18 de abril de 2019

Por qué Educar para la Muerte

Por qué Educar para la Muerte

por Marina Silva

Según Allan Kardec, en un artículo de la Revista Espírita (Febrero de 1865), el miedo a la muerte deriva del instinto de conservación que nos fue otorgado por la Providencia divina, y es necesario para el proceso de aprendizaje en la Tierra. Sin embargo, ese temor es menos intenso cuando sabemos que el alma es inmortal, y cuando tenemos conciencia de la importancia de las sucesivas encarnaciones como herramientas evolutivas.

Ese nivel de conciencia sólo puede ser alcanzado a través de la educación: no de la educación religiosa, que prepara al hombre para conquistar el Cielo, sino de la educación para la realidad que, según Herculano Pires, encara el nacimiento y la muerte como fenómenos naturales de la vida, los cuales no deben ser confundidos con desgracia ni castigo, dado que solamente los hombres matan para vengarse o cobrar deudas afectivas. Dios no mata, sino crea. Léon Denis, en su libro El Problema del ser y del destino, afirma que toda muerte es un parto, un renacimiento y que todos nos reuniremos en lo Invisible. Por su parte, Hermínio C. Miranda, en su obra Nuestros hijos son Espíritus, relata un interesante estudio sobre nacimiento y muerte realizado por la doctora Helen Wambach.

Esta psicóloga sometió a varios de sus pacientes a la regresión de la memoria y les hizo preguntas -formuladas previamente- sobre su objeto de estudio. El 90% de sus pacientes relataron que morir es bueno, pero nacer es muy desagradable. Una de las personas le dijo, incluso, que nacer se parece a una tragedia. El resultado de las investigaciones de la doctora Wambach está completamente de acuerdo con las pesquisas de ECM, dado que la mayoría de las personas que se acercan a la muerte relatan que sienten mucha paz, que sus dolores desaparecen y viven una hermosa experiencia; además, manifiestan que les resulta difícil el regreso al cuerpo físico. Algunos, incluso, dicen haber sido orientados en su retorno por algún familiar desencarnado, o por un Espíritu de Luz, pues de haber seguido a su voluntad se hubieran dejado morir con tranquilidad.

Otra conclusión de la psicóloga es que el Espíritu del niño se muestra como un ser adulto, experimentado, consciente, dueño de gran conocimiento y comprometido con sus proyectos de vida, con metas, objetivos y propuestas ya programadas.

Eso confirma las enseñanzas de la Doctrina Espírita y explica la muerte de niños, aclarando que ellos son Espíritus milenarios, tal vez más experimentados que sus padres. Su muerte, supuestamente prematura, forma parte de un programa previo a su reencarnación, que tiene como objetivo tanto su crecimiento espiritual como el de los padres. La muerte de los niños puede tener muchas justificaciones y, a veces, lo que pareciera una injusticia desde el punto de vista humano, constituye una bendición para todos aquellos que están involucrados.

Extractado de la Revista La Idea  - Centro Espírita Argentino.