Querer es Poder
por Amalia Domingo SolerDiscurso leído en el centro Barcelonés de estudios Psicológicos
Por Amalia Domingo Soler en Junio de 1893
Hermanos míos:
Como creo que estoy entre mi gran familia espiritista, no me parece que necesito decir lo que se acostumbra al comenzar un discurso; pues los oradores en general, haciendo alarde de modestia, dejan sentado como principio que ocupan un lugar que no les pertenece, que reclaman por esto la benevolencia de sus oyentes y su indulgencia nunca desmentida.
Más yo digo: ¿Somos hermanos los espiritistas? ¿Vamos todos a un mismo fin?
¿Deseamos por unanimidad la propaganda de nuestros ideales filosóficos?¿Sentimos análogos deseos de sernos útiles los unos a los otros? ¿Soñamos con días mejores? ¿Trabajamos de común acuerdo para quitar las primeras piedras que entorpecen el paso por la ancha vía del progreso? ¿Tratamos de dejar expedito el camino para las nuevas generaciones?
¿Si o no?
¡Si! Dice nuestro credo: los espiritistas sois los obreros de la nueva era, los que estáis encargados de levantar las losas que cubren los sepulcros para decir a las multitudes: ¡Creéis que Dios al crear al hombre o al hacerle llegar por medio de las leyes de evolución a la categoría de ser racional, cuando éste piensa y siente, cuando sus ojos (telescopios humanos) ven los mundos y no se contenta con verlos, sino que por medio de la ciencia astronómica estudia sus condiciones atmosféricas, mide la altura de sus montañas, la anchura de sus mares, la extensión de sus valles y sus bosques, cuando le dice al rayo como le dijo Franklin: ¡Detente en tu descenso, que puedo más que tú!
Cuando surgen de su mente invenciones maravillosas, cuando acorta las distancias perforando las montañas y analizando los mares, cuando es verdaderamente el reo de la creación, (mejor dicho el rey de la Tierra) porque en los otros mundos no sabemos aún qué papel representará la raza humana, pero ya es bastante con ser el rey del globo terráqueo y tener la soberanía de la ciencia, (que es la única soberanía que puede aceptar la razón) pues bien:
¿Creéis que Dios, después de darle al hombre corazón para sentir y cerebro para pensar en menos de un segundo, ha de inutilizar todo el trabajo de una inteligencia? ¿Creéis que de los grandes hombres, de los mártires, de las madres de todos los seres que han sufrido, que han amado, que han llevado su contingente al progreso universal, no queda más que la fea prenda de un muerto? (como dijo Zorrilla al contemplar el cadáver de Larra).
¿Creéis que todos los sacrificios, que todos los anhelos, que todos los heroísmos tienen por punto final una inscripción en una piedra y un enjambre de gusanos devorando un montón de materia putrefacta? ¡No! Sobrevive el alma; mejor dicho no tiene que sobrevivir, porque… nunca muere. Ni la millonésima parte de un segundo deja el Espíritu de sentir y de recordar. Pues bien: nosotros los espiritistas tenemos el deber de hacer ver a la humanidad en el error que ha vivido, creyendo los unos que todo terminaba con la muerte, los otros que devolvían al gran laboratorio de la naturaleza todas las energías, todas la fuerzas en el transcurso de una existencia para formar esa suma maravillosa de actividades que dan por resultado una fuerza eterna que impulsa a los mundos a girar dentro de sus órbitas. Por otra parte los creyentes de las religiones aceptando el cielo para los justos, infierno para los réprobos, purgatorio para los pecadores y limbo para los recién nacidos. Si los espiritistas tenemos que demostrar que la vida es eterna, que el progreso del alma es indefinido, que no hay cielo, ni infierno, ni purgatorio, ni limbo, que no hay más que mundos, que son las escuelas donde los espíritus aprenden las primeras letras, (sin llegar nunca a ser doctores en todas las ciencias) para este trabajo se necesitan muchísimos obreros, desde el sabio profundo y del racionalista científico, hasta el creyente de inmensa fe.
Para la propaganda del Espiritismo sirven todos aquellos que amen la verdad, que adoren el progreso, que reconozcan una causa suprema y acepten su ley que no tiene más que dos artículos: amor universal y ciencia sin límites. Y digo que sirven para la causa del Espiritismo las notabilidades científicas, las humildes, vulgares, medianas, y hasta los ignorantes que pasan completamente desapercibidos por la sencillísima razón, de que como no hay dos inteligencias que estén al mismo nivel de adelanto, a cada uno hay que hablarle en su lengua. Por ejemplo: ¿Trataremos de conversar con un ruso que no sepa el español, hablándole con la lengua de Cervantes? ¿Preguntaremos a un ingles que no entiende el italiano, que le parece el idioma de Dante del cual hacemos uso? ¡No! Si no hablamos el ruso buscaremos a un intérprete que nos ponga en relación con el extranjero; pues de igual manera se necesita propagar las verdades del Espiritismo hablándole a cada uno según su lengua, a los sabios con las demostraciones científicas que no dejan lugar a duda, a los humildes y a los desvalidos con las manifestaciones de los espíritus, con comunicaciones sencillas y conmovedoras que abren nuevos y dilatados horizontes ante los ojos de los proscritos, esas comunicaciones que devuelven a la madre desolada la tranquilidad perdida y al huérfano le dan aliento para continuar su penosa peregrinación; esas comunicaciones que llevan el convencimiento de la supervivencia del alma al escéptico, al ateo y al que sueña con la muerte como término feliz de sus desventuras.
Ahora bien; si para propagar el Espiritismo se necesita de los sabios y hasta de los seres más vulgares, ¿Por qué he de pediros vuestra benevolencia si el que cumple con su deber debe ser escuchado por sus hermanos? Si no con placer al menos con agrado, porque el compañerismo así lo impone. Yo por mi parte así lo creo, pues juzgo a los demás por lo que yo siento.
Cuando asisto a reuniones espiritas, con la misma atención escucho al sabio más profundo, que al humilde obrero que confiesa ingenuamente su ignorancia, porque uno y otro han tenido el mismo pensamiento: ser útiles a sus hermanos, y en realidad los dos lo son; yo me fijo mucho en las impresiones que recibe el auditorio, he observado con el mayor placer en distintas ocasiones, con qué satisfacción escuchan las mujeres del pueblo el discurso de un obrero de mediana inteligencia, lo que no acontece cuando habla un sabio. ¿Por qué no le entienden? Porqué les habla en griego, mientras que el anterior como al pan le llama pan y al vino vino, se quedan tan satisfechas, cumpliéndose el antiguo adagio que cada oveja con su pareja.
A mí me sucede con mucha frecuencia, que después de leer alguna obra notable experimento una desilusión tan completa respecto a mis escritos, que no tengo aliento para tomar la pluma, y cuando mi ánimo está más abatido recibo una carta de algún jornalero, o la visita de una pobre mujer que me dice: sobretodo me ha encargado mi marido que la felicite en su nombre, porque lo que usted escribe es lo que más le gusta, y a mí también: porque (aunque no sé leer) él me lee “la Luz” y pasamos muy buenos ratos. A su vez el jornalero me dice por escrito: “la Luz” va conmigo al campo y a la hora de la siesta la leo y me gusta mucho su diario, es el que entiendo mejor.
Esas sencillas palabras son un rayo de luz para mí; porque me hace comprender que he pecado de ingrata al sentir disgusto y desaliento porque no puede figurar mi nombre a la misma altura que el de los grandes escritores.
Yo también tengo mis lectores que aprenden en mis humildes escritos, mis narraciones son para ellos libros de texto. ¡Cuánto le debo a los espíritus!…
¡Sí hermanos míos! Ellos han sido para mí; padre, madre, protectores, guías; ellos me han hecho conocer la grandeza de Dios, ellos me han dicho lo que Cristo dijo a Lázaro; ¡Levántate y anda!
¡Andar! (dije con el mayor asombro) ¿Y para qué? ¿Qué padre me aguarda? ¿Qué madre me espera? ¿Qué hermanos me llaman? ¿Qué amigos me necesitan? Si yo soy una rama seca desprendida del árbol de la vida… Y aún cuando los tuviera, ¿Qué podría yo hacer por ellos? Si me falta el don más precioso que tienen los terrenales ¡La luz de los ojos! La luz que hay en los míos es débil, opaca, insuficiente para desempeñar ningún trabajo.
¡Querer es poder! Me dijeron los seres de ultratumba.
¡Querer!… (dije yo) según el diccionario, es tener voluntad, deseo y determinación de ejecutar alguna cosa, y poder es tener dominio, autoridad o manejo, es tener fuerza o actividad para resistir o sufrir; pero a mí ¿De qué me sirve querer si mi defecto físico no da lugar al trabajo y a la actividad, dejando anulados mis mejores deseos?
Lo crees tú así (replicaron los espíritus); pero tu certidumbre no se apoya en la verdad indestructible, todos sus fundamentos son falsos. Comienzas por decir que no tienes familia ni amigos; y tu familia en el espacio es numerosísima y el número de tus amigos a ti te corresponde multiplicarlo por tu esfuerzo en practicar el bien incondicionalmente, por tu abnegación sin límites, por tu sacrificio y tu heroísmo.
No siempre has sido una vulgar médium, tu inteligencia ha tenido su época de florecimiento, pero antes de dar sazonados frutos dejastes secar sus raíces (metafóricamente hablando), mas éstas si tu quieres retoñarán; porque no te faltarán espíritus amigos que te darán sencillas inspiraciones en armonía con el desarrollo intelectual que hoy posees, no serás médium mecánico ni inconsciente, pasará por el tamiz de tu razón todas las comunicaciones que recibas para que de ese modo tu inteligencia comience a recordar algo de su ayer; y hasta el último instante de tu vida planetaria te inspirarán los espíritus, guiarán tus pasos inseguros siempre que tu desagradecimiento no los aleje de ti; porque ellos no dominan por sorpresa, no imponen arbitrariamente su voluntad. Ofrecen su cooperación a los obreros del progreso, y si éstos los rechazan los dejan en completa libertad de acción; si no tiene el médium enemigos implacables en el espacio ni se ha dejado dominar por algún Espíritu, y no existiendo enemistades invisibles ni obsesión declarada, sino buenas relaciones medianímicas, éstas se prolongan lo que el médium quiere cuando éste es dueño de su voluntad.
Escribe lo que te inspiren los espíritus y lo que confusamente recuerdes de tu ayer, y ese trabajo te hará progresar.
¡Escribir!… (exclamé con desaliento) ¡Se escribe tanto!… no hay nada nuevo debajo del Sol, como dice el adagio. ¿Qué podré decir? ¿Qué me podrán inspirar? si no encontrarán en mí los espíritus las condiciones necesarias para transmitir sus elevados pensamientos.
Déjate de vanos subterfugios (replicaron los invisibles) no te cuides de lo que hacen los demás, no repitas los adagios populares que muchos de ellos son palabras sin sentido, como lo es al decir, que no hay nada nuevo debajo del Sol. Los que humildemente confiesan su ignorancia (como a tí te sucede por ejemplo). ¿No serán nuevos para ti los arcanos de la ciencia, los descubrimientos maravillosos de los genios, y las invenciones siempre en aumento de los sabios? Pues cuentan que entre los terrenales no abundan las eminencias científicas sino las medianas y aún más las nulidades. Ahora bien; para dichas inteligencias a medio cultivar las unas, y sin cultivo las otras ¿No será nuevo todo lo que la ciencia manifieste, todo lo que la industria adelante, todo lo que el comercio se desarrolle, todo lo que las artes produzcan de bello y admirable?
Lo que le falta a muchos terrenales es el querer trabajar, y como no quieren no pueden adquirir el poder legal, la independencia honrosa que proporciona al hombre el empleo moderado de sus fuerzas físicas e intelectuales.
Muchos de vosotros decís, que la tierra es estéril, y al decirlo y al creerlo, cometéis pecado de impostura, porque la esterilidad existe en vosotros, no en la madre naturaleza que siempre prodiga y da a sus hijos mil por uno.
Hoy eres una hoja seca, como tu dices, que flota a merced del infortunio. Los pájaros tienen nidos, y sus cavernas las fieras, y tú… ¡No tienes hogar! ¿Sabes por qué? porque vienes obligada en esta existencia a poner tus primeras piedras. Te faltarían las fuerzas si tú misma tuvieses que hacer el trabajo, pero ¡Tienes tantos espíritus dispuestos a ayudarte! Que solo esperan que tú les digas venid, para acudir a tu llamamiento con el más noble deseo de serte útiles con sus inspiraciones. No te engañes a ti misma, alegando pretextos que sólo existen cuando falta voluntad y decisión para entregarse al trabajo. No eres tú la llamada a juzgar tus obras, ni a considerarlas más o menos útiles para una fracción de la humanidad. Procura únicamente no admitir más inspiraciones que aquellas que estén conformes con tu razón. No tengas el fanatismo y la humildad excesiva del creyente para aceptar como bueno cuanto venga de ultratumba; ni te dejes dominar por el orgullo de los aprendices de sabios, que todo lo encuentran defectuoso.
¡Querer es poder! Debes trabajar y te formarás un círculo de simpatías que harán tu estancia llevadera y aún agradable en la Tierra.
Seguí los consejos de los espíritus y he trabajado sin descanso más de veinte años propagando por medio de la prensa las verdades inconcusas del Espiritismo: cumpliéndose las profecías de los invisibles. Mi familia del espacio me alienta, y en este mundo mis hermanos en creencias me dan pruebas inequívocas de su simpatía y de su afecto; y si esto he conseguido yo, ¿Cuánto más no podrán conseguir muchos espiritistas cuya instrucción y desarrollo intelectual es muy superior a mis escasos conocimientos y al vuelo de mis ideas?.
Me he convencido por mí misma que querer es poder, que conociendo el Espiritismo, puede el hombre levantarse de su postración y hacerse útil a la humanidad; trabajando del modo más apropiado a sus condiciones y actitudes especiales: no ambicionando imposibles, no queriendo adelantar los sucesos diciendo: ¡Yo quiero de la vida todo o nada! Como cuentan que decía Carlos I el que presenció sus funerales en el monasterio de Yuste.
El todo jamás será patrimonio del hombre, y la nada no existe, luego es inútil el exceso de ambición y el desprecio de todo cuanto tiene vida; lo mejor es, no reducir el tiempo al número de años que componen una existencia más o menos prolongada, sino darle al tiempo lo que es suyo de toda eternidad, el tiempo mismo. De esta manera hermanos míos, podemos ser útiles al progreso universal comenzando la utilidad por nuestro propio mejoramiento, teniendo la íntima convicción que de nosotros depende llegar a ser sabios y a ser buenos. ¿Cuando? ¿Donde? ¿De qué modo? Pues muy sencillamente, trabajando, no confiando en los esfuerzos de los demás y sí en nuestras vigilias, estudios y abnegación; porque cada uno es el redentor de si mismo. Los redentores de los pueblos son figuras creadas por las religiones; no se puede redimir a un pueblo a una hora dada, porque como es imposible que todos los que lo componen tengan el mismo adelanto moral e intelectual, la virtud y la grandeza del redentor no será comprendida y admirada por todos de igual manera; por consiguiente, no puede redimirse a la vez el justo impecable y el réprobo impenitente, el sabio profundo y el humilde ignorante, el ingenuo que lleva el corazón en la mano y el soldado hipócrita, el ávaro y el dadivoso, el fanático intransigente y el libre pensador racionalista. No hay redenciones en época fija, la redención es permanente, continua, eterna, porque siempre hay espíritus que trabajan en su perfeccionamiento.
Yo me fijo mucho en las pequeñeces, en esos detalles que pasan completamente desapercibidos, como pasan los átomos a simple vista y sin embargo, la cohesión de los átomos forman los mundos. Yo estudio más en la ingenua comprensión de un hombre franco, que en un tratado de filosofía; y me ha hecho pensar profundamente la conversación que tuve algunos días con dos espiritistas que han venido de lejanas tierras sin conocerse el uno al otro. Con el primero que hablé, es un hombre del pueblo que me decía con esa franqueza que vale más que todos los formalismos sociales.
Créame usted, Amalia; hace muchos años que estudio el Espiritismo, estoy convencidísimo que es un tejido de verdades; mis ocho hijos no tendrán en mi biblioteca más que obras espiritistas para instruirse, pero… que no afirmen los escritos de nuestra escuela, (especialmente los que escriben en sentido místico) que el Espiritismo redimirá a la humanidad, en tal o cual fecha, y que todos entonarán el osana al progreso universal, gracias a sus enseñanzas verdaderamente evangélicas. ¡Sueño hermoso! ¡Divino! Tan Divino… que casi lo conceptúo irrealizable, ¡Porque hay espíritus que necesitan tantos siglos para desprenderse de sus vicios! y lo digo por experiencia. Yo soy lo que se llama un buen propagandista de nuestra doctrina, no pierdo una sola ocasión de vender libros espiritistas, regalar hojas, folletos y periódicos, y hablar de las comunicaciones de los espíritus, de sus instructivas y morales enseñanzas, de los fenómenos que he presenciado, en fin; que no hablo de otra cosa en mis viajes y con todas las personas que trato, y sin embargo a pesar de conocer tan a fondo el Espiritismo, tengo un gran defecto que no lo he perdido aún, y eso que hace catorce o quince años que no leo más que las obras espiritistas. Ya sea porque me ha costado mucho ganar lo poco que tengo, o que mi numerosa familia proporciona grandes gastos, o que es innato en mí el afán de atesorar, si por ejemplo compro una silla, al venderla intento sacar el máximo; y en mi interior me digo yo: estás obrando mal, porque engañas al comprador que se fía de ti, y tú sin riesgo ninguno lo engañas. Esto no te lo enseña el Evangelio del Espiritismo, esto no te lo aconsejan tus espíritus familiares, antes al contrario, te abominan un vicio tan feo, y sin embargo tu arrepentimiento no dura más que un segundo, y pecas cuantas veces se te presenta la ocasión propicia.
Creame Vd. Amalia, no canten victoria los escritores espiritistas, cuesta muchísimo a algunos espíritus desprenderse de sus vicios. Yo no niego que influye en el orden moral de la sociedad una predicación constante sobre la caridad, el amor, la protección mutua, la fraternidad universal y todo cuanto pueda influir en el mejoramiento de las costumbres. Es indudable que relativamente se irá ganando terreno; pero eso de creer y asegurar muy seriamente que la humanidad se redimirá a son de trompeta, es un absurdo; no puede efectuarse, porque no todas las creencias oyen a la vez la voz del progreso que llama a los hombres para formar una sola familia.
Esto me dijo el primero que me visitó por la mañana, vino por la tarde el segundo que es un comerciante y hablándome de lo desgraciado que era en cuestión de intereses, me dijo con la mayor sencillez:
Hace pocos días que compré una tienda, me engañó el vendedor diciéndome que era un establecimiento acreditadísimo, que se vendía tanto y cuanto; yo le creí y lo compré convenciéndome después que me había engañado miserablemente, y viendo que mientras más tiempo estuviera más dinero perdía decidí vender la tienda, es decir, vender los enseres que contenía a un mueblista; no el establecimiento, porque de venderlo tenía que engañar a otro como me engañaron a mí, y preferí perder unos ochenta duros, a causar la ruina de ningún padre de familia. Yo que sabía lo que había sufrido con el engaño, de ninguna manera quise que otro sufriera por mi causa, que bien claro nos lo dice el Evangelio. No quieras para otro, lo que no quieras para ti. Yo que me precio de ser espiritista, me parecía que deshonraba a mi escuela si fuera capaz de engañar a nadie. Yo que hago toda la propaganda que puedo, me parece que mis actos tienen que acentuar mis palabras.
La moral del Espiritismo me enseña a querer a mis semejantes y no es posible hacer daño a quien bien se quiere.
Yo no lo puedo remediar, sé que con este procedimiento nunca llegaré a ser rico; mi esposa me reconviene, aunque ella es lo mismo que yo incapaz de hacer daño a una hormiga pero en fin, toca tan de cerca los contratiempos de mi escasa fortuna, que no puede por menos que exhalar una queja, pero prefiero las quejas dentro de mi hogar a llevar a la casa de otro la intranquilidad y la desesperación.
¡Qué alma tan hermosa la de este Espíritu! ¿Por qué todos los hombres no serán como él?… si así fuera, ¡Qué agradable sería vivir en la Tierra! Más por hoy a de formar contraste la sombra y la luz.
¡Cuanta razón tiene el espiritista que primero me expresó lo que sentía! Se necesita aún mucho tiempo para que la humanidad pierda una mínima parte de sus defectos, pero nadie como los espiritistas pueden trabajar con más esperanza y más fe, (fe racional se entiende) en su mejoramiento moral e intelectual, pues saben sin la menor duda, que sus días nunca tendrán fin, que sus existencias serán innumerables, que los mundos irán abriendo ante ellos sus inapreciables tesoros, sus maravillas geológicas, sus flores, sus perfumes, sus cielos de colores, sus múltiples y esplendentes soles, sus brisas embalsamadas, sus aves de magnífico plumaje y armoniosos trinos, sus ciencias diversas, sus artes perfeccionadas, sus amores purísimos, sus goces no soñados por lo inefable, no adivinados por los deseos materiales, no presentidos por los proscritos de la Tierra.
Para alcanzarlos, para tomar posesión de esa herencia que no tiene fin, no se necesita más que poner en práctica el axioma
QUERER ES PODER.
¡Querer progresar! Luchar con íntima convicción de que se puede llegar a los cielos y alcanzar relativa perfección.
Eso es vivir; adquirir la persuasión de poder dejar un día de sufrir contemplando un porvenir lleno de luz y placer.
Saber que de esta prisión las murallas hundiremos si hay en nuestro corazón arranques de abnegación y el puro amor comprendemos.
¡Ese amor que no se explica, amor que no tiene nombre, amor que nos dignifica, amor que nos santifica, amor que redime al hombre!
Amor que los redentores para luchar han sentido; que hace a los hombres mejores; que por él brotan las flores del progreso indefinido.
Amor que pueden sentir el justo y el criminal; que todos pueden oír la voz de Dios al decir: Mi Ley es el Bien, no el Mal.
No hay razas desheredadas, no hay pueblo que sea elegido, no hay castas que condenadas a las lóbregas moradas, esclavas hayan nacido.
Esta íntima convicción de que existe la igualdad en la Ley de la Creación, que no hay más que evolución eterna en la humanidad.
Me da fuerzas, me da aliento, ¡Esperanza! ¡Inmensa fe!… y llena mi pensamiento algo grande que presiento, pero que explicar no sé.
¡Bien haya en el Espiritismo! Porque ha venido a inundar de clara luz el abismo donde el ciego escepticismo todo lo quiere negar.
¡Bendita revelación de nuestros deudos de ayer! Que ha dado a nuestra razón, que querer es poder.
Tomado del Blog "La Luz del Camino"