30 de julio de 2019

La Infelicidad o Atribulaciones de los Espíritus

El Cielo

La Infelicidad o Atribulaciones de los Espíritus

por Allan Kardec.

Las atribulaciones de los espíritus son proporcionadas a su adelanto, las luces que poseen, sus capacidades, su experiencia y al grado de confianza que inspiran al soberano Señor. Allí no existen los privilegios ni los favores que no sean premio del mérito: todo está medido con el peso de la justicia divina. Las misiones más importantes sólo son confiadas a los que Dios reconoce como capaces de llevarlas a cabo e incapaces de faltar a ellas o de comprometerlas. Mientras que a la vista de Dios, los más dignos componen el consejo supremo, la dirección de las infinitas evoluciones planetarias está confiada a jefes superiores, y a otros está conferida la de mundos especiales.

Vienen después en el orden de adelanto y de la subordinación jerárquica las atribulaciones más restringidas de aquellos que presiden la marcha de los pueblos, la protección de las familias y de los individuos, el impulso de cada ramo de progreso, las diversas operaciones de la Naturaleza hasta los más ínfimos detalles de la Creación. En ese amplio y armonioso conjunto hay ocupaciones para todas las capacidades, aptitudes y buenas voluntades. Ocupaciones aceptadas con alegría, solicitadas con ardor, porque son un medio de adelanto para espíritus que aspiran a elevarse.

Así como las grandes misiones son confiadas a los espíritus superiores, las hay de todos los grados de importancia, destinadas a los espíritus de diferentes rasgos; de lo que puede deducirse que cada encarnado tiene la suya, es decir, deberes que cumplir para el bien de sus semejantes, desde el padre de familia a quien incumbe el cuidado de hacer progresar a sus hijos, hasta el hombre de genio que aporta a la sociedad nuevos elementos de progreso. A menudo en esas misiones secundarias se encuentran debilidades, prevaricaciones, apartamientos, pero sólo perjudican al individuo y no al conjunto.

Extractos del Libro "El Cielo y el Infierno", por Allan Kardec.

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