4 de noviembre de 2019

Fábula de la Rana y el Escorpión

Software para la Eternidad

Fábula de la Rana y el Escorpión

por Richard Simonetti

Se acostumbra a decir que uno de los problemas del ser humano está en traer resquicios de programaciones de la animalidad inferior. Es mi naturaleza –dice el individuo agresivo, como si trajese algo de león. El inquieto revela el temperamento de los macacos. El indolente guarda la pachorra del bicho de la pereza. El que se complace con la desgracia ajena recuerda la risa siniestra de la hiena.

Vieja fábula, atribuida a Esopo, es bien ilustrativa. Un escorpión, deseando transportarse por el largo rio, pidió a la rana que lo ayudase.
-De modo alguno. Usted me va a picar y moriré envenenada.
El rabo torcido la tranquilizó.
-Sería un tonto si hiciese eso, pues yo también moriría. No sé nadar.
Argumento lógico. La rana decidió ayudarlo. Cuando estaban en medio del rio, el escorpión picó a su benefactora, que sorprendida, ya en agonía reclamó:
-¡Que locura, usted me envenenó y ahora va a morir ahogado!
-Discúlpeme. Es mi naturaleza…

Así podrían explicar los hombres sus actitudes inconsecuentes, resquicios de la animalidad primitiva.

***

Solo hay un detalle. Una pequeña diferencia: Somos seres pensantes. Tenemos la capacidad de comandar nuestras vidas. Actúa instintivamente, dando paso a impulsos de animalidad inferior, aquel que no ejercita la razón, recusándose a distinguir lo cierto de lo errado, lo que debe o no hacer.

Dice el apóstol Pablo en la Primera Epístola a los Corintios: Cuando yo era pequeño, hablaba como pequeño, sentía como pequeño, pensaba como pequeño; cuando llegué a ser hombre, desistí de las cosas propias de un pequeño.

Es llegado el tiempo de dejar el comportamiento instintivo, propio de nuestra infancia espiritual, y asumamos la condición de seres pensantes, creados para el Bien y la Verdad, que componen un software básico, un programa inmutable instalado por el Creador en nuestra conciencia. Podemos ignóralo o incumplirlo, ya que tenemos el libre albedrío, pero siempre retornaremos a él, después de amargas frustraciones, hasta que completamos las transformaciones intimas que hacen resplandecer nuestra naturaleza espiritual como hijos de Dios.

Tomado del Blog "La Weblog Espírita de Mari"

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