Historia del Sueño
El sueño forma parte de las funciones vitales del organismo como la respiración o la digestión. Por término medio pasamos ocho horas al día durmiendo, lo cual, respecto al conjunto de una vida, representa alrededor de veinticinco años. El sueño es pues un fenómeno fisiológico indispensable al organismo, a la vez para regenerarse y desintoxicarse tanto mental como físicamente. Nadie escapa, ni siquiera los que pretenden prescindir de él.
SU HISTORIA: El hombre moderno tiene un conocimiento muy limitado
del sueño. Su estudio ha estado prohibido por la Iglesia católica desde
el siglo IV, junto con todas las prácticas mágica paganas. Por mil quinientos años, la conciencia occidental sería separada del inconsciente.
Fue preciso esperar a Freud y Jung para que los sueños fueran estudiados nuevamente.
Otras culturas distintas a la nuestra daban, o dan todavía, una gran importancia al sueño. En las sociedades primitivas, el sueño juega un papel importante en las tradiciones, las costumbres y también en la vida diaria. Sobre todo los pueblos africanos creen que el sueño es premonitorio.
Ofrecen sacrificios para que los buenos sueños se realicen o para que los malos no se cumplan. En las tribus amerindias, el adolescente descubre en sueños su identidad y su destino personal, con frecuencia a causa de ritos y pruebas iniciáticas. Igualmente, la vida del grupo es dirigida por los sueños, y a menudo el día comienza por el relato de los de la noche que termina.
Los sueños ayudan así a la tribu para la caza, la medicina y la guerra. Pero, volvamos a la Iglesia católica que prohibió el estudio de los sueños en el siglo IV. Esto parece tanto más sorprendente por cuanto en la Biblia los sueños y los ensueños tienen un lugar muy importante. En el Nuevo Testamento, el nacimiento de Jesús es protegido por José, que recibe en sueños la voluntad divina: así guiado, acepta a María como esposa y salva al niño de la cólera del rey Herodes huyendo a Egipto con su familia.
También los Reyes Magos descubren en sueños las intenciones criminales del soberano. Sin embargo, la Iglesia se declarará en guerra contra el sueño porque su estudio es asimilado a las prácticas de brujería y de magia. Es por eso que en las órdenes monásticas, las oraciones nocturnas y un levantarse muy madrugador privan a los monjes de sus recuerdos oníricos, pues su contenido es considerado como diabólico y su interpretación está prohibida. Los individuos sospechosos de tener tales actividades son buscados, denunciados y tratados como herejes, privados de sus bienes, torturados y a veces quemados.
El sueño y el ensueño, la vida concreta, el amor y la sexualidad, alejan al hombre del bien, de Dios y lo entregan al mal, al demonio. Esta concepción, pretendidamente cristiana de las tradiciones, va a dominar la vida diaria, intelectual y religiosa occidental desde la Edad Media hasta el siglo XX.
Extractado de la Revista Constancia.