12 de mayo de 2019

Sobre el Hecho de Mentir…

Sobre el Hecho de Mentir…

De Editorial

Leyendo un interesante Ensayo del periodista Tim Rayment, publicado en el Magazine del periódico “El Mundo” (01/2006), sobre “Mentir, ¿una cuestión de supervivencia?”, constatamos cuánto se ajustan a la realidad las opiniones vertidas en ese escrito. Parece ser que “generalmente necesitamos mentir”, y que, en la mayoría de los casos, “tenemos pocas posibilidades de saber si nos engañan”, aunque, como en todo, el tiempo proporciona la respuesta a tal interrogante.

Según Rayment, “científicos de la Universidad de California del Sur han estudiado el cerebro de los mentirosos compulsivos y han descubierto que tienen un 14,2% menos de materia gris que las personas honestas. Esto, según los expertos, se traduciría en una menor preocupación por los aspectos morales”. En dicho texto también se arguye que “las relaciones sociales serían imposibles en un mundo sin mentiras, sobre todo porque no estamos preparados para que nos digan la verdad sobre nosotros mismos”. Y según Kant: “un mundo sin mentiras no podría estar habitado por seres humanos”.

Ante esta disyuntiva entre mentirosos patológicos y mentirosos piadosos es recomendable aplicar el antiguo proverbio: “En la duda, abstente”.

Si en muchos momentos de nuestra vida, unos más que otros, todos mentimos; si por el sólo hecho de la muerte no somos mejores ni peores, sino que continuamos siendo “allá” lo que realmente somos “acá”, ¿acaso no pueden mentir los espíritus?; ¿por qué esa alta dosis de credulidad que se observa sobre la veracidad y procedencia de los mensajes mediúmnicos?; lo cual no invalida el que el fenómeno sea un hecho real, ni tampoco significa que se deba desconfiar de todo lo proveniente del “mundo” de los espíritus.

En “El Libro de los Médiums” (cap. XX, preg. 230) está escrita una regla de oro ofrecida por el espíritu de Erasto, discípulo del apóstol Pablo: “(…) Así pues, aceptad tan sólo aquello que os parezca ser de una evidencia incuestionable. Tan pronto como una nueva opinión surja, por poco que la consideréis dudosa, sometedla a las más duras pruebas de la razón y de la lógica. Y aquello que la razón y el buen sentido reprueben, desechadlo sin vacilar. Mas vale rechazar diez verdades que admitir una sola mentira, una sola falsa teoría. (…)”

Esta regla que debería ser observada continuamente en los trabajos y estudios espiritistas, también se tendría que poner en práctica en nuestro entorno. Si así fuera, más de un desengaño nos ahorraríamos. Sin embargo, parece ser que sólo se aprende a través de esas decepciones que sacuden todo nuestro ser emocional. Según afirmaciones del neurólogo y psiquiatra sueco, Torsten Wiesel, premio Nóbel de Medicina en 1981: “...el sufrimiento o las conmociones personales también son una forma de aprendizaje y crecimiento personal. A veces hay que fracasar para crecer.”

En “Obras Póstumas” -Mi Primera Iniciación en el Espiritismo-, Allan Kardec nos dice: “Uno de los primeros resultados de mis observaciones, fue el darme cuenta de que los espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres, no poseen ni la soberana sabiduría ni la soberana prudencia; que su saber era proporcionado a su progreso, y que su opinión no tenía más valor que el de una opinión personal. (...)”

Sea lo que fuere, ante cualquier manifestación de un ser, sea encarnado o desencarnado, tendríamos que ser capaces de poner en práctica las premisas que sustentaron a Kardec en todos sus estudios: “observar, comparar y juzgar desapasionadamente todos los hechos”. (“Obras Póstumas” -Mi Primera Iniciación en el Espiritismo-).

Extractado del Boletín Flama Espírita.