A su alteza el príncipe G.
Vuestra Alteza me ha hecho el honor de dirigirme varias preguntas referentes al Espiritismo; voy a tratar de responderlas, tanto como lo permita el estado de los conocimientos actuales sobre la materia, resumiendo en pocas palabras lo que el estudio y la observación nos han enseñado al respecto. Esas cuestiones se basan en los propios principios de la ciencia; para dar más claridad a la solución, es necesario tener esos principios presentes en el pensamiento; por lo tanto, permitidme considerar la cuestión desde un punto más alto, estableciendo preliminarmente ciertas proposiciones fundamentales que, además, han de servir de respuesta a algunas de vuestras preguntas. Fuera del mundo corporal visible existen seres invisibles que constituyen el mundo de los Espíritus.
De ninguna manera los Espíritus son seres aparte, sino las propias almas de los que han vivido en la Tierra o en otras esferas, y que se han despojado de sus envolturas materiales. Los Espíritus presentan todos los grados de desarrollo intelectual y moral. Por consecuencia los hay buenos y malos, esclarecidos e ignorantes, ligeros, mentirosos, bellacos, hipócritas, que buscan engañar e inducir al mal, así como los hay muy superiores en todo y que solamente buscan hacer el bien. Esta distinción es un punto capital.
Los Espíritus nos rodean sin cesar; sin que lo sepamos, dirigen nuestros pensamientos y nuestras acciones, y por esto influyen en los acontecimientos y en los destinos de la Humanidad. A menudo los Espíritus atestiguan su presencia a través de efectos materiales. Estos efectos nada tienen de sobrenatural; sólo nos parecen así porque reposan sobre bases que se encuentran fuera de las leyes conocidas de la materia. Una vez conocidas estas bases, el efecto entra en la categoría de los fenómenos naturales. Es así que los Espíritus pueden actuar sobre los cuerpos inertes y hacerlos mover sin el auxilio de nuestros agentes exteriores. Negar la existencia de agentes desconocidos por el solo hecho de no comprenderlos, sería poner límites al poder de Dios y creer que la Naturaleza nos ha dicho su última palabra.
Todo efecto tiene una causa: nadie lo discute. Por lo tanto, es ilógico negar la causa por el solo hecho de que es desconocida. Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente. Cuando vemos al manipulador del telégrafo formar señales que responden al pensamiento, no sacamos en conclusión que dicho manipulador sea inteligente, sino que una inteligencia lo hace mover. Sucede lo mismo con los fenómenos espíritas. Si la inteligencia que los produce no es la nuestra, es evidente que se encuentra fuera de nosotros.
Extracto de la Revista Espírita 1859 de ALLAN KARDEC.