17 de marzo de 2019

El desarrollo del libre albedrío

El desarrollo del libre albedrío

por Jacques Peccatte

Cuando el espíritu encarnado tiene una relativa consciencia que le permite distinguir mejor los valores morales dentro de un criterio que se ha afinado con las vidas, su libertad de elección es más notoria. Se puede hablar entonces de un libre albedrío más claro y más preciso, dentro de un sentido más justo de las responsabilidades humanas.

Esta consciencia irá hacia lo bello, lo justo y el bien, y es entonces cuando el guía puede ejercer más fácilmente su influencia sutil, que se expresará por medio de intuiciones benéficas. Pero, aun en este caso en particular, que representa una generalidad para los humanos más conscientes, el protegido puede seguir con cierta obstinación consejos que no le sean beneficiosos. En cierta forma tiene su experiencia y escapa entonces de la influencia de un guía que no llega a hacerse oír.

Este último puede ejercer su buena influencia durante las fases favorables del sueño, lo cual imprime una marca inconsciente que sólo tendrá efectos restringidos en la vida consciente del protegido. Es entonces un poco como un pulseo entre el consciente y el inconsciente.
La confusa vocecilla del inconsciente ha registrado los consejos del guía, pero ante las tribulaciones de la vida, el consciente resiste y puede dejarse llevar por los caminos del facilismo y la renuncia.

El problema es más o menos idéntico al que concierne a los proyectos establecidos antes de la encarnación. Conscientemente hay la pérdida del recuerdo de estos objetivos, aunque inconscientemente estén registrados, podrían volver a expresarse por deseos, antojos, impulsos o intuiciones. El papel del guía es recordar a su protegido esas decisiones tomadas antes de la encarnación, eventualmente su papel también es modificar esos proyectos con arreglo a los azares de las situaciones humanas.

El espíritu encarnado ha programado pues él mismo su línea de existencia y en el transcurso de su desarrollo, el guía está allí para orientar, para conducir e insuflar las ideas más justas y las acciones más favorables a un proyecto deseado y preestablecido por el protegido. El libre albedrío interviene entonces en el sentido en que el humano con frecuencia está en lucha o en contradicción, no precisamente con su protector, sino consigo mismo, no siendo el guía sino la voz de un llamado al recuerdo de lo que había sido decidido antes de la encarnación.

Vemos allí que el guía no tiene la función de dirigir al protegido, él es la voz de su conciencia, es la voz del llamado, es el intermediario entre la realidad consciente encarnada y las profundidades del espíritu. Por su posición de desencarnado, conoce bien la psicología profunda de su protegido, conoce sus anterioridades, sus dudas, sus malestares y sus torpezas. Entonces no puede ejercer su papel óptimo sino cuando el protegido cree en la vida y se deja llevar por sus intuiciones fundamentales.

Extractado de la Revista Le Journal Spirite.