Dios y las Religiones.
Cristo Solo Habló de El Superficialmente
por Antonio Del EspinoEl enseñaba a los hombres a amarse y ayudarse: las raíces de la solidaridad fueron por él echadas.
Sus adeptos fueron también numerosos y su doctrina hizo prosélitos. Después sus discípulos, animados del Espíritu divino, sembraron e hicieron fructificar su palabra.
Este partido de la moral y de la verdad se extendió y llegó a ser, con el tiempo, bastante fuerte para constituir una formidable potencia que contaba en sus filas, para defenderla y protegerla, poderosos monarcas, pueblos decididos y almas ardientes y fuertes, que no vacilaban en sacrificar las riquezas, la vida, todo en fin, a sus creencias.
Pero los hombres no son Dios, son imperfectos, son accesibles a las pasiones; el orgullo y el egoísmo encuentran en ellos mas acogida que la virtud.
Los jefes de este partido, de sencillos que eran, llegaron a ser grandes; de humildes propagadores de la verdad que se habían titulado, se erigieron en jueces y en maestros. Presidieron los destinos de los pueblos y nada se hacía sin recibir su sanción. En nombre de Dios gobernaban los pueblos: Dios entre sus manos era la terrible arma de la servidumbre.
Se hicieron un código cuyas leyes severas condenaban a penas eternas por la menor falta. Sucesores de los apóstoles de Cristo, creyeron poderse servir de su autoridad para dogmatizar sus decisiones y declararse los depositarios de la ciencia teológica.
No conocían a Dios más que por lo que el Cristo había dicho y el Cristo solo habló de él superficialmente y por comparaciones, porque los que le escuchaban no hubieran podido comprenderle.
Fuese por ambición o por falsos cálculos, quisieron poseer solos la ciencia divina y humana, dominar las almas y los cuerpos. Esta pretensión no podía menos de conmover a ciertas almas inteligentes y valerosas que apasionadas a su vez, se declararon abiertamente contra ellos y les atacaron. La división fue la consecuencia natural de estas cuestiones. Se formaron campos que pretendieron poseer la verdad cada uno de por sí. De ahí los partidos, las luchas encarnizadas se subsiguieron, y se libraron combates sangrientos y terribles.
El partido más fuerte quiso pisotear al contrario abatido, y como necesitaban una sanción para sus actos fratricidas, se inventa el Dios de las armadas que protege la verdad contra el error. Ayudados del fanatismo, fácilmente convencieron a las masas ciegas e ignorantes; pero como la victoria no sonreía siempre al mismo partido, con bastante frecuencia se hubiera podido preguntar y con razón, si el Dios de las armadas protegía caprichosamente a los partidarios de la verdad y del error.
Extractos de "Revista La Revelación Año 1872", por Allan Kardec.
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