No hay dolor en el momento de la muerte
por P.M.H. AtwaterCualquier dolor que deba sufrirse viene primero. Instintivamente se lucha por vivir. Eso es automático.
Es inconcebible para la mente conciente que pueda existir cualquier otra realidad fuera de la materia terrestre circunscrita por el tiempo y el espacio. Estamos acostumbrados a ello. Estamos entrenados, desde nuestro nacimiento, para vivir y desarrollarnos en ella. Conocemos que somos nosotros mismos por el estímulo externo que recibimos. La vida nos dice quienes somos y lo aceptamos así. Eso, también, es automático y debe ser esperado así.
El cuerpo se torna flácido. El corazón se detiene. No fluye aire ni hacia adentro ni hacia fuera. Se pierde la vista, el sentimiento y el movimiento – aunque la habilidad de escuchar es la última que se pierde. La identidad cesa. El “tú” que alguna vez fuiste se convierte solo en una memoria.
No hay dolor en el momento de la muerte. Sólo silencio apacible…calma…silencio. Pero tú todavía existes.
Es fácil no respirar. De hecho, es más fácil, más cómodo e infinitamente más natural no respirar que respirar. La mayor sorpresa para la mayoría de las personas que están muriendo es darse cuenta que morir no finaliza la vida.
Venga oscuridad o venga luz; o algún tipo de evento, sea positivo o negativo o algo en el medio, esperado o no, la mayor sorpresa de todas es darse cuenta que tú eres todavía tú. Todavía puedes pensar, todavía puedes ver, oír, moverte, razonar, preguntarte, sentir, preguntar y decir chistes – si lo deseas.
Todavía estas vivo, muy vivo. Realmente, estás más vivo después de la muerte que en cualquier momento desde que naciste. Sólo que la manera de todo esto es diferente; diferente porque ya no vistes un cuerpo denso para filtrar y amplificar las diferentes sensaciones que una vez viste como los únicos indicadores válidos de lo que constituye la vida. Siempre te habían enseñado
que se debe vestir un cuerpo para vivir.
Si esperas morir cuando mueras, te decepcionarás. La única cosa que el morir hace es ayudarte a soltar, a quitar el susurro y a descartar la “chaqueta” que una vez vestiste (más comúnmente referida como el cuerpo).
Cuando mueres pierdes tu cuerpo. Eso es todo lo que pasa. Nada más se pierde. Tú no eres tu cuerpo. Es sólo algo que usas por un momento, porque vivir en el plano terrestre es infinitamente más significativo y más involucrado si estás encerrado en sus trampas y sujeto a sus reglas.
Extractado del Blog Grupo Espírita de La Palma.