Materialismo
Del Alma
por Allan Kardec.147 – ¿Por qué los anatomistas, los fisiólogos y en general los que profundizan las ciencias naturales, con frecuencia están inclinados al materialismo?
– El fisiólogo lo refiere todo a lo que ve. Orgullo de los hombres que creen saberlo todo y que no admiten que algo pueda sobrepasar sus conocimientos. Su misma ciencia los hace presuntuosos y piensan que nada puede ocultarles la Naturaleza.
148 – ¿No es lamentable que el materialismo sea consecuencia de estudios que deberían, por el contrario, demostrar al hombre la superioridad de la inteligencia que gobierna el mundo? ¿Es necesario concluir que son peligrosos?
– No es verdad que el materialismo sea una consecuencia de esos estudios, sino que el hombre deduce de ellos consecuencias falsas; porque puede abusar de todo, incluso de las mejores cosas. La nada, por otra parte, los amedrenta más de lo que demuestran, y los espíritus fuertes, son, con frecuencia más fanfarrones que valientes. En la mayor parte de las veces son materialistas por no tener nada con que llenar el vacío del abismo que se abre ante ellos. Muéstreseles un áncora de salvación y se asirán solícitos a ella. Por una aberración de la inteligencia, hay personas que no ven en los seres orgánicos más que la acción de la materia a la que atribuyen todos nuestros actos. No ven en el cuerpo humano más que una máquina eléctrica; no estudiaron el mecanismo de la vida sino por el funcionamiento de los órganos que vieron extinguirse, con frecuencia, por la ruptura de un hilo y no han observado más nada que ese hilo. Investigaron si quedaba algo y como no encontraron otra cosa que la materia, que se tornara inerte y como no vieron desprenderse el alma y no pudieron apoderarse de ella, dedujeron que todo estaba en las propiedades de la materia y por lo tanto, después de la muerte el pensamiento se aniquilaba. Triste consecuencia si fuera así, porque entonces el bien y el mal no tendrían finalidad. El hombre tendría razón en pensar sólo en sí mismo y en poner por encima de todo la satisfacción de sus placeres materiales. Los lazos sociales se romperían y rotos quedarían para siempre los más santos afectos.
Afortunadamente, semejantes ideas están lejos de ser generales; puede decirse que están muy circunscriptas y no constituyen más que opiniones individuales, pues en ninguna parte se han erigido en doctrina. Una sociedad apoyada en esas basesllevaría en sí misma el germen de su disolución y sus miembros se devorarían unos a otros como animales feroces. El hombre tiene instintivamente la convicción de que todo no concluye para él con la vida; tiene horror a la nada y se obstina inútilmente, contra la idea del futuro. Cuando llega el momento supremo, pocos son los que dejan de preguntarse qué será de ellos; porque la idea de dejar la vida para no regresar jamás, tiene mucho de dolorosa. ¿Quién podrá, en efecto, mirar con indiferencia una separación absoluta y eterna, de todo aquello que se ha amado? ¿Quién podrá, sin horrorizarse, ver cómo se abre a su vista el inmenso abismo de la nada, donde irían a disiparse para siempre todas nuestras facultades, todas nuestras esperanzas?, Y decirse: ¡Qué! Después de mí nada, nada más que el vacío; todo acabó para siempre, dentro de algunos días mi recuerdo se habrá borrado de la memoria de los que me sobreviven, pronto no quedará vestigio de mi tránsito por la Tierra.
El bien que hice será olvidado por los ingratos que he servido, y, ¡nada para recompensar todo esto, nada más que la perspectiva de mi cuerpo roído por los gusanos! ¿No tiene algo de horroroso y de glacial, este cuadro? La religión nos enseña que no puede ser así y la razón nos lo confirma, pero esa existencia futura, vaga e indefinida no tiene nada que satisfaga nuestro amor por el positivismo, siendo para muchos el origen de la duda. Tenemos un alma, pero, ¿qué es nuestra alma? ¿Tiene una forma, una apariencia cualquiera? ¿Es un ser limitado, o indefinido? Unos dicen que es un soplo de Dios, otros que es una chispa, éstos, una parte del gran Todo, el principio de la vida y de la inteligencia, pero, ¿qué aprendemos de todo eso? ¿Qué nos importa tener un alma, si después de la muerte se confunde en la inmensidad, como las gotas en el océano? ¿La pérdida de nuestra individualidad no es para nosotros como la nada? Se dice que es inmaterial, pero una cosa inmaterial no tiene proporciones definidas y para nosotros no representa nada. La religión nos enseña también que seremos felices o infelices, según el bien o el mal que hayamos hecho; pero, ¿en qué consiste esa felicidad y qué nos espera en el seno de Dios? ¿Es una beatitud, una contemplación eterna sin otra finalidad que cantar alabanzas al Creador? ¿Las llamas del infierno, son una realidad o un símbolo?
La misma Iglesia lo entiende como un símbolo, pero, ¿cuáles son esos sufrimientos? ¿Dónde está el lugar del suplicio? En una palabra, ¿qué se hace, qué se ve, en ese mundo que nos espera a todos? Se dice que nadie regresó para presentarnos cuentas. Esto es un error y la misión del Espiritismo es precisamente la de ilustrarnos sobre ese futuro, haciéndonoslo, hasta cierto punto, tocar con los dedos y ver con los ojos, no ya por la razón, sino por los hechos. Gracias a las comunicaciones espíritas, esto ya no es una presunción, o una probabilidad sobre la que cada uno entiende a su voluntad, que los poetas embellecen con sus ficciones o siembran de imágenes alegóricas que nos engañan, es la realidad la que se nos presenta, pues son los mismos seres del otro mundo los que vienen a describirnos la situación, a decirnos lo que fueron, que nos permiten asistir, por decirlo así, a todas las peripecias de su nueva vida y por ese medio, mostrándonos el destino inevitable que nos está reservado, según nuestros méritos y faltas. ¿Hay algo de irreligioso en esto? Todo lo contrario, puesto que los incrédulos encuentran la fe y los indecisos una renovación de fervor y de confianza. El Espiritismo es, por lo tanto, el más poderoso auxiliar de la religión. Y puesto que es así, es porque Dios lo permite, y lo permite para alentar nuestras esperanzas vacilantes y conducirnos al camino del bien, por la perspectiva del futuro.
Extractos del Libro "El Libro de los Espíritus", por Allan Kardec.
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