No Existen las Penas Eternas
por José Aniorte AlcarazEl pecado original es el dogma fundamental, base de todo el edificio de los dogmas de la Iglesia. Así se inmoviliza con las doctrinas del pasado y sigue introduciendo al demonio en todas las cosas, hasta en la manifestación de los espíritus. Amenaza con las llamas eternas a toda criatura que no admita un credo que su razón y su conciencia rechazan. Así es como en sus manos el Cristianismo, pleno de amor, se convirtió en un instrumento de terror y espanto.
Me parece bien que la Iglesia recomiende prudencia a sus fieles antes de iniciarse en otra creencia, pero no que les diga que la comunicación de los espíritus es obra del demonio. El mundo de los espíritus existe; ya es una realidad comprobada: no existen demonios, pero sí existen espíritus buenos y malos ¿No sucede lo mismo aquí? ¿No existen hombres buenos y malos también aquí? Debemos confiar en los buenos y separarnos de los malos, Jesús nos dijo: “El árbol se conoce por su fruto, un árbol bueno no da frutos malos, y un árbol malo no da frutos buenos”.
No puede existir Satán y el infierno con penas eternas porque sería poner en duda la justicia Divina, Dios es Amor, Bondad y Tolerancia. Es imposible imaginar a Dios condenando a uno de sus hijos descarriado, a un sufrimiento eterno. Es indigno utilizar esta falsa para ejercer el dominio sobre una parte de la humanidad, a través del miedo y la amenaza; creando un dios injusto y vengativo, convertido en el verdugo de sus criaturas; defectos que quizás podrían atribuirse a un ser humano y la Iglesia responsable de esta farsa, al proclamar la infalibilidad del Papa ha elevado a éste por encima de Dios, Creador de todo.
Con tales nociones es como se empuja a los pueblos al escepticismo y al materialismo. Esto es lo que han hecho las religiones “cristianas”, incurriendo con ello en la más grave responsabilidad.
Aquí en la Tierra, el dolor lo encontramos en todas partes.
No es necesario salir de este mundo para encontrar después de la muerte, los sufrimientos apropiados a las faltas y condiciones expiatorias de los culpables.
¿Por qué crear un infierno en regiones imaginarias? El infierno está aquí y es una creación nuestra. ¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra infierno? ¡Lugar inferior! Y ya lo tenemos aquí porque, la Tierra es uno de los mundos inferiores del Universo.
El destino de los habitantes de este planeta, es bastante duro y doloroso, pero no pueden existir males eternos; existen sólo males temporales, apropiados a las necesidades de la ley del progreso, de la evolución y las compensaciones, que es una ley universal cumplimentada con el principio de la ley de las reencarnaciones sucesivas; y así se cumple la justicia divina.
En el curso de nuevas y penosas existencias, es cuando el culpable se redime de sus faltas pasadas. La ley de las consecuencias traza para cada uno de nosotros el destino que debemos seguir, según las acciones buenas o malas que hemos realizado, las cuales repercuten en nosotros, a través de los tiempos, con sus consecuencias felices o dolorosas. Así es como cada uno crea su cielo o su infierno.
Tiene que llegar el día en que el mal dejará de ser la condición dominante en esta vida, entonces los seres, depurados por el sufrimiento, después de haber recibido la larga educación de los siglos, dejarán la vida oscura para seguir el camino de la luz. Poco a poco, mediante el desarrollo de nuestras facultades mentales, del conocimiento y la voluntad, el Espíritu se libera de las influencias inferiores y se esfuerza con empeño en conseguir su redención espiritual.
En unos pocos siglos, las religiones, las razas, todos los pueblos que forman la humanidad terrestre, se unirán por los lazos de una estrecha solidaridad y un profundo afecto y avanzarán de progreso en progreso hasta conseguir que este planeta sea un mundo solidario, de paz y felicidad. Así se cumplirán estas divinas y grandiosas palabras:
“No quiero la muerte del pecador, quiero su transformación”.
Nada impide a los católicos concebir los sufrimientos purificadores del alma, como una consecuencia de sus vidas posteriores; para aceptar la realidad de las vidas sucesivas, debe introducirla en sus creencias religiosas. Los primeros cristianos sabían esto y lo practicaban. La Iglesia suprimió esta verdad, pues ella hubiese tenido como consecuencia la confirmación de la pluralidad de existencias del Espíritu, produciendo la ruina de la institución de las indulgencias, generadora de grandes provechos para los pontífices romanos.
Nos dice Pablo apóstol: “Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”. (S. Pablo l, Timoteo 2:3 y 4) Satanás es una alegoría, es el símbolo del mal. Pero el mal es un estado transitorio de los seres en proceso de evolución.
En el Universo no existe ninguna imperfección. La creación divina es armónica y perfecta. El ser humano, en su vida presente, sólo es la planta de un hermoso árbol que tiene que crecer para dar buenos frutos. Para tener una idea exacta de la evolución de su Espíritu, tendría que tener el conocimiento necesario, para medir la cadena de los mundos que aún tiene que recorrer y la sucesión de existencias que le esperan a lo largo de los siglos venideros. Este grandioso conjunto escapa a sus concesiones, y de ahí nacen sus dudas y la errónea interpretación de sus juicios.
Siempre que nos enfrentamos a una desgracia que nos produce dolor o sufrimiento, decimos que el mal nos persigue; pero es necesario comprender que el mal lo creamos nosotros y después sufrimos sus consecuencias, pues éste nos enseña a diferenciar y analizar sus sensaciones.
Por el sufrimiento, el alma llega a su pleno esplendor, a la total conciencia de sí misma. El dolor rompe la cadena de las fatalidades materiales y derrama sobre el Espíritu un resplandor que le deja entrever la vida superior.
El Espíritu empieza su evolución en lo más bajo de la escala animal, el hombre, el ser pensante, ignorante al comienzo de su evolución, tiene que desarrollar su inteligencia con su actividad y esfuerzo continuo. Tiene que luchar con la Naturaleza para sobrevivir en un ambiente difícil, y a lo largo de esta lucha se fortalece su energía y su Ser moral se afirma y engrandece. Gracias a esta lucha se realiza el progreso y la elevación de la humanidad, subiendo de etapa en etapa, hacia un estado mejor de elevación.
Así podemos comprobar, que bajo el látigo de la necesidad, bajo el sufrimiento de la pobreza y del dolor, el hombre marcha, progresa, se eleva y de vida en vida, de escalón en escalón llega a conseguir finalmente su redención espiritual.
El mal físico es la consecuencia del mal espiritual, es también un aspecto pasajero, una forma transitoria de la vida universal. El ser humano comete el mal por ignorancia, por debilidad, y sufre las consecuencias de sus actos; pero del mal y del dolor un día brota la felicidad y la virtud.
Cuando el alma haya vencido las influencias materiales, será para ella como si el mal jamás hubiese existido.
El alma humana busca su camino entre las sombras; se esfuerza por afirmarse en su personalidad creciente y después de muchas luchas, caídas y nuevos intentos, domina sus vicios y consigue la fuerza moral para seguir el nuevo camino, en el camino de la verdad y de la vida que nos enseñó nuestro Amado Jesús.
El mal aún no está extinguido en el mundo, la lucha no ha terminado. Los vicios y las pasiones aún están latentes en la mente de nuestro Espíritu. La lucha es a veces necesaria para arrancar al hombre de su entorpecimiento y de sus goces groseros, tan comunes en un mundo tan materializado como el nuestro.
La humanidad continuará en su marcha ascendente conquistando nuevos valores. El Espíritu moderno se liberará de las preocupaciones o prejuicios del pasado; y del choque de estas pasiones surgirá un nuevo ideal, una forma más elevada de la justicia sobre la cual moderará la humanidad sus instituciones.
El Espiritismo, la nueva Revelación, enseña al ser humano a conocerse y a conocer la naturaleza del alma y su destino. Con este conocimiento, el hombre moderno siente aumentar en sí mismo la conciencia de sus deberes y su valor. Esclareciendo su mente comprende el poder que tiene sobre el mundo de la materia y sobre el mundo de los espíritus. Todas las incoherencias, todas las aparentes contradicciones de la obra divina quedarán explicadas para él. Todo lo que él entiende como un mal físico o moral, todo lo que él considera la negación de lo bueno y de lo justo, comprenderá que está dentro de la obra divina, fuerte y poderosa, con la armonía de sus leyes sabias y profundas. Se disipará en sueños espantosos de la condenación con la terrible figura de Satán. Es entonces cuando el hombre que sólo es un Espíritu encarnado comprenderá que la salvación depende sólo de nosotros, de nuestra conducta y nuestro comportamiento.
Dios en su infinita Bondad, siempre nos da una nueva oportunidad para rectificar el mal que hemos hecho, y nuestro inevitable destino es alcanzar nuestra elevación espiritual.
No se pueden explicar de una manera sencilla, clara y racional todos los dogmas del catolicismo, que tienen su origen en la doctrina enseñada en los primeros siglos, y que hoy es difícil comprender su verdadero sentido. Sabemos que los dogmas modernos, sólo son el producto de la desmedida ambición sacerdotal; y sólo han sido promulgados para ser más completa la esclavitud de sus fieles.
Hoy con la llegada del Espiritismo, las leyes superiores y el destino del alma, son revelados por las voces de los espíritus que habitan en el Espacio y gozan de la vida espiritual que será la nuestra también después de la muerte.
Esta doctrina reveladora, servirá de base para las creencias del porvenir, pues demuestra sin ninguna duda la existencia del Mundo Espiritual, al cual aspira el alma y que las religiones han presentado siempre bajo formas incompletas, quiméricas y dudosas.
Hoy la inteligencia humana ha conseguido lograr un mayor desarrollo, pero la intransigencia sacerdotal se manifiesta aún en nuestros días con esos ritos bajo los cuales la idea de Dios se oscurece; con ese ceremonial pomposo cuyo lujo y esplendor cautivan los sentidos y apartan el pensamiento del elevado fin que debe perseguir.
Si la doctrina de Jesús fuese explicada y enseñada por unos sacerdotes que en realidad la practicaran, sería entonces mejor comprendida, sería amada y practicada, volviendo a la sencillez y sinceridad primitiva, ejerciendo una acción eficaz sobre los hombres y mujeres.
Así como lo están haciendo apartan al hombre del estudio profundo y de la reflexión, con el fin de desarrollar en él la vida contemplativa. Las oraciones largas y el brillante ceremonial ocupan sus sentidos, mantienen la ilusión y se acostumbran a no pensar.
Todos los rituales de la Iglesia Romana son calcados de las religiones del pasado: sus ceremonias, sus vasos de oro o plata, sus cánticos, sus procesiones y el agua lustral son una herencia del paganismo. Del Brahmanismo se ha tomado el altar, el fuego sagrado que en él arde, el pan y el licor que el sacerdote consagra a la divinidad. Del budismo ha tomado el celibato de los clérigos y la jerarquía sacerdotal. La casulla fue una imitación de la utilizada por los sacerdotes del Sol; la sotana negra fue una copia de la que llevaban los oficiantes de sacrificios de la religión mazdea; la casulla dorada era usada en los templos egipcios; la mitra tuvo su origen en el culto de los magos de Caldea, y la cruz entre los augures romanos.
En todas partes se injertó un culto nuevo sobre el antiguo, que bajo otros nombres no fue más que una reproducción del anterior. Sólo la Iglesia Católica se mantiene aferrada a sus viejos dogmas, superados y desmentidos por la ciencia de hoy.
Los autores de los Evangelios, seguramente, no habían previsto ni los dogmas, ni el culto, ni el sacerdocio. Jesús nunca manifestó ninguna inclinación sobre el Espíritu sacerdotal, nadie ha estado más alejado de las formas y de las prácticas exteriores.
Todo en Él es sentimiento, elevación de las ideas, pureza de corazón y sencillez. Los que se dicen sucesores de Él, han ignorado sus intenciones y sus ideales; dejándose dominar por los intereses materiales, y han sobrecargado a la religión católica con un aparato pomposo bajo el cual ha quedado sofocada la verdadera idea cristiana.
Los papas se hacen llamar su santidad y se dejan incensar.
Se han olvidado de las palabras de Jesús: “Pero vosotros no queréis que os llamen Rabí, porque uno es vuestro Maestro, el Cristo y todos vosotros sois hermanos”. (Mateo 23: 8).
Es lamentable que después del progreso que la humanidad tiene alcanzado, aún nada sepa sobre su porvenir, nada de la suerte que le espera al final de su vida. Es muy débil la fe que se tiene en la inmortalidad, aún en aquellos que se llaman cristianos; a veces, sus esperanzas vacilan bajo el soplo helado de la duda, por falta de pruebas y convencimiento, porque la fe ciega es poco convincente.
El obispo y el Sacerdote tienen conocimiento de esta realidad, pero no tienen argumentos para convencer a sus fieles porque ellos mismos son víctimas de la duda; ellos conocen su debilidad y que están sometidos a su ignorancia, lo mismo que aquellos a quienes tienen la pretensión de dirigir y si no fuese por no comprometer su situación material y su propia dignidad, reconocerían su equivocación, impuesta por su iglesia, y dejarían de ser ciegos guiando a otros ciegos, porque no saben nada de la vida futura ni de sus verdaderas leyes, y se atreven a hacer de conductores de los demás, es el ciego que citan en los Evangelios: “Y si un ciego guiase a otro ciego, ambos caerían en el hoyo”. (Mateo 15:14).
Las sombras han invadido el Santuario. No hay un obispo que explique algo sobre las condiciones de vida en el más allá; una realidad que no se puede ocultar más. Los espíritus se manifiestan por todas partes, nos revelan la existencia de un mundo que la Iglesia Romana se empeña en negar, y dentro de ella reina la duda, la indiferencia y la incredulidad. Esta situación ya afecta al ciudadano común que se deja influenciar por un sentimiento de incredulidad.
El ideal cristiano, tan manipulado y falseado, ha perdido su influencia sobre el pueblo, y la vida moral se ha debilitado. La sociedad, ignorante del verdadero objetivo de su existencia, se arroja sin miramientos a la conquista de los goces materiales. Ha empezado un periodo de desorden y de descomposición, periodo que conducirá a la negación total de todos los principios evangélicos. Ante esta grave situación el Mundo Espiritual se moviliza y revela un nuevo ideal; el Espiritismo que con su evidencia puede desvelar todos los misterios, iluminar las conciencias, consolar a los afligidos y reunir a todas las criaturas en una sola creencia: la fraternidad, el amor y la tolerancia; en un mundo de paz y armonía, respetando los derechos y creencias de cada pueblo.
Durante más de mil años la Iglesia ha dominado a su gusto al ser humano, ha modelado su alma, la sociedad entera ha seguido sus normas. Todos los poderes han estado en sus manos, la autoridad dependía de ella. Disponía con entera libertad de los espíritus y de los cuerpos, reinaba por la palabra y por el libro, por el hierro y por el fuego. Era soberana absoluta en el mundo cristiano. Ningún poder jamás ha sido superior al de ella. Pues bien, ¿qué ha hecho de esta sociedad que es obra de ella?. Los abusos, los excesos, los errores del sacerdocio han engendrado la duda; la imposibilidad de creer en los dogmas por ella creados es lo que ha llevado a esta humanidad a la duda y a la negación.
La enseñanza de la Iglesia no ha conseguido satisfacer a las inteligencias ni a las conciencias. Sus seguidores se adaptan a ella porque es fácil y cómoda, pero en el fondo no hay fe, no hay convencimiento, porque sus manifestaciones son exteriores y materiales; la pureza del Cristianismo ha sido sustituida por unos dogmas infantiles y fantasiosos que han perturbado la mente de algunos e introducido la duda en otros. Esto sucede porque los obispos viven en las riquezas de sus palacios, intervienen en la política y en los negocios; con su comportamiento ellos mismos desmienten todo lo que dicen que enseñan. Con sus principios la Iglesia ha instituido un reino en este mundo, todo lo contrario de lo que Jesús le dijo a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo”. Para ser verdaderos cristianos deberían renunciar a este reino convirtiéndose, a semejanza de Cristo, en sublimes misioneros enseñando a sus adeptos el verdadero Evangelio de paz y de amor, entonces, la humanidad creería en ellos y la Iglesia Romana sería cristiana. Pero La Iglesia no está interesada en cumplir y seguir estos enseñamientos evangélicos. El Espíritu de Cristo parece abandonarla cada día más. Ya casi no queda en ella más que una forma exterior, una apariencia bajo la cual sólo se encuentra el cadáver de una gran idea.
Las iglesias cristianas sólo se mantienen por lo poco que les queda de la moral evangélica. La concesión que tienen del mundo, de la vida y del destino no es más que letra muerta.
¿Qué se puede decir de una doctrina que aún mantiene la teoría de que el único medio de volver a la vida es cuando resucite el cuerpo muerto? Esto no se puede calificar ni como un sueño infantil.
La Iglesia Católica Romana, desde sus principios utilizó el nombre de Dios para conseguir sus fines, para convertirse en el estado más poderoso del mundo, sin reparar en los medios que tenía que utilizar para conseguir su objetivo.
No es esto lo que enseñaba Jesús cuando hablaba del Padre, cuando afirmaba que el único, el verdadero principio del Cristianismo; es el amor, el perdón, la caridad y la fraternidad universal.
Si estos preceptos evangélicos hubiesen prevalecido en la Iglesia, el Cristianismo estaría en el apogeo de su poder y de su gloria. Por esta razón es necesario volver a las puras enseñanzas de Cristo que en realidad es la verdadera Religión Universal, necesaria para esta desengañada humanidad. La religión del miedo, de la amenaza, del castigo y de la intolerancia, tiene que renovarse o morir.
Los principios verdaderos y la base real del Cristianismo, son: la justicia, el perdón, la misericordia y el amor.
Tomado del Blog "La Luz del Camino"
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Haz un comentario