Ardor, Amor, Atención:
Simone Weil Cuenta la Preciosa Historia de Cómo se Hizo la Luz
Simone Weil fue una de las grandes escritoras espirituales del siglo XX, quizá la más grande. Weil tuvo una vida meteórica, casi apoteósica en su sufrida "espera de Dios". Pasó la vida con constantes migrañas y otros problemas físicos, sintiéndose intelectualmente inferior -ya que su hermano era un genio matemático que acaparaba la atención-, pero poseía un espíritu auténtico y un enorme coraje. Camus la llamó "el único gran espíritu de nuestros tiempos". Dueña de una moral superior y habiendo cultivado tempranamente una aguda capacidad de atención -que celebraría como la virtud religiosa por excelencia- Weil aprendió griego, latín y más tarde sánscrito. Su prodigioso interés por todo lo humano y especialmente lo religioso hace pensar en Pico della Mirandola, otra de esas estrellas fugaces. Pico murió a los 31, Weil a los 34.
Weil tenía una tendencia natural e incontenible hacia la compasión. Pese a su mala salud, pasó 1 año trabajando en una fábrica de autos para conocer y compartir las vejaciones que vivía la clase trabajadora. Apoyó a los anarquistas en la guerra civil española, y siempre sintió necesario estar donde la gente estaba sufriendo, aunque a veces le fue imposible (algo que la atormentó). A través de la desdicha, se acercaba al misterio divino: "Se sabe entonces que la alegría es la dulzura del contacto con el amor de Dios, que la desdicha es la herida de este mismo contacto cuando es doloroso y que lo único importante es el contacto, no la modalidad", escribió. Como los devotos de Krishna -los bhaktas-, Weil supo que la esencia de la religiosidad es la intensidad de la relación divina, independientemente de los términos positivos o negativos de la misma.
El ensayo de Weil Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares es simple y sencillamente la más preciosa pieza inspiracional que puede encontrar un estudiante, alguien que contempla la idea de dirigir su atención para aprender algo en general, y particularmente alguien que se pregunta por Dios, que se interesa por la teología o simplemente que busca espiritualmente. El estudio, señala Weil, se convierte en un sacramento. Este ensayo es la más pura lírica y el más puro ardor de la atención. La atención se revela aquí como una virtud cardinal, el centro ubicuo a través del cual el individuo se purifica y magnetiza a Dios. Tal tratamiento de la atención -aunque sin el mismo fervor- sólo se encuentra en William James, el psicólogo estadounidense que notó en su libro Principles of Psychology que la cualidad fundamental de la mente era la facultad de poner atención. En el capítulo que le dedica a este tema, James escribió que la capacidad de controlar la atención era la marca del genio y la educación por excelencia sería aquella que cultiva esta facultad. Weil dice casi exactamente lo mismo: "Aunque hoy en día parezca ignorarse este hecho, la formación de la facultad de atención es el objetivo verdadero y acaso el único interés de los estudios". Cultivar la atención no sólo permite aprender y dejarse penetrar por el objeto de estudio (eso es lo de menos), sino que purifica la mente y la hace vulnerable a la divinidad.
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