes materiales, arrasaba mi vida... El anciano querido murió en mis brazos, creyendo que mis sollozos de arrepentimiento, era llanto de amor filial. Dejando su cuerpo fatigado sepultado en la fría tierra, regresé a nuestra casa solariega, sintiéndome el más desgraciado de los seres... Todo el oro del mundo, no me proporcionaba, ahora, el más leve consuelo. Me hallaba sólo, sólo e infinitamente desgraciado... Todos los rincones y las pertenencias de nuestra habitación, me hablaban de crimen y de remordimiento...

Libro Psicografiado, "Acción y Reacción", por Chico Xavier\André Luiz


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A una Espiritista

A una Espiritista

por Amalia Domingo Soler

Muchas veces te he oído decir que deseas irte de la Tierra, pensando que al dejar en la fosa, tu débil envoltura, te vas a ir por esos mundos de Dios, y vas a disfrutar de los goces purísimos que forman el patrimonio de los espíritus felices.

Yo, al oírte también me entusiasmaba y me contagiaba con tus quiméricas ilusiones, y ya me veía envuelta en nubes de color de rosa contemplando vergeles cuyas flores hermosísimas me brindaban su embriagador perfume, mas he aquí, que hablando un día con el Espíritu del Padre Germán, éste me dijo así:

¿Y en qué te fundas para creer que al dejar la Tierra te podrás presentar en otros mundos más adelantados que el que habitas y allí vivir y gozar del progreso alcanzado por sus moradores?

¿Qué méritos extraordinarios has hecho valer en esta existencia?

¿Qué descubrimiento, qué invenciones maravillosas has ofrecido para su desarrollo a los hombres de tu tiempo?

¿Qué obra evangélica, qué sacrificio, qué acto heroico has llevado a cabo en bien de la humanidad que te rodea?

¿Qué libro científico has escrito que haya causado una verdadera revolución en el mundo de los sabios?

¿Qué planetas has descubierto que hayan aumentado el número de las islas del cielo?

¿Qué pruebas asombrosas de amor sin límites, has dado a aquellos que te han rodeado?

¿Qué has hecho, en fin, que merezca en justicia el premio inapreciable de la felicidad?

Mírate bien a ti misma con verdadera imparcialidad, no te dejes llevar ni por una modestia mal entendida, ni por un amor propio exagerado; pesa tus actos sin inclinar la balanza ni a uno ni a otro lado, mide el alcance de tus hechos sin temor infundado ni esperanza ilusoria, dedícate a viajar dentro de ti misma por más que esto te parezca imposible realizarlo, pero los viajes del Espíritu dentro de su mundo, de su esfera de acción, de la órbita donde gira, son de tanto provecho para el Espíritu, son de tan profunda y racionalenseñanza, que le valen tanto, o quizá más aún, que la exploración más arriesgada, más llena de peligros que pudiera hacer cruzando mares de hielo, o escalando montañas cuyos volcanes arrojaran incandescente lava formando ríos de fuego.

En vez de pensar en mundos de luz habitados por humanidades venturosas, estudia detenidamente las impresiones que recibes hablando con los seres que te rodean. Pregúntate a ti misma qué es lo que sientes cuando hablas con los desgraciados, con los felices, con los justos y los pecadores, con los sabios y los ignorantes, y allí donde te encuentres más inspirada, donde tengas más facilidad para expresar tus pensamientos, allí está marcado el grado de tu adelanto, la medida exacta de tu altura moral y de tu alcance intelectual, allí no te verás más grande ni más pequeña de lo que eres, y allí conocerássi te ha llegado el momento de decirle a la Tierra: adiós, no volveré a pisar tu suelo, otros mundos reclaman mi presencia, mis conocimientos y mi actividad; o si aún durante muchos siglos tienes que pedirle hospitalidad a los terrenales, para ensayar tus fuerzas y tu inteligencia y adquirir lo que nadie te puede dar, grandeza y sentimiento, sabiduría y ternura, heroísmo para luchar y vencer, abnegación para llegar al sacrificio con la sonrisa beatífica del mártir y el amor purísimo del justo.

Tan sabios consejos se grabaron en mi memoria de un modo indeleble, y desde entonces hermana mía, emprendí mis viajes dentro de mí misma, y créeme, en lo que me queda de existencia, apenas tendré tiempo de haber observado muy a la ligera vagos indicios de lo que he sido, lo que soy y lo que quiero ser.

Comencé mis viajes alrededor de mí misma, recordando mis impresiones más profundas, aquellas que dejaron una huella indeleble en mi corazón, y en mi pensamiento, y me remonté nada menos que 48 años atrás, cuando en unión de mi madre y de una de sus mejores amigas, visité la cárcel de Sevilla para decirle adiós a un joven soldado (casi un niño), que víctima inocente de un pronunciamiento, iba sin la menor culpa, a pagar las culpas ajenas en el penal de Melilla. Yo quería mucho a aquel adolescente vestido de soldado, se llamaba Ángel y de ángel tenía la cara.

En un pequeño jardín iluminado por la luna llena le di el último adiós, y al cruzar la azoteilla, lugar donde se levantaba el cadalso, sentí tal horror, se apoderó de mí tal espanto, me pareció ver en torno mío tantas figuras amenazadoras, que si no me sacan pronto de la cárcel, creo que me quedo en ella, víctima de horribles convulsiones, sensación dolorosísima que se producía casi siempre que pasaba, al declinar la tarde, por delante de la prisión y oía cantar la salve a los presos. Canto monótono y melancólico, que me infundía profunda tristeza.

Muchos años después, visité la cárcel de Barcelona, hablé con un desgraciado que había matado a dos mujeres, miré con horror a un hombre que había violado a sus tres hijas, recorrí todas las dependencias, y cada vez que tras de mí se cerraban las puertas y rechinaban los cerrojos, sentía en todo mi ser un dolor tan intenso, miraba en torno mío con tanta pena y tanta angustia, que los que me acompañaban decían que no habían visto a nadie que se hubiese impresionado tanto en aquel triste lugar; y cuando salí de la cárcel y subí al coche que me esperaba, cuando me vi lejos de aquella mansión de horrores, sentí un placer tan extraordinario que lloraba y reía a un mismo tiempo y hablaba sin orden ni concierto, dando gracias a Dios de no merecer en esta existencia el cruel castigo de estar presa.

Después visité el presidio de Tarragona, entonces fui más dueña de mí misma, recorrí sus sombríos dormitorios, me detuve en un gran patio donde los presidiarios esperaban el rancho de la tarde, sentí por aquellos seres una piedad inmensa, yo quería en aquellos breves momentos adivinar todos sus dolores, leer en su pensamiento, infundirles esperanza y resignación, pero todo al vuelo, porque allí dentro me faltaba aire para respirar, y cuando salí miré al cielo y al mar, y me pareció que había salido de un infierno y me hallaba en un paraíso; ¡Entonces sí que mi alma elevó una plegaria que debió resonar de mundo en mundo!

Recuerdo también que a poco de conocer el Espiritismo, me dieron en Madrid una credencial de segunda inspectora del penal de Alcalá de Henares. Para mí, que nada poseía en aquella época, que la miseria, la soledad, el abandono, y una dolencia incurable eran mi patrimonio, tener un destino el cual me proporcionaba casa, y un modesto sueldo, era adquirir una fortuna fabulosa, y parecía lo más natural que sintiera alegría al recibir la credencial, y sin embargo, fue todo lo contrario. Yo vivía entonces con una pobre familia y ocupaba un cuartito que tenía una gran ventana que daba al tejado y desde la cual se veía mucho cielo, las paredes blancas como la nieve, las iluminaba el sol desde la mitad del día, hasta que se escondía en Occidente. Nada más alegre y más risueño que aquel cuartito, se reía solo, como decía la buena mujer dueña de aquel humilde rinconcito; y al pensar que iba a dejarle, sentí una tristeza y un desaliento inexplicable; pero como siempre he creído que el hombre tiene obligación de ganarse la vida con el sudor de su frente, fui a Alcalá a tomar posesión de mi destino, mas al verme ante el presidio sentí tal horror y tal espanto, que estuve largo rato dudando, andaba veinte pasos, y retrocedía cuarenta, pensando en volverme a Madrid sin entrar en el penal, pero al fin dije: es preciso, aquí tendrás casa y pan, fuera de aquí a semejanza de una hoja seca, vas por el mundo a merced del viento; y entré en la oficina o despacho del jefe del penal.

Recuerdo que éste era un hombre anciano, alto, robusto, con blancos bigotes y traza de militar, al verme y al presentarle mi credencial me miró fijamente y en su semblante se dibujó una sonrisa medio burlona, medio compasiva diciéndome en voz muy queda:

-Esto no es para Ud., la matarán a disgustos, ni un mes podrá Ud. resistir a esas fieras, son peores que los hombres.

–Eso mismo me parece a mí, pero hay circunstancias tan apremiantes… hay épocas tan calamitosas que obligan a todo.

En esto se presentó la primera inspectora, que al saber quién yo era, se echó a reír alegremente diciéndome con amable jovialidad.

–No creo que sea Ud. muy a propósito para desempeñar este cargo pero en fin, yo le daré lecciones y todo se andará, creo que no reñiremos, recoja Ud. el título y cuanto antes la espero.

Mientras ella hablaba yo también hablaba conmigo misma, miraba fijamente a mi interlocutora que era alta, muy guapa, con una mirada dura, amenazadora y decía en mi mente: “¡Señor! ¡Aparta de mí este cáliz!… no tengo fuerzas para apurar su amargo contenido.” Y salí de aquel lugar sosteniendo una lucha terrible.

Miré los altos muros de la prisión, escuché palabras soeces, cantares obscenos de las reclusas que asomadas a las ventanas reían estrepitosamente, y me alejé diciendo: ¡Señor! No puedo, es preferible el hambre a este pan que me ofreces, no puedo vivir entre criminales, los compadezco con toda mi alma, pero una fuerza invencible me separa de ellos; entre ellos y yo hay algo que no me explico, que no sé definir, yo quisiera salvarlos, redimirlos, santificarlos, pero al pensar que he de estar en contacto con seres que han caído en el abismo y están contentos en su desgracia; ¡Dios mío! No puedo dar un paso más, me estaciono, y se paraliza mi pensamiento.

Cuando esto me acontecía, no había escuchado aún las sabias advertencias del Padre Germán, mas después, recordando sus consejos, al comenzar mis viajes alrededor de mí misma y al hacer suposiciones de adonde iré mañana, he sacado en consecuencia que podré volver a la Tierra en la posición más humilde, pero que estaré lejos de esos antros, de esos lugares sombríos donde acaban de embrutecerse los criminales.

No, no es posible que mi Espíritu pueda vivir entre la degradación, porque en esta existencia ya ha preferido el hambre, el abandono más completo, la espantosa soledad de la miseria, a estar en contacto con seres abyectos. Podré vivir entre mendigos, pero no entre criminales, entre ellos y yo hay una distancia que no sé medir, pero que deberá ser inmensa, ¡Sin límites!… ¡Sin término!…

Siguiendo mis viajes, cuando he visitado los palacios de los Reyes como me sucedió en Sevilla y en Aranjuez, sus ricos muebles, sus pinturas, sus innumerables bellezas las he contemplado con la admiración que siempre se contempla las maravillas del arte, pero al salir de esas mansiones fastuosas he respirado mejor, me ahogo entre cortinajes de púrpura. Se conoce que estoy aún muy lejos de pertenecer a esas clases que han hecho superiores las necesidades de las civilizaciones, siempre he creído como decía Roque Barcia:

“Que los grandes nos parecían grandes, porque los mirábamos de rodillas”. Nada me une a esas clases al parecer privilegiadas, sus trenes, sus coches, sus deslumbrantes trajes, los miro como una decoración de teatro, creo que su reinado pasará y que las sociedades no necesitarán de esas figuras que despiertan los odios y los rencores de los descamisados.

Si me encuentro al lado de algunas familias que viven en dulce paz, teniendo lo bastante para vivir, disfrutando de esa tranquilidad que da un bienestar asegurado, personas bien vistas en la sociedad, atendidas, respetadas, que desde que nacieron disfrutaron de todas las comodidades, sin conocer en lo más leve los azares de la vida, que no han tenido que avergonzarse por el menor desliz, mujeres que de los brazos de sus padres pasaron a los de su marido, sin lucha, sin fatiga, sin contrariedades, que se ven rodeadas de sus hijos, y que todo les sonríe, al contemplar esos cuadros de la felicidad terrena, me parece que mi Espíritu si pudiera empequeñecerse, quedaría reducido a la millonésima parte de un átomo, tan pequeño se encuentra avergonzado cuando compara su existencia actual tan combatida, tan accidentada, sin familia, sin amparo, teniendo que hacer uso de un organismo que no ha tenido la fuerza suficiente para luchar y resistir los embates de la miseria, y más de una vez se ha declarado vencido porque la luz de sus ojos se apaga, porque no ha tenido la inteligencia y el vigor necesario para ganarse la vida como se la ganan otras personas, pobres, que llegan a la ancianidad trabajando y siendo útiles a cuantos les rodean y a ellos mismos especialmente. Al considerar que para muchas cosas he sido verdaderamente inútil, una sensitiva, cuando necesitaba antes que sentir, pensar en la prosa de la vida ¡Cuán pequeña me encuentro! En particular ante las mujeres que han llenado su misión rodeadas de su familia, en el santuario de su hogar, sin luchas, sin azares, sin pasiones contrariadas. Sintieron, amaron, se despertaron, sonrieron, y un hombre les dijo: honra mi nombre y más tarde un querubín les entregó sus alas diciendo ¡Madre mía! Quiero ser cautivo de tu amor.

Como siempre estoy al lado de personas relativamente felices, me encuentro tan pequeña pareciéndome que entre ellas y yo hay una distancia tan inmensa, que ningún matemático podrá medir con exactitud, creo en consecuencia, atendiendo al estado especial de mi ánimo, que al dejar la Tierra no iré a ningún mundo donde sus moradas sean más buenas que los terrenales, porque si ante los felices de aquí, se encuentra tan avergonzado y tan humillado mi Espíritu, ¿Qué le pasaría en un mundo donde todos sus habitantes fueran justos en comparación de él? Vivir entre santos el que se reconoce pecador, ¿Dónde hay mayor martirio ni peor humillación? Los mundos felices no son por ahora moradas agradables para mí, y pensando razonablemente, pasarán millones de siglos antes que mi Espíritu regenerado contemple su pasado con melancolía, diciendo:

caí muchas veces, pero al fin me levanté, he tardado en ocupar mi puesto en el banquete de la vida, pero para Dios nunca es tarde, en el día de la eternidad no hay ni aurora ni ocaso, el Sol siempre está en el Cenit iluminando y vigorizando las inteligencias.

Tengo pues, el íntimo convencimiento que ya no viviré entre criminales y la certidumbre absoluta que no puedo llamar durante muchos siglos a las puertas de los mundos felices. Ahora bien, ¿Qué siento cuando estoy entre los pobres, entre los desgraciados? Los ciegos por ejemplo; compadezco de todas maneras su infortunio, quisiera ser inmensamente rica para que no sufrieran los horrores de la miseria, y al lado de ellos me encuentro inspiradísima para escribir, les hablo en verso con la mayor facilidad, traslado al papel mis pensamientos sin el menor esfuerzo, y en prueba de ello, te copiaré las últimas poesías que le dediqué a un grupo de ciegos con los cuales me une un entrañable afecto; en ocasión de haberme venido a felicitar en la fiesta de mi nombre.

Tomado del Blog "La Luz del Camino"

El Espiritismo Cuenta con Individuos en la Prensa que son Partidarios Sinceros

Propagación del Espiritismo

El Espiritismo Cuenta con Individuos en la Prensa que son Partidarios Sinceros

por Allan Kardec,septiembre de 1858

"[La Doctrina Espírita] esclarece a las personas sobre sus verdaderos intereses presentes y futuros [...]."

La manera en la que el Espiritismo se ha propagado hasta hoy merece una seria atención. Si la prensa hubiera hecho repercutir su voz a favor del Espiritismo, si lo hubiera enaltecido; en suma, si lo hubiera difundido hasta la saciedad en el mundo, se podría decir que el Espiritismo se ha propagado como todas las cosas que se venden gracias a una reputación artificial y que se desean experimentar, aunque sólo sea por curiosidad.

Pero nada de eso ha sucedido: en general, la prensa no le ha prestado voluntariamente ningún apoyo; más bien ha desdeñado el Espiritismo, o si, en pocos intervalos, ha hablado de él, ha sido para ponerlo en ridículo y enviar a los adeptos a las PetitesMaisons , cosa poco estimulante para aquellos que habrían tenido la veleidad de iniciarse en el Espiritismo. El propio señor Home apenas ha tenido el honor de recibir algunas menciones relativamente serias, mientras que los acontecimientos más vulgares encuentran un gran espacio en la prensa.

Es fácil ver, en el lenguaje de los adversarios, que éstos hablan del Espiritismo como los ciegos hablarían de los colores, sin conocimiento de causa, sin examen serio y profundo, y tan sólo basados en una primera impresión. Por eso, sus argumentos se limitan a una negación pura y simple, ya que no les daremos a las pullas chistosas la honra de denominarlas argumentos. Por más ingeniosas que sean, las bromas no son razones.

Sin embargo, no se debe acusar de indiferencia o de mala voluntad a todo el personal de la prensa. El Espiritismo cuenta con individuos en la prensa que son partidarios sinceros, y conocemos a varios de ellos entre los escritores más distinguidos. ¿Por qué, pues, ellos se quedan en silencio? Es que, al lado de la cuestión de la creencia, hay la de la personalidad, todopoderosa en este siglo. Entre ellos, del mismo modo que entre muchos otros, la creencia está concentrada, no expansiva. Además, están obligados a seguir los procedimientos de su periódico y temen perder a sus suscriptores si ostentan, de forma decidida, una bandera cuyo color podría desagradar a algunos entre ellos.

Extractos de "Revista Espírita 1858-1861", por Allan Kardec.

Sistema Optimista y Monoespiritista

Sistemas

Sistema Optimista y Monoespiritista

por Allan Kardec.

Sistema optimista. Al lado de aquellos que no ven en estos fenómenos sino la acción de los demonios hay otros que sólo han visto la de los buenos Espíritus; éstos han querido suponer que estando el alma separada de la materia, ningún velo existía para ella, y que debía tener la soberana ciencia y la soberana sabiduría. Su ciega confianza en esta superioridad absoluta de los seres del mundo invisible, ha sido para muchos el origen de bastantes decepciones y han aprendido a sus costas a desconfiar de ciertos Espíritus así como de ciertos hombres.

Sistema uniespiritista o monoespiritista. Una variedad del sistema optimista, consiste en la creencia de que un solo Espíritu se comunica con los hombres, y que este Espíritu es el Cristo, quien es el protector de la Tierra. Cuando se ven comunicaciones de la más baja trivialidad, de una grosería irritante, llenas de malevolencia y de maldad, habría profanación e impiedad en suponer que pudiesen dimanar del Espíritu del bien por excelencia. Además, si aquellos que lo creen no hubiesen tenido jamás sino comunicaciones irreprochables, se concebiría su ilusión; pero la mayor parte conviene en haberlas tenido muy malas, lo que explican diciendo, que es una prueba que el buen Espíritu les hace sufrir, dictándoles cosas absurdas; de este modo, mientras los unos atribuyen todas las comunicaciones al diablo, quien puede decir cosas buenas para tentar, otros creen que sólo Jesús se manifiesta, y que puede decir cosas malas para probar. Entre estas dos opiniones tan inversas, ¿quién fallará? El buen sentido y la experiencia. Decimos la experiencia, porque es imposible que los que profesan ideas tan exclusivas lo hayan visto todo como debe verse.

Cuando se les oponen los hechos de identidad que atestiguan la presencia de parientes, amigos o conocidos por las manifestaciones escritas, visuales u otras, responden que es siempre el mismo Espíritu, el diablo según los unos, el Cristo según los otros, que toma todas las formas; pero no nos dicen por qué no pueden comunicarse los otros Espíritus, ni con qué objeto el Espíritu de Verdad vendrá a engañarnos presentándose bajo falsas apariencias, a burlarse de una pobre madre, haciéndole creer mintiendo, que él es el hijo por quien llora. La razón rehusa admitir que el Espíritu Santo se rebaje, ejecutando semejante comedia. Por otra parte, negar la posibilidad de cualquiera otra comunicación, ¿no es quitar al Espiritismo lo que tiene de más dulce: el consuelo de los afligidos? Digamos sencillamente que dicho sistema es irracional, y no puede sostener un examen severo.

Extractos del Libro "El Libro de los Médiums", por Allan Kardec.