La Avaricia
Disertación Moral Dictada por San Luis a la Srta. Ermance Dufaux - 6 de enero de 1858
1 Tú, que posees, escúchame. Un día dos hijos de un mismo padre recibieron un celemín de trigo cada uno. El hijo mayor guardó el suyo en un lugar oculto; el otro encontró en su camino a un pobre que pedía limosna; corrió hacia él y echó en el faldón de su capote la mitad del trigo que le había correspondido; después, continuó su senda y se fue a sembrar el resto en el campo paterno. Ahora bien, por esos tiempos sobrevino una hambruna y las aves del cielo morían al borde del camino. El hermano mayor corrió a su escondite, pero allí sólo encontró polvo; el menor se fue a contemplar tristemente su trigo seco antes de la cosecha, cuando encontró al pobre que había asistido. Hermano – le dijo el mendigo –, yo iba a morir y tú me socorriste; ahora que la esperanza está seca en tu corazón, sígueme. Tu medio celemín se quintuplicó en mis manos; aplacaré tu hambre y vivirás en la abundancia.
2 ¡Escúchame, avaro! ¿Conoces la felicidad? Sí, ¿no es cierto? Tus ojos brillan con un oscuro destello en las órbitas que la avaricia ha cavado más profundamente; tus labios se aprietan; tu nariz tiembla y tus oídos se aguzan. Sí, escucho, es el ruido del oro que tu mano acaricia al echarlo en tu escondrijo. Tú dices: Es la voluptuosidad suprema. ¡Silencio! Alguien viene. Cierra de prisa. ¡Oh, qué pálido estás! Tu cuerpo se estremece. Tranquilízate; los pasos se alejan. Abre; observa nuevamente tu oro. Abre; no tiembles; te encuentras completamente solo. ¡Escucha! No, no es nada; es el viento que silba al pasar por el umbral. ¡Observa cuánto oro! Húndete a manos llenas: haz
que suene el metal; estás feliz.
¡Feliz, tú! Pero en la noche no tienes reposo y tu sueño es atormentado por fantasmas.
¡Tienes frío! Acércate a la chimenea; caliéntate en ese fuego que crepita tan agradablemente. La nieve cae; el viajero friolento se cubre con su capa y el pobre tirita bajo sus harapos. La llama del hogar se va extinguiendo; echa más leña. Pero no, ¡detente! Es tu oro que consumes con esa leña; es tu oro que quemas.
¡Tienes hambre! Ten, toma; sáciate; todo esto es tuyo, lo has pagado con tu oro. ¡Con tu oro! Esta abundancia te indigna; ¿lo superfluo es necesario para mantener tu vida? No, este pequeño pedazo de pan bastará; hasta es demasiado. Tus ropas caen en jirones; tu casa se agrieta y amenaza ruina; sufres frío y hambre; ¡pero qué te importa! Tienes oro.
¡Desdichado! La muerte te separará de ese oro. Lo dejarás al borde de la tumba, como el polvo que el viajero sacude en el umbral de la puerta, donde su amada familia lo espera para celebrar su regreso.
Tu sangre empobrecida – envejecida por tu miseria voluntaria – se ha helado en tus venas. Herederos ávidos acaban de tirar tu cuerpo en un rincón del cementerio; hete aquí cara a cara con la eternidad. ¡Miserable! ¿Qué has hecho de ese oro que te ha sido confiado para aliviar al pobre? ¿Escuchas estas blasfemias? ¿Ves esas lágrimas? ¿Ves aquella sangre? Aquellas blasfemias son las del sufrimiento que habrías podido calmar; esas lágrimas, tú las has hecho correr; esta sangre, tú la has derramado. Tienes horror de ti; querrías huir pero no puedes. ¡Sufres como un condenado! Y te retuerces en tu sufrimiento. ¡Sufre! Nada de piedad para ti. No has tenido un buen corazón para con tus hermanos desdichados; ¿quién lo tendrá ahora para ti? ¡Sufre! ¡Sufre siempre! Tu suplicio no tendrá fin. Para punirte, Dios quiere que así lo CREAS.
Nota – Al escuchar el final de estas elocuentes y poéticas palabras, estábamos todos sorprendidos de oír a san Luis hablar de la eternidad de los sufrimientos, considerando que todos los Espíritus superiores concuerdan en combatir esta creencia, cuando estas últimas palabras: Para punirte, Dios quiere que así lo CREAS, han venido a explicar todo. Nosotros las reprodujimos dentro de los caracteres generales de los Espíritus del tercer orden. En efecto, cuanto más imperfectos son los Espíritus, más limitadas y circunscriptas son sus ideas; el porvenir es para ellos incierto: no lo comprenden. Sufren, sus sufrimientos son prolongados y para el que sufre mucho tiempo, esto es como sufrir siempre. Este pensamiento es en sí un castigo.
Extracto de "Revista Espírita 1858", por Allan Kardec.
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