El Aparecido de Mademoiselle Clairon (1723 - 1803) 5/5
Debutó en la Compañía Italiana a la edad de 13 años y en la Comédie Française en 1743. Se retiró del teatro en 1765, a la edad de 42 años.
por Allan KardecAlgunas palabras aún sobre la naturaleza de este Espíritu. No era malo, y mademoiselle Clairon está con la razón cuando no lo califica como una mala persona; pero tampoco se puede decir que era la bondad en persona. La pasión violenta a la cual sucumbía como hombre, prueba que en él las ideas terrestres eran predominantes. Los trazos profundos de esta pasión – que sobrevivió a la destrucción del cuerpo – prueban que, como Espíritu, estaba todavía bajo la influencia de la materia. Su venganza, por inofensiva que haya sido, denota sentimientos poco elevados. Por lo tanto, si nos remitimos a nuestro cuadro de la clasificación de los Espíritus, no será difícil asignarle su rango; la ausencia de maldad real lo aparta naturalmente de la última clase, la de los Espíritus impuros; pero evidentemente se encuadra en las otras clases del mismo orden; nada en él podría justificar un rango superior.
Algo digno de ser señalado es la sucesión de los diferentes modos por los cuales ha manifestado su presencia. Ha sido en el mismo día y en el momento de su muerte que se hace oír por primera vez, y esto sucede en medio de una cena jovial. Cuando estaba encarnado, veía a mademoiselle Clairon en pensamiento, rodeada con un halo que la imaginación presta al objeto de una ardiente pasión; pero una vez que el alma se ha despojado de su velo material, la ilusión da lugar a la realidad. Él está ahí, a su lado, la ve rodeada de amigos, debiendo por completo incitar sus celos; su alegría y su canto parecen insultar a su desesperación, y ésta se manifiesta a través de un grito de rabia que repite cada día a la misma hora, como para reprocharle el haberse rehusado a consolarlo en sus últimos momentos.
A los gritos suceden los tiros de fusil, inofensivos – es cierto –, pero que no por eso denotan menos una impotente rabia y el deseo de perturbar su reposo. Posteriormente, su desesperación reviste un carácter más calmo; influido, sin duda, por ideas más sanas, parece haberse resignado; sólo le queda el recuerdo de los aplausos de que ella era objeto, y los repite. En fin, más tarde le dice adiós, haciéndola escuchar sonidos que parecían como el eco de esa voz melodiosa que tanto lo había encantado cuando estaba encarnado.
Extracto de "Revista Espírita 1858", por Allan Kardec.
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