20 de febrero de 2019

¡MAMÁ, Estoy aquí!!!



¡MAMÁ, Estoy aquí!!!

Hace algunos meses atrás la señora ... había visto desencarnar a su única hija de catorce años, objeto de toda su ternura y muy digna de sus lamentos por las cualidades que prometían hacer de ella una mujer cabal. Esta joven había sucumbido a una larga y dolorosa enfermedad. La madre, inconsolable ante esta pérdida, veía que su salud se alteraba a cada día y repetía sin cesar que pronto ella iría a reunirse con su hija. Informada de la posibilidad de comunicarse con los seres del Más Allá, la señora ... resolvió buscar, en una conversación con su hija, un alivio a su pena. Una dama de su conocimiento era médium; pero al ser una y otra poco experimentadas para semejantes evocaciones, sobre todo en una circunstancia tan solemne, me pidieron para que yo asistiera a la misma. Éramos tres: la madre, la médium y yo. He aquí el resultado de esta primera sesión.

LA MADRE –En el nombre de Dios Todopoderoso, Espíritu Julie ..., mi hija querida, te ruego que vengas si Dios lo permite. JULIE –¡Mamá, estoy aquí!

LA MADRE –¿Sos realmente vos, hija mía, que me responde? ¿Cómo puedo saber que sos vos? JULIE –Lili.
(Era un sobrenombre familiar dado a la joven en su infancia; no era conocido ni por la médium ni por mí, puesto que desde varios años sólo se la llamaba por su nombre de Julie. Ante esta señal, la identidad era evidente; la madre no pudo dominar su emoción y estalló en sollozos.)

JULIE –¡Mamá! ¿Por qué te afligís? Soy feliz, muy feliz; no sufro más y te veo siempre.

LA MADRE –Pero yo no te veo. ¿Dónde estás? . JULIE –Aquí, a tu lado, mi mano está sobre la señora ... (la médium) para hacerla escribir lo que te digo. Mirá mi escritura. (En efecto, la escritura era la de su hija.)

LA MADRE –Vos decís: mi mano; ¿Entonces tenés un cuerpo? . JULIE –No tengo más ese cuerpo que me hacía sufrir tanto; pero tengo su apariencia. ¿No estás contenta de que yo no sufra más, ya que puedo conversar con vos?

LA MADRE –Entonces, ¿si te viera, te reconocería? . JULIE –Sí, sin duda, y a menudo ya me viste en tus sueños.

LA MADRE –Realmente, te vi en mis sueños, pero creí que era un efecto de mi imaginación, un recuerdo. JULIE –No; era yo la que siempre estaba con vos, buscando consolarte; fui yo que te inspiré la idea de evocarme. Tengo muchas cosas para decirte. Desconfiá del señor ...; él no es sincero.
(Ese señor, conocido únicamente por la madre y nombrado tan espontáneamente, era una nueva prueba de la identidad del Espíritu que se manifestaba.)

LA MADRE –¿Qué puede, pues, hacer contra mí el señor ...? . JULIE –No puedo decírtelo; esto me está vedado. Solamente puedo advertirte que desconfíes de él.

LA MADRE –¿Estás entre los ángeles?. JULIE –¡Oh, todavía no! No soy lo bastante perfecta.

LA MADRE –Sin embargo, no te conocí ningún defecto; eras buena, dulce, amorosa y benévola para con todo el mundo; ¿esto no es suficiente? . JULIE –Para vos, mamá querida, yo no tenía ningún defecto; ¡y me lo creía, porque frecuentemente me lo decías! Pero ahora veo lo que me falta para ser perfecta.

LA MADRE –¿Cómo vas a adquirir las cualidades que te faltan? . JULIE –En nuevas existencias que serán cada vez más felices.

LA MADRE –¿Será en la Tierra que tendrás esas nuevas existencias? . JULIE –No lo sé.

LA MADRE –Puesto que no habías hecho mal alguno durante tu vida, ¿por qué sufriste tanto? . JULIE –¡Pruebas! ¡Pruebas! Las he soportado con paciencia por mi confianza en Dios; soy muy feliz hoy. ¡Hasta pronto, mamá querida!

En presencia de semejantes hechos, ¿quién osaría hablar de la nada después de la tumba, cuando la vida futura se nos revela –por así decirlo– tan palpable? Esta madre, minada por la tristeza, siente hoy una felicidad inefable al poder conversar con su hija; entre ellas no existe más la separación; sus almas se entrelazan y se expanden en el seno de una y de otra por el intercambio de sus pensamientos.

A pesar del velo con el cual hemos rodeado este relato, no nos hubiéramos permitido publicarlo, si no estuviésemos formalmente autorizados para ello. Nos decía esta madre: ¡Si todos los que han visto partir de la Tierra a sus afectos, pudiesen sentir el mismo consuelo que yo!

Por nuestra parte, solamente agregaremos una palabra dirigida a los que niegan la existencia de los buenos Espíritus: les preguntaremos cómo podrían probar que esta joven, en Espíritu, era un demonio maléfico.


Extractado de Revista Espírita 1858 de Allan Kardec.