Que se nos Dice de ese Lugar tan Terrible Denominado Infierno
Veamos lo que se nos dice de ese lugar tan terrible denominado infierno.
Los teólogos prudentes y circunspectos solo nos enseñan lo poco que la escritura dice de él: el estanque de fuego y azufre del Apocalipsis, y los gusanos de Isaías, y los demonios atormentando eternamente a los hombres que perdieron y gimen con el rechinamiento de dientes de los evangelistas. El mismo San Agustín no concede que esas penas físicas sean simples imágenes de las penas morales; ve un verdadero estanque de azufre, gusanos y serpientes reales, añadiendo sus mordeduras a las del fuego. Pretende, según un versículo de San Marcos, que aquel fuego extraño, aunque material como el nuestro, y obrando sobre cuerpos materiales, los conservará como la sal conserva las carnes de las víctimas.
Pero los condenados, víctimas siempre, sacrificadas y siempre vivas, sentirán el dolor de aquel fuego que quema sin consumir, penetrará debajo de su piel, estarán impregnados y saturados de él todos sus miembros, y el tuétano de sus huesos y las niñas de sus ojos y las fibras más recónditas y más sensibles de su ser. El cráter de un volcán si pudieran precipitarse en él, seria para ellos, sitio de refresco y de descanso. No negando los más discretos y reservados que haya otros suplicios corporales, y que para hablar de ellos, dicen que no tienen el suficiente conocimiento tan positivo como el que les fue dado del horrible suplicio del fuego, y del asqueroso tormento de los gusanos. Pero otros más atrevidos o más esclarecidos e ilustrados, nos lo describen más extensamente y lo relatan con más precisión, habiendo sido trasportados allí en espíritus.
Según la relación de Santa Teresa, que es de este número, hay ciudades, dice, y que vio una callejuela estrecha, y entró con horror, pasando un terreno fangoso y hediondo en el cual se agitaban y bullían monstruosos reptiles, siendo detenida en su marcha por una muralla en la que habían un nicho, acurrucándose en éste la Santa, sin comprender como sucedió. Era el sitio que se le destinaba, si abusaba viviendo, de la gracia que Dios derramaba sobre su celda de Ávila. Solo tinieblas veía, rodeada de tormentos.
Esto solo sería un pequeñito rincón del infierno, porque otras viajeras espirituales quizás más favorecidas, vieron grandes ciudades ardiendo, Babilonia, Nínive y también Roma, y todos sus habitantes encadenados, rodeados de llamas. Otros vieron llanuras sin fin, que labraban y sembraban labriegos hambrientos, flacos y extenuados, y como aquellas en tierras estériles nada producían, se devoraban y comían entre sí, dispersándose a bandadas en busca de tierras más fértiles.
Revista La Revelación Año 1872, por Allan Kardec.
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